[Publicado en el nº 450 de la revista Gigantes del Basket el 20 de junio de 1994]
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«Una cosa tengo clara: viajo a Indiana con la única intención de demostrarle a los Pacers quién es Alberto Herreros. No busco hacerme un sitio en el equipo para la próxima temporada pero, ya que voy, intentaré dejar patente mi calidad. Es la única manera de ratificar que la NBA puede mirar a España con garantía de encontrar buenos jugadores, algo que ya dejó claro el malogrado Fernando Martín en su día»
El pasado día 12 fue la fecha clave para Alberto Herreros. Justo ese día, a las 13:45 horas, el escolta madrileño inició su cuenta atrás. Hacía tiempo que llevaba esperando ese momento y por fin había llegado. «Al principio tienes respeto a que llegue, pero luego, cuando van pasando los días, deseas que llegue cuanto antes la hora de coger el avión y plantarte en Indiana. No estaba nervioso, pero he de reconocer que ahora sí me recorre algo especial por el cuerpo», decía un Herreros exultante antes de pasar el control de pasaportes, último requisito antes de coger el vuelo 903 de la compañía TWA con destino al aeropuerto neoyorquino JFK, escala previa antes de llegar a Indianápolis.
Pero hasta ese preciso instante Alberto Herreros tuvo tiempo se asimilar la historia. La semana de moratoria que le solicitó Indiana por estar inmerso en la lucha por el acceso a la final de la NBA le permitió digerir el reto que afrontaba a la par que conocer más detalles de la oferta de los Pacers. Entre otros, leer el apartado final del fax que Indiana remitió a su club y en el que quedaba claro que la franquicia de Indianápolis negociaría a la baja en caso de que el jugador interesase antes de la finalización de su actual contrato con el Estudiantes. «Cuando hablaron conmigo me dijeron que el interés era grande, pero he de reconocer que cuando leí ese fax pensé que la cosa era más seria de lo que me imaginaba. Ya no se hablaba sólo de la prueba y tan amigos, se hablaba de una posible negociación», afirmó Herreros.
No parece posible tal negociación. Desde el momento en el que el Estudiantes recibió en las oficinas de la Calle Serrano el fax que le remitió Indiana el pasado viernes 3 el club no tiene otra respuesta: Alberto Herreros es intransferible. El presidente Juan Francisco Moneo resumía el sentir general del club afirmando que «Herreros es algo más que un jugador para el Estudiantes; es su alma, su corazón. Por ello sería de locos entrar en cualquier negociación con Indiana para su traspaso».
Nadie pone en duda en el Ramiro de Maeztu las palabras de Moneo. Todos le desean lo mejor al jugador «porque se lo merece más que nadie en este mundillo», dice Alejandro González Varona, vicepresidente del Estudiantes: «Herreros se ha ganado a pulso no sólo la admiración de la familia estudiantil sino el respeto de la Liga ACB y el reconocimiento de todos, incluida la propia NBA, una competición reservada para los elegidos de este deporte. Y él lo es».
Pero el Estudiantes no quiere que su jugador corra riesgos de ningún tipo. Y así lo expresaron, mediante la devolución del fax enviado a la oficina central, en su primer punto, donde Juan Francisco Moneo, firmante del escrito, solicitaba a Indiana que no sometiese al jugador a ninguna actividad que conllevara riesgo físico. El vicepresidente estudiantil razona el porqué de esta petición: «No estamos dispuestos a que el jugador entre en una guerra con otros jugadores por un puesto. Él ya lo tiene asegurado en España y no tiene por qué dejarse los huesos en pos de uno nuevo».
Ese punto es básico para Indiana. Hasta la fecha lo único que conocen de Herreros es su facilidad para ver aro a través de imágenes de vídeo. Por esta razón, y aunque respetarán el deseo del Estudiantes, el jugador se someterá a varias sesiones de entrenamiento en las que se incidirá en ver en directo esta virtud. Herreros, que entiende la postura del club negándole a Indiana cualquier tipo de contacto violento, es consciente de que su tiro será escrutado por los técnicos de los Pacers: «Si en algo destaco es en ese aspecto. Pero no preocupa. Confío a muerte en mis posibilidades. Pero que nadie se preocupe: jugaré lo mejor que pueda pero sin dejarme la vida en el intento. Estudiantes me espera la próxima temporada».
La fidelidad caminó de la mano de Alberto Herreros hasta el final. Quizá por ese sentimiento, constante en la conversación del jugador, nadie, ningún dirigente del club estudiantil, baraje la posibilidad de un adiós del mejor ’11’ de la historia del Estudiantes. «No se me pasa por la imaginación esa idea. Más después de leer en la revista ‘Gigantes del Spuerbasket’ los comentarios del jugador, en los que agradecía el trabajo del club en su progreso deportivo. En el baloncesto actual no estamos acostumbrados a que un jugador anteponga los intereses del club a los suyos propios. Es por ello que el club se siente doblemente orgulloso», dice González Varona.
Sin embargo, en el lugar más recóndito de la mente de todos los componentes del Estudiantes late la posibilidad de que el jugador, deslumbrado por la luz que desprende la NBA, les pida que negocien su traspaso con los Pacers. En ese caso el vicepresidente del club estudiantil tiene claro cuál sería la actuación de su club: «Ayudarle a que sea feliz. El Estudiantes nunca cortará la carrera deportiva de nadie, y menos de un chico de los valores deportivos y humanos de Herreros. Conocemos sobradamente que la NBA es un caramelo para cualquier jugador del mundo, pero para Alberto su América está en España. Sólo en el caso de que él nos lo pidiera o que la oferta de Indiana fuera desorbitada, imposible de rechazar, aceptaríamos perderle».
Tal es el interés del Estudiantes en retener al jugador que, incluso, se le ha ofrecido ampliar el contrato actual (que estipula una relación hasta el año 1996) antes de que éste emprendiera el viaje. Según Juan Francisco Moneo, «le hemos comentado la opción de prorrogar el compromiso por unas temporadas más, señal evidente de que el club quiere que se retire en este equipo». Para lograrlo el club ha establecido conversaciones con la firma Argentaria para ver la posibilidad de hacer un esfuerzo económico común en el supuesto caso de tener que pujar por el escolta.
Hasta entonces Herreros trabaja en Indianápolis, ciudad a la que llegó en una espectacular limusina que puso a su disposición Indiana. ¿Primer golpe de efecto?