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Una ciudad sin aros, ¿qué significa eso en NYC? Por Antonio Gil

Una ciudad sin aros, ¿qué significa eso en NYC? Por Antonio Gil

El alcalde de New York ha retirado los aros de las canastas de todas las canchas callejeras de la ciudad. El baloncesto también está en cuarentena

Recientemente en New York, Bill De Blasio, se puso firme. No quería a nadie en las calles, y para evitar tentaciones mandó retirar los aros de las canastas de todas las canchas callejeras que plagan la Gran Manzana. Literal. Era la única forma de evitar que los playgrounds mantuvieran su actividad habitual durante el confinamiento. «No habrá partidos de baloncesto porque no habrá aros. Es un deporte de contacto y el riesgo de contagio es evidente», declaró el alcalde. El #stayhome a la fuerza, pero también una muestra más que evidente de que el baloncesto es religión en las calles de NYC.

Mi buen amigo Kevin Couliau, codirector del documental Doin’ It In The Park junto con toda una leyenda del baloncesto callejero como Bobbito García, publicó en su cuenta personal de Instagram uno de sus maravillosos vídeos con el baloncesto como protagonista. Lo llamó The Soul of Silence y mostraba canchas y más canchas de New York, incluidas las más emblemáticas, en absoluta soledad. No se escuchan balones botando, ni redes de cadenas emitiendo su particular chasquido tras cada canasta. Nada. No hay críos jugando, ni chicos de barrio entrenando su tiro en suspensión y soñando con llegar algún día a vivir de la canasta. Nada. Sinceramente, si no fuese porque he estado en la mayoría de esas canchas, diría que New York está irreconocible. No puede existir NYC sin el baloncesto de asfalto.

 

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Cuando pisas el Rucker Park es como volver en el tiempo a aquellas noches en las que los jugadores de la NBA regresaban al barrio para dejar su huella en el playground más famoso del mundo. Kobe Bryant mostrando su insaciable competitividad el verano del mismo año en el que había ganado su tercer anillo consecutivo. Allen Iverson, Baron Davis, Stephon Marbury, Steve Francis, Jamal Crawford, Gilbert Arenas, Nate Robinson, Kenyon Martin… estrellas de la Liga en mayor o menor medida enfrentándose a un rey del barrio que alcanzó la NBA como Rafer Alston, alias Skip To My Lou o a un adolescente Lance Stephenson que daba lecciones a los mayores. Brandon Jennings a cara de perro contra una leyenda viva de NYC como Adris de LeónKevin Durant anotando 66 puntos con una racha increíble de triples desde su casa. Un no parar de recuerdos de la historia reciente del parque, que ahora son sólo eso, recuerdos. Los lugareños no pueden imitar a sus ídolos y los turistas no tienen aros que fotografiar al sacar la mítica instantánea de la canasta del Rucker Park con los projects de fondo.

Y es que el baloncesto callejero eclipsa al baloncesto profesional cada verano. Incluso se convierte en el único protagonista como en el verano de 2011, cuando la NBA sae encontraba en pleno lockout. No había training camps, ni pretemporada, ni regular season a la vista. Si querías basket tenías que salir a la calle e ir al parque. A ser posible ir al torneo de Dyckman, en el que los mejores jugadores de playground de la ciudad se daban cita cada tarde y recibían a los pros que llegaban con mono de canasta. Un verano para la historia en la cancha de Washington Heights en la que hoy no se puede jugar. Al menos hasta nueva orden. El metro de la línea 1, cuyas vías pasan junto al famoso parque, mira con tristeza un lugar que antes se paraba a observar las noches de partido. No es el mismo barrio.

¿Y West 4th? La legendaria cancha conocido como The Cage tampoco se ha librado. El playground más visitado de todo New York, situado en pleno corazón de Manhattan, recibe a jugadores, turistas, asiduos y curiosos todos los días de la semana. Baloncesto de asfalto en su máxima expresión. Pick-up games, torneos o simplemente chavales tirando a canasta. Se respira basket en cualquier momento del día… menos ahora que las puertas están cerradas con candados y los tableros no tienen aros. Y lo peor de toda esta situación no es que en New York no se pueda jugar. Lo peor, sin ninguna duda, es que no se puede soñar… hasta que pase todo.

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