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«Hablando con Dios». Sixto Miguel Serrano y sus entrevistas con Michael Jordan (Parte 3)

«Hablando con Dios». Sixto Miguel Serrano y sus entrevistas con Michael Jordan (Parte 3)

Artículo originalmente publicado en la revista Gigantes del Basket

La ilusión de Michael Jordan por su entrevista en Español. Mi segundo encuentro con Michael Jordan fue en febrero de 1986, en Dallas, con motivo del All Star Game. Nos vimos en una fiesta organizada por la NBA. Allí le entregué la revista con su entrevista. Me lo agradeció con un cariño entrañable y con una sincera sonrisa de ilusión.

Tras la cena nos despedimos de Jordan, pero no de Chicago, todavía teníamos cosas que hacer. Por ejemplo, una entrevista con Akeem (fue varios años más tarde cuando cambió su nombre a Hakeem) Olajuwon. En uno de los partidos de pretemporada, los Bulls recibían a Houston Rockets. Le entrevisté en el vestuario después del partido, fue muy educado y amable, tímido, incluso. Nada que ver con su mirada feroz de años después en San Antonio, aunque mi memoria creyó durante lustros que el autor de esa amenaza implícita había sido David Robinson.

Antes de abandonar Chicago rumbo Philadelphia, nos esperaba el legendario Julius Erving, y Nueva York, viviríamos la peripecia con Pat Ewing, quisimos disfrutar de la música negra, espirituales y blues, y del jazz. Fuimos a un barrio donde había varios locales con actuaciones en directo y entramos en uno. Pedimos un par de cervezas y nos sentamos. Era un local pequeño, seríamos veinte personas. Teníamos la barra a la derecha y el escenario enfrente. Tocaba una orquesta de cinco o seis músicos negros, su sonido era maravilloso. Teníamos un parroquiano muy cerca. Solo, de pie en la barra, con un abrigo oscuro hasta los tobillos y con una copa en la mano, gozaba ensimismado, como todos, de esos blues que llegaban al alma. Nos resultaba conocido. Nos fijamos más. Era Sting. El famoso cantante inglés, al que nadie más pareció reconocer, había elegido el mismo bar que nosotros y disfrutaba de su soledad deleitándose con el arte de sus colegas. Ni se nos ocurrió molestarle para pedirle un autógrafo. Fernando y yo nunca hemos sido mitómanos. Y en cualquier caso, para mitos, ya teníamos a nuestros amigos de la NBA.

De vuelta en Madrid, nos enfrascamos en los preparativos de la inminente salida de Gigantes. Habíamos traído de Estados Unidos muchísimas entrevistas y fotos. Tal ingente cantidad de material provocó que la entrevista con Michael Jordan no la publicáramos hasta el tercer número. En el primero elegimos a Ewing, el segundo fue para Erving. Entre el incesante volumen de trabajo que acarreaba arrancar una revista, los viajes de Copa de Europa con el Real Madrid y, todo hay que decirlo, la intensa vida nocturna de Madrid, que Laura y yo, muchas veces acompañados por nuestro amigo Chechu Biriukov, explorábamos con frecuencia, se nos olvidó enviarle la revista a Jordan. Nunca encontrábamos el momento para hacerlo. Error imperdonable, lo sé, que, sin embargo, tres meses después se volvió a favor nuestro.

En febrero volvimos a Estados Unidos por el All Star Game, que se celebraba en Dallas, en el Reunion Arena, la cancha de los Mavericks. Lo primero que metí en la maleta fue la revista con la entrevista a Jordan, éramos informales, pero no tanto, y queríamos compensar con una entrega en mano nuestra lamentable dejadez con quien se había portado tan bien con nosotros. En la ciudad tejana, la NBA nos invitó, como a los restantes periodistas acreditados, patrocinadores y, por supuesto, entrenadores y jugadores, a una cena-fiesta en el hotel que era cuartel general del evento.

Al poco de llegar, vimos a Michael Jordan, pero él nos había visto a nosotros primero y venía a paso ligero a nuestro encuentro con una sonrisa franca. Nos saludó con un cariño que nos emocionó, chocándonos con fuerza las manos. “Me alegra mucho veros, muchachos, ¿cómo estáis? ¿Qué tal en Dallas, necesitáis algo?» Emergía de nuevo esa bellísima persona que ya conocíamos. Hasta que no le dijimos que estábamos bien, Jordan también destaca por su inmensa clase personal, no pasó al siguiente asunto. Y lo hizo con suma elegancia, dando por hecho que habíamos cumplido con nuestra promesa. “No me ha llegado la revista, se habrá perdido en el envío”. Fui sincero, le dije que no se la habíamos enviado, que preferíamos dársela en mano. Su cara se iluminó, dibujando una sonrisa de infantil y sincera ilusión. “¿La tenéis aquí, la habéis traído para mí?”, me preguntó con incontenible ansiedad. Cuando le contesté que sí, la cara de Michael se iluminó. Se la di y su felicidad nos conmovió. “Muchas gracias, me hace mucha ilusión tenerla, os lo agradezco sinceramente”, sus ojos no desmentían lo que nos estaba diciendo: brillaban de emoción. Años más tarde, supe que le dio un gran uso a la revista, todavía nos honró más con algo que contaré en la última entrega.

Para nosotros entrevistar a Michael Jordan había sido un sueño, pero veíamos que para él era lo mismo. El entrevistado, nada menos que Jordan, demostraba la misma pasión por la entrevista que los entrevistadores. El honor para nosotros fue, no lo olvidaremos nunca, supremo y conmovedor. Casi todas las estrellas se portaron conmigo maravillosamente bien, pero nunca nadie demostró más cariño y respeto por mi trabajo que Michael Jordan. Había puesto el listón muy alto. Un año después, en Nueva York, lo superó.

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