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Sue Bird y el desafío a las reglas no escritas del deporte

Sue Bird y el desafío a las reglas no escritas del deporte

«One more year! One more year! (¡Un año más! ¡Un año más!)», coreaban las gradas del Angel of the Winds Arena al término del encuentro. Seattle había caído eliminado en la segunda ronda de los playoffs 2021 ante Phoenix, en un duelo decidido en la prórroga. Desde luego, un mal menor dentro de las grandes preocupaciones de la afición local, representadas la mayoría de ellas en la figura de Sue Bird.

En la mente de todos los presentes rondaba la misma pregunta desde antes incluso del salto inicial: «¿Sería el último baile?». Ese temor acechaba en Seattle desde que el DNI comenzó a acompañar cualquier comentario referente a Bird, que empezaba a ser «veterana» y encontrarse cerca de la retirada «por razones lógicas» hace más de un lustro. No obstante, nunca había parecido ser tan real como en ese momento. Y si el cariño de la gente podía hacer algo al respecto, sabedores de que cada año extra es un año de disfrute asegurado, aquel grito al unísono era un último intento a la desesperada. Uno al que Diana Taurasi no solo se unió, sino que promovió en contra de los deseos de Bird, a la que los colores se le subieron al instante demostrando que la edad nunca fue la solución total a su timidez en escenarios como este. Siempre había sido mejor asistente que protagonista.

Por pura lógica y precedentes, a partir de la temporada número 14 (de manera aproximada), no hay que dar nada por garantizado. Y Sue Bird llegó a aquel año (2016) con todas las dudas del mundo en su interior. Tras toda una vida y dos títulos con las Storm, era Agente Libre. Su amor por Seattle tiraba con fuerza, aunque la idea de un posible movimiento para vivir unos últimos buenos años disputando Playoffs ganaba cada día más enteros.

Sin embargo, la señal que necesitaba llegó a tiempo. De repente, todo cambió. Y esa variación tenía nombre y apellidos: Breanna Stewart.

«Breanna cambió la dirección de mi trayectoria. Salvó mi carrera. Estábamos reconstruyendo la franquicia, aunque algunos digan que estábamos haciendo tanking, y sabíamos que Stewie salía de la NCAA aquel año. No fue un accidente. Yo era agente libre aquel año y si no hubiéramos conseguido a Stewart no sé qué habría pasado», afirmaba en 2021 la base. Pese a todo, la llegada de la 4 veces campeona y MVP de la NCAA solo cambiaba una parte de la historia, la de quedarse en Seattle. Renovó y firmó un contrato por 5 temporadas. Pero la naturaleza no era tan sencilla de variar. Tenía 34 años y eso significaba que necesitaba dar un giro a su vida si quería vivir a un alto nivel la plenitud de aquel unicornio que amenazaba con arrasar con todo en la WNBA. Y Bird, en una escala diferente, aquello ya lo había vivido con Lauren Jackson. Quería estar a la altura una vez más.

«En 2015, entregué mi vida en el mundo del baloncesto a los expertos», aseguró años más tarde Bird (The Athletic). La directora de juego comenzó a organizar su vida como si de un último ataque en las Finales WNBA se tratara. El azar debía poder disfrutar del mínimo espacio posible. Contrató a Susan Borchardt, creadora de sus rutinas de entrenamiento, y a la Dra. Susan Kleiner, nutricionista. De aquellas dos mentes privilegiadas, cada una en lo suyo, nacieron las bases de la fórmula (perfeccionada por la dietista Ashley Besecker y la organización bio-analítica para deportistas de élite Orreco) que están poniendo en jaque las reglas no escritas del deporte. «Se trata de repostar para tu entrenamiento y luego asegurarte de volver a repostar tras entrenar de nuevo. Lo que comes en esos momentos es realmente importante. Cuanto más lo he asimilado, mejor jugadora me he convertido», confirmó Bird.

Y lo cierto es que nadie puede echárselo en cara. Desde aquellas decisiones para saltar de una carrera irrepetible a una trayectoria a la altura de las mejores de siempre, la neoyorquina ha sumado a su palmarés dos anillos, dos oros olímpicos, un oro Mundial, tres All-Star, un All-WNBA First Team, una temporada liderando la liga en asistencias, el récord de asistencias en un partido de playoffs, la cifra más alta de asistencias en un partido de JJOO desde 1996 (batida a posteriori por Rui Machida), el récord de más medallas de oro olímpicas en un deporte colectivo junto a Taurasi, el tope de partidos, minutos y asistencias en la historia de la WNBA y, lo que es más importante, el respeto de todo el panorama internacional en el mundo del deporte.

Bird ha seguido jugando no solo para disfrutar, sino para competir como parte activa de la élite del baloncesto. Detrás de ese temperamento desenfadado que muestra en redes sociales o la televisión se esconde una de las deportistas con mayor carácter competitivo de la historia y un ejemplo de liderazgo digno de ser estudiado por jugadoras, entrenadores y universidades. Su decisión de seguir jugando no solo responde a los deseos de la gente o a su propia ilusión por disputar una temporada más, sino que calma esa sed que parece no tener fin de competir a la altura de las mejores. Ahora, con 41 años, volverá a desafiar las reglas no escritas del deporte. Seattle sonríe. Toca disfrutar.

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