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Nikos Galis: el Iverson griego, por Antoni Daimiel

Nikos Galis: el Iverson griego, por Antoni Daimiel

Artículo publicado por Antonio Daimiel el 4 de febrero de 2016

Si un presidente quiere medidas para generar empleo en Grecia aquí tiene una con base histórica: Ganar un campeonato de Europa de baloncesto. El precedente dice que la medida puede ser muy efectiva en Grecia, aunque no ocurra en otros territorios de algunos de sus socios europeos. Resulta irrebatible el estudio universitario de Gregory Ioannidis, que investigó el impacto económico que tuvo el triunfo de Grecia en la edición del Eurobasket 87. Calcula que en los años posteriores se crearon alrededor de 7.500 puestos de trabajo vinculados a la proeza deportiva. Una locura, a pesar de que apenas unos siete u ocho años antes el baloncesto era en Grecia un deporte de calado muy inferior. No existían pabellones con las condiciones adecuadas para la práctica del juego y se aprovechaban gimnasios con suelos de goma en los que no había ni un solo asiento para los espectadores. Ese es el punto de partida de una reacción en cadena que acabó convirtiendo el baloncesto en el deporte nacional griego, y a su liga en la mejor del mundo después de la NBA. En aquel Eurobasket Grecia fue capaz de noquear a la Unión Soviética, la misma que un año después se exhibió en los Juegos Olímpicos de Seúl.

El neutrón acelerado, el hidrógeno reactivo de todo aquel proceso fue Nikos Galis. Aterrizó en Grecia un jugador de 1.82 m. de estatura, con hombros de estibador del Mar Egeo y cejas de extra en el film Los cañones de Navarone. Un tipo aparentemente normal que se transformaba en héroe de epopeya sobre el parqué. Solo algo así explicaría que se retirara con una media de 30.4 puntos anotados por partido en los 854 encuentros que disputó a lo largo de su carrera. Un jugón, un anotador de dribling insospechado y huidizos reversos, un Iverson velludo y mediterráneo al que la historia de algún modo ha arrinconado, tapado por coetáneos o jugadores posteriores. En aquel momento llegó Batman a un lugar en el que empezaba a destacar Robin (Panagiotis Giannakis). Su primer encuentro eclosionó en un Big Bang. Fue la noche del 24 de enero de 1981, cuando en el partido entre el Ionikos y el Aris de Salonica (113-114) Giannakis anotó 73 puntos para los locales, y Galis 62 en los visitantes. El escolta cuenta que en sus primeros partidos con el equipo, el entrenador disponía de un quinteto en el que tres de sus miembros tenían la advertencia de lanzar a canasta sólo en ocasiones esporádicas mientras que Gallis tenía la tarea de sumar más de la mitad de los puntos del equipo. Así hasta la llegada de Giannakis a ese mismo conjunto, en 1984.

La consideración más habitual de Galis es la de un chupón superlativo que fue incapaz de llevar a sus equipos a logros más allá de su paseo cómodo por la liga doméstica. Famas y envidias le quitaron importancia y su ego y su carácter pudieron restarle consideración. De los siete títulos que consiguió el Aris Salónica entre 1985 y 1991, tres fueron inmaculados (sin derrota alguna). Sin embargo, en el momento en el que su equipo trataba de exportar su dominio al resto de Europa, siempre chocaba contra un muro incapaz de superar. Por ahí brota uno de los principales reproches que se le hace al genio heleno. Su trayectoria nos pone ante un jugador de unas condiciones técnicas privilegiadas, sobresalientes, que no recibe justa calificación en el escalafón de los grandes jugadores europeos de las últimas décadas. A excepción de los mejores españoles de la época y del italiano Antonello Riva, el resto de grandes anotadores contemporáneos del Viejo Continente probaron suerte en la NBA: Petrovic, Volkov, Marciulonis… Y haber llegado a la liga profesional ya les otorga un plus sobre los que no dieron el paso. A Galis, por lo tanto, la geografía de sus méritos le ubica en un ámbito local que le priva de mejor reputación. Algo similar a lo que sucedió con Oscar Schmidt. Lo que es indudable es que fue un jugador diferente, imparable, que obligaba a los rivales a centrarse en sus cuatro compañeros.

Galis tenía chispa y orgullo de otras latitudes porque había gastado suela en los parques de New Jersey tratando de imitar a Walt Frazier. Su dominio del uno contra uno era extraordinario e insuperable para los defensores con los que se fue encontrando en el baloncesto FIBA. Hay quien apunta a José Antonio Montero, por el marcaje al que le sometió en el Eurobasket 87, o al Quim Costa del Barcelona como sus mejores guardianes.

Esa gloria incompleta no tenía por qué haber sucedido así. El destino del genio griego era la NBA y podría haberse convertido en uno de los grandes greco-americanos del siglo XX, como lo fueron María Callas, el cineasta Elia Kazan o uno de los mejores jugadores de póker de la historia, Nick Dandolos, Nick the Greek. Galis y Dandolos compartieron apodo y ambos están en el Salón de la Fama de sus respectivas actividades. La liga profesional era el sitio para el tercer máximo anotador del baloncesto universitario en 1979 (más de 27 puntos por partido), pero una inoportuna lesión de tobillo, los cuellos de pico y la música disco truncaron su carrera como jugador en Estados Unidos.

El boom de la música de discoteca obligó a muchos intérpretes a reciclar sus estilos, había que dejarse llevar por el sello y la fiebre del sábado noche para dar con temas que los disk jockeys pudieran programar en las salas de baile. Diana Ross, fue una de ellas. Y en medio de ese proceso, en la primavera de 1979, el agente de Ross, Bill Manon, andaba enfrascado en el lanzamiento de su disco The Boss mientras trataba de ocupar ratos libres en proyectar la carrera de un joven de New Jersey, de padres griegos, que había destacado en la Universidad de Seton Hall. El disco salió a la venta el 23 de mayo, un mes antes de que se celebrase en Nueva York el draft de la NBA, por lo que la promoción de la reina de la Motown fue mucho más intensa y acaparadora que la del del joven Nick. Ross consiguió ser número uno de la lista de canciones más pinchadas en las discotecas en el verano del 79 mientras que Galis cayó hasta el número 68, en la cuarta ronda del draft, elegido por los Boston Celtics.

Ahí fue cuando Nick se convirtió en Nikos. Bill Fitch, técnico de los Celtics, le desaconsejó marcharse a Grecia, ni siquiera sabía hablar griego. Fitch, un entrenador conservador en un equipo old school, quería mantener a Galis, pero quería cambiarlo, moldearlo, comerle el corazón y el alma, como ha ocurrido con otros jugones de gran personalidad a través de la historia. Los directivos del Aris viajaron hasta New Jersey y agasajaron a los padres de Galis con regalos, para convencerles del fichaje de su hijo. Aquellos que fantasean sobre lo que hubiera dado de sí su carrera en la NBA dan el argumento de los 50 puntos que anotó ante la North Carolina de Michael Jordan, en un torneo que jugaron los Tar Heels en Salónica. Mientras, los que discuten su reputación de chupón aducen las 23 asistencias que repartió en un partido de Recopa de Europa ante un equipo finlandés, en 1990. Cuentan que solo renunció a sus principios como consecuencia de una apuesta.

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