Nadie que lo haya visto podrá olvidarlo jamás. La final de la Euroliga entre CSKA de Moscú y Olympiacos, esa que tenía un ganador ya escrito mucho antes de jugarla, regaló las más bella lección de lo que significa el deporte, el más rotundo ejemplo de la fuerza de la humildad, de la insistencia en el trabajo. Puso en evidencia a quienes, desde dentro o desde fuera, dan por hecho las cosas antes de que sucedan. Nada está escrito de antemano, nada en el baloncesto puede presuponerse cuando se enfrentan grandes equipos, cuando dirigen grandes entrenadores, cuando en la pista andan jugadores de un talento inmenso, de un corazón infinito.
Hablamos de un partido que quedará en el recuerdo como la final más increíble en la historia de la Euroliga. Printezis anotó la canasta del triunfo a siete décimas del final poniendo por delante a su equipo por primera vez en todo el encuentro y después de que todos, absolutamente todos, dieran la final por finiquitada cuando en el luminoso figuraba un marcador de 19 puntos a favor del CSKA de Moscú a finales del tercer cuarto. ¿Quién podía imaginar lo que sucedió a partir de ese momento? Nadie excepto un conjunto griego que llegó a Estambul como el menos favorito de los cuatro equipos y dirigido por un técnico serbio, un veterano de 68 años que dio una nueva lección de la importancia del verbo persistir, el sabio Dusan Ivkovic.
Hubo dos partidos en uno. Casi tres cuartos de dominio ruso basado en una defensa extraordinaria, en una concentración impecable y en un ataque que poco a poco empezaba a encontrar caminos hacia el aro griego. Teodosic pareció liderar inicialmente la victoria rusa aunque a la postre se convirtió en el peor de los enemigos de su propio equipo…
… Más información en la revista GIGANTES.
YA EN TU QUIOSCO
