En un Palau Blaugrana de ambiente enrarecido en el primer partido –horario atípico– y expectante en el segundo la plantilla azulgrana echó mano al oficio y liderazgo de un mermado pero hiperactivo Navarro y un renacido Mickeal para sacar adelante dos partidos trabados, ralentizados por sendas defensas al límite, condicionados por un sentimiento de estar cerca sin acabar de creérselo del Unics Kazán y por el miedo a dejar escapar la oportunidad del Barcelona más inseguro de los últimas temporadas.
La gran virtud de la plantilla azulgrana en esta serie de cuartos está siendo la humildad con la que la afrontan. Cualquier otra actitud hubiese situado a los azulgranas a estas horas al borde del abismo. Cualquiera que esté entre los ocho mejores de la Euroliga lo hace por méritos propios y el conjunto ruso, poco agraciado para los amantes de lo estético pero rocoso y efectivo sobre el parquet, tiene argumentos para convertir un partido de baloncesto en un combate de pesos pesados. Creó un muro alrededor del aro propio y durante muchos minutos neutralizó la superioridad técnica y táctica del Barcelona con la dureza defensiva como principal argumento…
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