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Días de asfalto y focos: la historia de Nacho Martín

Días de asfalto y focos: la historia de Nacho Martín

Artículo ofrecido por FIBA.

Su espalda reza una sentencia clarificadora: «Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos». Una frase que condensa en unas breves palabras toda una vida. Una vida marcada por el trabajo y el esfuerzo (muchas veces sin la recompensa merecida) y que está impregnada de la esencia de la calle, allí donde te curtes y maduras. Porque la vida y la carrera de Nacho Martín (Valladolid, 1983) no ha sido un camino de rosas en absoluto. Alguien que pronto fue llamado a la élite pero que descendió varias veces a los infiernos desde donde ha ido forjando su redención. Todo hombre tiene una historia detrás y la de Nacho Martín huele a asfalto y tinta.

«¿Dónde vas tú con 12 años? Eres demasiado joven», le decía su madre en 1995 a un imberbe Nacho. Barcelona esperaba a un chico que despuntaba maneras en su Valladolid natal que pronto le engulliría con su cultura, su ambiente y, como no, con el baloncesto callejero. Sants sería el lugar donde crecería y empezaría a entrar en contacto con una de las facciones que menos focos reciben del baloncesto y que, probablemente, más adeptos tiene: el streetball. Para Martín, «Sants es el mejor sitio para jugar de España» al streetball, un lugar con larga y curtida tradición de asfalto y redes. Y es que en el barrio de Sants está una de las pistas con más tradición del país, emplazada en el Parc de la Espanya Industrial encontramos una pista con más de 30 años de funcionamiento, que respira baloncesto los 365 días del año y que ha sido una de las cunas del streetball en España.

«Fue conocerlo y enamorarme de ese ambiente», comenta. Si el baloncesto en sí es sólo un juego, lo que lo hace grande es lo que lo rodea, lo que muchos llaman Cultura con mayúsculas. Nacho se enamoró del rap, de la cultura dominicana que había en esas pistas y del baloncesto en la calle. Como una adicción, los playgrounds de Sants le abdujeron. «Me gustó mucho, me impliqué desde el primer día y hasta el día de hoy que me paso a jugar de vez en cuando».

F.C. Barcelona; Foto: ACB Photo

F.C. Barcelona;
Foto: ACB Photo

El streetball tiene un código universal no escrito, establecido por quienes juegan y que pasa de boca en boca, sin papeles de por medio. Aquí se juega entre una delgada línea entre el vacile y el respeto por el rival. Es aquí, en las calles donde surge el trash-talking. De la experiencia de aquel que se ha forjado en una y mil batallas, Nacho Martín es consciente de las diferencias entre el pabellón y lo que hay ahí fuera. «Es una tensión distinta», dice. «He jugado en el Rucker Park con gente que no me conocía que te insulta, que te dice todo y que realmente están ahí, están a dos metros de tu banquillo».

Para muchos el streetball representa el baloncesto más puro. La esencia del juego, allí donde el uno contra uno, la calidad técnica y el detalle marcan cada instante, cada momento que el balón araña el asfalto. «El ambiente y la tensión es muy distinta jugando en medio del Bronx que estar jugando en un pabellón de Madrid, no tiene nada que ver». Y es que, para Nacho, la calle se ha convertido en su segunda casa cada verano, un lugar donde seguir aprendiendo y dar rienda suelta a una pasión que te atrapa. No es por el dinero, es algo más profundo, forjarse un nombre y un estatus dentro de una cultura. Mientras en invierno te ganas el sueldo en cada pabellón, «en verano te ganas más el respeto y el prestigio jugando por cero dinero, solo por demostrar que sabes jugar al baloncesto».

La vida de Nacho Martín estuvo ligada desde bien pronto al baloncesto que se respira en la calle. Esa pasión le ha llevado a conjugar ambas disciplinas (baloncesto profesional y streetball) en una suerte de trotamundos, convirtiéndole en una figura de referencia para toda una cultura, sobre todo entre las nuevas generaciones de aficionados al baloncesto. De esta forma Nacho Martín ha cruzado el globo para batirse en las pistas de París, disputando el prestigioso Quai 54; Bucarest, donde finalizó 7o junto a Rojas, Ros y Vasco en el primer Eurobasket 3×3 de la FIBA; o a ser el único jugador blanco en las pistas del Rucker Park (Nueva York, Estados Unidos) según rapea en sus canciones.

Una vida dedicada al baloncesto y que se aleja de todo molde. No hay un momento fundacional en el que irrumpe con fuerza ante todos los focos. Es un hombre de trabajo duro, de constancia y de medir sus tiempos. Habla con cariño de su paso por el F.C. Barcelona, donde pasó por todas las categorías inferiores hasta debutar con el primer equipo en 2002 ante el Fuenlabrada. Cambiar Valladolid por Barcelona suponía dejar atrás todo lo que un niño de 12 años conocía, madurar antes que otros, romper con todo. «Me vino genial el cambio. Yo quería jugar, el sueño de todo niño», asegura en retrospectiva.

Un sueño que pronto chocaría con la realidad, la realidad de un baloncesto español muy polarizado, con enormes diferencias que las marcaba la situación económica de los clubes: «El año más duro mentalmente fue el primero que deje el Barça. En el Barça tienes lógicamente la mejor ropa, las mejores zapatillas, los mejores pisos, el mejor pabellón. Tienes todo lo mejor porque es un club enorme». El primer destino sería Badajoz en la LEB 2, la tercera categoría del baloncesto español, un breve paso de apenas una temporada que le ayudó a sentar sus bases como profesional, a jugar en serio. «Si iba a estar fuera de mi casa y mi familia es porque quería conseguir algo y quería hacer una carrera seria como jugador», comenta Nacho.

Su gran oportunidad llegaría del tristemente desaparecido C.B. Granada (refundado en 2012 como Fundación Club Baloncesto Granada y actualmente en LEB Oro) con el que retornaría a la Liga ACB tres años después. Un paso que marcaría su carrera enormemente por el gran abanico de posibilidades que se le abría. Nacho guarda un especial cariño a Granada y asegura estar muy orgulloso de haber tomado la decisión de fichar por el equipo andaluz.

Aquel jugador de cabeza rapada y contados tatuajes era radicalmente distinto al actual. Más discreto, con movimientos muy eléctricos y con menos presencia en el juego. Algo que empezó a cambiar después de su paso por Zaragoza. En aquel verano de 2010 tras firmar una temporada de 6 puntos y 3 rebotes en 17 minutos cambió su forma de afrontar el juego. «Cambié mi cabeza, mi forma de pensar», asegura Nacho. Es en ese verano cuando empieza a fraguarse su explosión como jugador. Volvía a casa, volvía a Valladolid casi quince años después de marcharse de casa en busca de cumplir el sueño de su infancia. Ahora, con una dilatada experiencia y con 27 años, comprendió que debía modificar su enfoque a la hora de entender el juego. Nacho era consciente de que, si seguía su carrera dedicándose a poner bloqueos y pasar el balón su carrera sería larga, sí, pero no alcanzaría sus metas, no llegaría a la cumbre a la que todo jugador aspira. Valladolid fue el lugar idóneo, al menos por un tiempo, donde pronto toda España sabría quién era Nacho Martín y conocería su estilo. Él reconoce que la confianza que le brindaron fue clave para progresar de aquella manera. Fue aquella confianza lo que le dio alas para asumir tiros, saber cuándo y cómo debía ser protagonista.

Todo aquello le llevó a la temporada del no-MVP en 2013, un año que ha sido de largo la mejor campaña, individualmente hablando, de su carrera. Primero en valoración, primero en rebotes, primero en minutos y cuarto en puntos. Unos números que le coronaron como el MVP popular, pero que se vio ensombrecido por la decadente situación del C.B. Valladolid, a la postre descendido. Nacho sigue convencido de que él merecía haber sido el MVP a pesar de la decisión que tomó la liga, que finalmente le otorgó el galardón al jugador con mejor progresión.

Después, llamadas, mensajes. El reconocimiento al trabajo bien hecho: la Selección Española. En aquel verano de 2013 el por entonces seleccionador Juan Antonio Orenga anunciaba una lista de 15 jugadores de cara al Eurobasket de Eslovenia entre los que estaba Nacho Martín. Una llamada que le haría enfundarse la elástica roja por primera vez desde 2002 cuando alcanzó la plata en el Eurobasket U-20. «Fue espectacular», recuerda, «estaban jugadores como Ricky Rubio, Marc Gasol, con gente que son jugadorazos en la NBA o incluso que son jugadorazos en la ACB como San Emeterio. Para mí era algo impensable». Una estancia que se antojó corta pero que le dio la oportunidad de debutar, reivindicarse y quitarse fantasmas del pasado. Tras esto vendría un discreto paso por Gran Canaria, Estudiantes en 2016 y finalmente Andorra en 2017, su última experiencia en la Liga Endesa.

Paralelamente a todo esto, en 2012 la FIBA había dado el pistoletazo de salida a una expansión de los horizontes del baloncesto. En aquel año se daría la primera competición oficial de 3×3 con el Campeonato del Mundo celebrado en Grecia. Una alternativa al baloncesto convencional, una nueva forma de entender el juego y que ofrecería a Nacho Martín un escaparate y un contexto idóneo para expresarse en la cancha.

Debutaría en 2014 en el Europe 3×3 Championship de Rumanía junto a De La Fuente, Rojas o Vasco finalizando séptimos. Pero la verdadera prueba de fuego sería al año siguiente en los European Games, organizados por el Comité Olímpico debido a que el 3×3 pasaría a ser deporte olímpico en Tokio 2020. España reuniría de nuevo a Nacho, De La Fuente y Vasco con la incorporación del jugador del Fuenlabrada Álex Llorca. Un Álex Llorca que guarda una especial relación con Nacho, una relación que va más allá de las canchas y que se refleja en su compenetración en pista. «Nacho es uno de mis mejores amigos, solo tengo buenas palabras hacía él ya que lo considero un hermano», comenta Llorca.

Es aquí donde se puede apreciar la magnitud de la personalidad de Nacho, un jugador pasional que emana baloncesto y que vive por él. Para Llorca, Nacho «es un ejemplo para muchos niños que se quieran dedicar al baloncesto», un icono cultural para muchos que plasma una forma de entender el baloncesto y todo lo que lo rodea: la música hip-hop, las sneakers, el trash-talking, etc. 

España, 3x3; Foto: FIBA

España, 3×3;
Foto: FIBA

«Creo que lo mejor que hemos vivido juntos en 3×3 es representar a España en Pre-Eurobasket, Eurobasket y en Bakú», dice Álex Llorca sobre su experiencia con Martín.

Los European Games de Bakú en donde Nacho y el resto de sus compañeros se colgarían la plata haría que todo el baloncesto español pusiese los ojos en aquella modalidad. No hay entrenador, los contactos no son los mismos, en definitiva, las reglas cambian. La transición del juego clásico a la media pista no es sencilla, aquí la capacidad individual se magnifica y se vuelve todavía más fundamental de lo que es normalmente. Para Nacho, España está construyendo un buen equipo a pesar, según reconoce, de no estar todavía al máximo nivel posible. Confía en las posibilidades del equipo español, aunque es consciente de la realidad: «Los serbios, eslovenos y rusos tienen equipazos. Nosotros estamos ahí, poco a poco, jugando y generando el equipo que llegue al nivel más alto».

A sus 35 años a Nacho Martín le queda mucho baloncesto en las piernas, tras recuperarse de una dura lesión de tobillo y estar prácticamente medio año alejado de las canchas volvió a la Liga LEB con Valladolid para luego fichar por Manresa. Un nuevo empezar, una nueva oportunidad de volver a decir a viva voz que es determinante, que no tiene fecha de caducidad y que, como diría Public Enemy, «He Got Game».

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