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‘Tkachenko, el señalado’. Por Piti Hurtado

‘Tkachenko, el señalado’. Por Piti Hurtado

Un jugador que fue icono de época y fenómeno social. Te proponemos un viaje con fotos inéditas a las intrahistorias del pívot soviético, las que se escapan a los lugares comunes que tenemos habitualmente en la cabeza con su imagen. Un gran jugador, mucho más que solo un Gigante.

Se cumplen 40 años, ahora. Todo señalaba y todo señaló a “Volodya” Tkachenko. Finales de Julio de 1980, los JJOO de Moscú, exaltación del deporte soviético. El pequeño judío-ruso Aleksandr Gómelski, en su larga y fructuosa carrera de pasillos por el Politburó del Partido Comunista, dominaba la planificación a largo con objetivo claro, el Oro Olímpico. En 1972 el entrenador ganador en la final olímpica más famosa de la historia fue el “leningrader” Kondrashin, así pues el “Zorro plateado” quería también esa gloría. Y en casa, en la Plaza Roja.

El 25 de julio, en plenos Juegos, la URSS aplasta a España 102-81, pero el impacto de esa jornada es el fallecimiento de Vladímir Vysotski, el primer rockero ruso, el “Beatle” rojo. Amigo de varios baloncestistas de la URSS, los más sensibles a la música, Anatoly Mishkin “El Príncipe” y Tkachenko, grandes coleccionistas y extraperlistas de vinilos de grupos estadounidenses y británicos, pop y rock setentero. Golpe anímico a unos jugadores que tras más de 100 días de pesada concentración encaraban la parte final de la segunda fase. El 26 de julio jugarían contra Italia y el 27 contra Yugoslavia. Debían ganar uno de dos para entrar en la gran final.

Vladimir Pyotrovich Tkachenko nació para el baloncesto internacional en el Campeonato de Europa Cadete de 1973, en los pueblos italianos de Summonte y Angri. Allí consiguió el primer Oro para su país. Fue el máximo anotador, con 25,5 puntos. Desde 1973 hasta los JJOO de 1980, Vlad “El Empalador” Tkachenko era el señalado para ser el jugador diferencial de esta gran potencia. Rompió records de precocidad con la absoluta que ni Sabonis consiguió posteriormente. Desde los 19 años fue pieza fundamental de las medallas que iban coleccionando y nunca promediaba menos de 12 puntos en cada gran campeonato. Manila 1978. Acción insólita; le señalan la 5ª falta en el salto inicial de la prórroga contra la némesis yugoslava. Eso les dejará sin opciones, pero siempre medalla. En 1979 fue Campeón de Europa de Selecciones y mejor jugador de Europa para la revista transalpina Superbasket así como “Euroscar”, el premio de La Gazzeta dello Sport. Ante la inminente retirada de Sergei Belov y el trágico fallecimiento del querido y mitiquérrimo Aleksandr Belov, el aparato ya sabía la siguiente imagen de la iconografía laica y deportiva.

Tkachenko fue tamaño y velocidad (sí, velocidad, de balance defensivo, de desplazamiento, de reacción). Era un pivot de 2,21 cm al que aún no le pesaba el bigote ni el tren superior. Armazón que miramos con compasión en España en los 80 mientras celebrábamos la subida del “lagarto” por el muro soviético. Precisamente el rechazo a que le compadecieran fue una razón poderosa para la introspección de un jugador más tratado como hecho social que como baloncestista.

Nunca fue fácil ser Vladimir Tkachenko. Desde mediados de los 70, en las famosas giras de Otoño de la URSS por los campus de los “colleges” norteamericanos, los periódicos locales le apodaban Gargantúa, “Lurch” (mayordomo de La Familia Addams) o “The Goon” (el “gorila”, el “puerta” de discoteca). Mientras, por otro lado, glosaban su capacidad de juego y pensaban si un joven Ralph Sampson debería ser el anti-Volodya en una Selección USA que nunca llegó a viajar a Moscú. Y en la que estaban preparados Isaiah Thomas y Mark Aguirre.

Todo se torció varios meses antes de los Juegos. Cuenta la leyenda que en la boda de su compañero de club y de selección, Alexander Belostenny, Tkachenko, en el fragor de los vapores etílicos, se rompió los tendones de la mano derecha con unos cristales y perdió la sensibilidad de tres de los dedos. Trabajó tiro y dribbling (pocos botes consumía en partido) con la izquierda. Su pelea con Dino Meneghin en el partido del 26 de julio le lleva al poste bajo izquierdo para pedir las últimas bolas. La penúltima la recibe, gira hacia línea de fondo y anota, todo un partido a remolque en el marcador. La Italia de Sandro Gamba está ganando y defendiendo en individual, la URSS en zona 2-3 para ajustar con Villalta y Sachetti en los aleros,  menos de un minuto de partido y el mismo “Meo” Sachetti penetra a derechas y choca contra Tkachenko que cae y señalan falta de ataque del italiano. 81-83 y bola para empatar. Eremin sube la bola, encuentra a Belov en la esquina que vuelve a confiar en el poste bajo zurdo de la torre de Sochi, se gira Tkachenko con Meneghin debajo de sus tobillos (no creerán que la defensa del miedo la inventaron entrenadores españoles o Pachulia…) y error en un tiro corto de superioridad. El rechace le llega a Pierluigi Marzorati, que corre el campo y salta a canasta, el “ingegnere volante” anota el 81-85. Puente tendido hacia la victoria por esta leyenda que se licenció en Ingeniería Civil y ejerció tras retirarse. Dos balones de diferencia y prisas para el rodillo soviético que no sabe jugar por detrás y con poco tiempo. Aun así encesta Iovaisha pronto tras otro error de Tkachenko. Otro inteligente corte por delante de la defensa zonal y el partido lo mata la astucia de Dino Meneghin en un gran movimiento de finta y giro que saca la quinta falta de nuestro center. Se va al banco con 14 puntos, 9 rebotes y todo el peso de la culpa en sus marmóreos hombros.

Al día siguiente la hazaña será ganar a Yugoslavia. Los “Plavi” desde 1973 habían amortizado una gran generación de talentos exteriores que acompañaban a Cosic y en esos JJOO volvieron a ganar a la URSS. Partido por el 3er puesto contra España, que triunfaba con un 4ª posición imprevista y los soviéticos conseguían un bronce que sabía al mayor fracaso de siempre en baloncesto. Un bronce sin USA y otros 64 países que no fueron por el boicot y otras razones…

La dureza del sistema no se cebó con Gómelski. Los análisis apuntaron con el dedo a Vladimir Tkachenko por fallar un tiro fácil. Eso y la tirante relación del entrenador plenipotenciario con Serguéi Belov concentraron los debates. Belov pasó de ser el que encendió el pebetero y máximo anotador del equipo a dejar la Selección para siempre por la gatera. Incluso las autoridades decidieron cortar al 2º entrenador, Ózerov. Gómelski había mandado a todos los entrenadores de la Liga con jugadores en la Selección documentación de entrenamiento para que practicaran movimientos que luego le servirían a la Selección, y como cada año olímpico la renuncia de los equipos a jugar competiciones europeas. Todo giraba entorno a un único objetivo. Todo por un Oro, todo por el Oro más importante. Pero la presión y la falta de concentración les nublaron el acierto. No hubo plantillas de la URSS más fuertes a priori que la del año 80 y la del año 84 en el Preolímpico de París. Gómelski acaba los JJOO con problemas coronarios y este inicio de década todo será diferente para su pupilo Tkachenko.

En 1981 y 1982 el equipo nacional se regenera con la llegada de Valters, con los lituanos y sus melenas “mullets” y ganan sendos Oros, Campeonato de Europa y el Mundial de Cali, donde “Tachi” coge el rebote final a fallo de Glen “Doc” Rivers. “Volodya” sigue siendo importante, de hecho entra en los quintetos ideales de ambos torneos, pero la progresión del señalado se estanca. Ya no tiene tanta finura en los ganchos de derecha, su velocidad se ralentiza con más peso y sobre todo, aparece Arvydas Sabonis. Compañero de pintura y amigo. Pero sobre todo “The Next Big Thing”, tan grande que eclipsó al más grande.

En 1983 es castigado sin Selección. El delito está relacionado con el tráfico de divisas, el sobresueldo ganado en base a comercio ilegal de productos valorados por los rivales como latas de caviar. Cliché repetido por muchos jugadores soviéticos: Mishkin, Aleksander Belov, Homicius. Las delaciones formaban parte del modus operandi. Los funcionarios de aduanas y los agentes del KGB que acompañaban al equipo tenían de aliado a Tarakanov, que acabó como representante de una cadena de fotomatones en Rusia y que en su época de jugador retrataba las actividades ilícitas de sus compañeros.

A Tkachenko le dio tiempo a graduarse en el Instituto de Educación Física de Kiev y a ganar las Spartakiadas de los Pueblos de la URSS «Pequeñas olimpiadas soviéticas”. Esta victoria le permitió, con un cupón especial, poseer un coche, un Volga GAZ-24 que era muy escaso y asequible y decente para él en tamaño.

Todo esto tuvo consecuencias. Sin más prórrogas de estudio que “inventarse” acudió a la llamada del servicio militar, jugador del CSKA hasta conseguir la graduación de Capitán. También ese coche le daría la opción de 7 meses ganándose un jornal como taxista cuando se retiró.

Tras crecer en el Stroitel de Kiev, de 1983 a 1989 juega para el ejercito rojo pero “solamente” gana 4 ligas en 7 temporadas, la revolución lituana le arrebató más gloria. De sus años en CSKA el triunfo de conocer a Nelya, trabajadora del dispensario médico del equipo. Y una malla de 5 kg de mandarinas georgianas como regalo romántico de un Volodya sencillo y sensible. En Guadalajara sorprendería lanzando triples pero no fueron las mejores mandarinas de su vida.

Después de la derrota inesperada de los Juegos Olímpicos en casa, les pareció que lo peor ya había sucedido. Los años posteriores fueron liberadores. Hacer pareja con Sabonis en el Preolímpico del 84 y el “Y si…” más grande del baloncesto FIBA, no poder medirse a Michael Jordan y a Pat Ewing en Los Angeles. De ahí a un descenso en velocidad, importancia y minutos de juego. Y un aumento paulatino de fama por presencia, de patologías derivadas del sobreuso de un organismo al límite y de timidez. “El Viaje a la Alcarria” en Segunda División española es otra historia, pero es el final de un señalamiento, con más o menos buena intención.

Tras la retirada vinieron las preguntas sin respuesta. Un mito con ese historial al volante de un taxi o en la centralita de llamadas, la dificultad para encontrar ropa, por talla y por tesorería. Y las ayudas de buenos amigos y buenos rivales, el calzado que Romay le proveía, los chaquetones que Nelya le pedía y recibía de Sabonis. Tímido hasta para telefonear. Los rumores de la ausencia de ofertas para trabajar en algún cuerpo técnico razonado en un periodo luchando contra el alcoholismo. Un camino modesto, un camino silencioso. Pese a la insistencia de sus compañeros que tanto le aprecian, las negativas a asistir a los “Revival”. Y su actual trabajo que enfila la jubilación en dos o tres años (cumplirá 63 en septiembre): coordinador de un centro logístico de una pedanía de Moscú. Organizar horarios de camiones de la basura, riego de calles.

Vladimir Tkachenko solo quiso ser un jugador, el mejor posible. Y durante un rato fue el mejor de Europa. No quería ser un icono pop, tampoco se quejó nunca. No quiso que lo señalaran, ni los árbitros, ni en la calle, ni en la derrota. Tampoco se quejó. “El baloncesto fue más que un deporte, fue mi vida. No jugamos por dinero, sino por una idea, por nuestros seres queridos, por la Patria. Estábamos realmente listos para darlo todo.” Que lo entrañable no disimule la calidad que tenía. Que un par de errores en el tiro no oscurezcan 10 medallas ganadas al máximo nivel.

https://twitter.com/GIGANTESbasket/status/1571952400008712193

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