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«Hablando con Dios». Sixto Miguel Serrano y sus entrevistas con Michael Jordan (Parte 4)

«Hablando con Dios». Sixto Miguel Serrano y sus entrevistas con Michael Jordan (Parte 4)

Artículo originalmente publicado en la revista Gigantes del Basket

Mi mejor recuerdo de una noche de baloncesto es un partido entre New York Knicks y Chicago Bulls en el Madison Square Garden. En la cancha vi al mejor jugador. En el vestuario, con mi hermano Sebas de protagonista indirecto, a la mejor persona. Hablo, claro, de Michael Jordan.

A mediados de febrero de 1987 apuraba, con mi hermano Sebas y el fotógrafo Arolas, el viaje al All Star Game de Seattle. En Portland hablé con Fernando Martín y, tras un Blazers-Lakers, hice mi segunda entrevista a Magic Johnson, fantástica persona; todavía me acuerdo agradecido que para curar mi gripe me escribió la receta que le daba a él el médico de los Lakers. En Seattle entrevisté a las tres estrellas de los SupeSonics, Dale Ellis, Xavier McDaniel y Tom Chambers. Y asistimos al mejor All Star Weekend de la historia. Larry Bird triunfó en los triples, Michael Jordan en los mates, ganó el Oeste 154-149 con prórroga (Chambers, en el equipo por la lesión de Ralph Sampson, elegido MVP). Y, con 34.275 espectadores en la gradas, fue el último All Star, era su temporada final, del legendario Julius Doctor J Erving.

El periplo por el Noroeste nos dejó también las historias con Kiki Vandeweghe, Glenn Doc Rivers, Dominique Wilkins y Mike Fratello. A un viaje tan sensacional sólo le podía poner colofón el más grande.

Yo era siempre el que, en función de las entrevistas que quería, planificaba los viajes. Vi que Chicago Bulls visitaba el Madison Square Garden el 14 de febrero. Había visto jugar muchas veces, la última unos días antes en el All Star, a Jordan, pero nunca en Nueva York, su casa. Me ilusionaba mucho. Y a mi hermano, más. Iríamos al Knicks-Bulls.

Antes, el día 11, vimos a Milwaukee Bucks ante los Knicks. Saludé a Gerald Little Nique Wilkins, el hermano menor de Dominique, a quien conocía de la liga de verano de los Nets de Martín. Y de los Bucks (no venía el lesionado Sydney Moncrief), la entrevista más interesante me pareció la de Ricky Pierce, que iba embalado a ganar el galardón de mejor sexto hombre. Recordamos Sebas y yo su extraña reacción cuando le dijimos que éramos de España. “Spain, Spain”, gritaba Pierce con su voz aguda y cascada, acompañando esos espasmos con una risa nerviosa. Producto, siempre lo creí, de que no tenía ni idea de qué era eso de Spain.

El 12 fuimos a ver un New Jersey Nets-Houston Rockets. No recuerdo haber hecho entrevistas, pero sí lo que nos costó regresar a Manhattan. Con nieve hasta los tobillos y un frío polar tuvimos que esperar mucho tiempo para que la central nos mandara un segundo taxi (el conductor del primero se confundió de puerta) al Meadowlands Sport Complex, donde jugaban los Nets, en las afueras de East Rutherford, perdido en un nudo de autopistas en medio de la nada.

Al Madison, en la Séptima Avenida con las calles 33 y 34, en pleno Manhattan, nos dirigimos dos días después. El equipo neoyorkino nos ubicó (Sebas, acreditado por El Mundo Deportivo, yo por Nuevo Basket) en un espectacular palco de periodistas sólo para nosotros. Estaba en una esquina. El acceso era difícil, había que subir por una especie de escala de bomberos, pero, una vez allí, el panorama era extraordinario. Ubicación de lujo para disfrutar de una exhibición.

El partido fue muy igualado, Michael tuvo que emplearse a fondo, sobre todo en el último cuarto. Su anotación, 33 puntos, fue de las normales en él. Lo fabuloso fue, tampoco nada extraño, la calidad de sus canastas en los momentos decisivos. Cuando más apretaban los Knicks, sacó su repertorio y ganó el partido (108-112) él solo. Sebas y yo vimos una demostración fantástica de Jordan. Y vimos algo más. Muchos aficionados de los Knicks aplaudían las canastas, ovacionaban las espectaculares acciones del 23 de los Bulls. Sobre todo, los que poblaban las localidades más baratas, en las gradas altas, desde donde salía constantemente un sospechoso humo. Casi todos eran negros y muchos tenían pinta de jugadores de playground. Para estos seguidores de los Knicks era más importante ver triunfar, nació en Brooklyn, a uno de los suyos. A Sebas y a mí nos conmovió ver la felicidad que les producía el éxito de su hermano Jordan.

Todavía nos emocionó más lo que ocurrió en el vestuario. Nada más entrar, una nube de periodistas rodeó al astro. Yo buscaba una entrevista en solitario, así que esperé mi momento. Le dejé el magnetófono a Sebas y le pedí que grabara las respuestas de Jordan, “por si dice algo interesante”. Mientras, fui a entrevistar, con cuaderno de anillas y bolígrafo, a Charles Oakley. Controlaba de reojo y, cuando los colegas terminaron con Jordan, me fui a por mi entrevista en exclusiva con él.

Hey, cuánto tiempo sin verte”, se alegró. “La última vez fue en el All Star Game de Dallas hace un año. ¿Cómo estás?”. Le dije que había venido con mi hermano, y les presenté. Los dos se rieron. Me explicaron el por qué de esa complicidad. En el maremágnum que se formó en torno a Jordan, los reporteros estadounidenses no le dejaron espacio para vestirse. Al colocarse un jersey, “de color gris, como si lo estuviera viendo ahora”, me recuerda mi hermano, estiró el brazo izquierdo para ponérselo y, sin darse cuenta, le dio un golpe con el codo en el hombro a Sebas, al que no había visto porque estaba detrás de él en diagonal. Mi hermano, de 21 años, me contó que Michael rápidamente le pidió perdón, le preguntó preocupado si estaba bien y le rodeó por los hombros con un gesto muy cariñoso. “Cortó en seco la rueda de prensa para atenderme”, me dijo Sebas, que no olvida sus palabras. “Paramos, paramos, lo importante es ver si este muchacho está bien”.

Jordan siempre tendrá mi eterno agradecimiento por haber tratado tan maravillosamente bien a mi hermano. “Bueno, pues este es Seba Enri (así le llamamos en la familia y así lo había escrito Jordan cuando yo se lo pedí), el mismo al que le firmaste un autógrafo cuando te entrevisté en Chicago y se lo dedicaste en español, ¿te acuerdas?”. Se acordaba, abrazó a Sebas diciéndole “qué buen hermano tienes, te cuida mucho, pero yo casi te mando al hospital”. Nos reímos los tres con ganas mientras Arolas no dejaba de tomar fotos, esas fotos, como las de nuestro viaje con Glenn Doc Rivers en el autobús de los Hawks en Seattle o con Kiki Vandeweghe en Portland, que nunca encontró, para disgusto nuestro. Pero ni siquiera Arolas puede perder la foto más importante. Esa la llevamos en el corazón: la de un ser humano excepcional, de nombre Michael Jordan.

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