[Publicado en el nº 1.496 de la revista Gigantes del Basket en mayo de 2020]
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Tres décadas de una fecha mágica: la única vez que, exceptuando los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, Michael Jordan disputó un encuentro en España. Fue el 30 de agosto de 1990 en la capital catalana como invitado especial del partido de presentación de la Liga ACB. Viajamos en el tiempo para descubrir historias de aquella fecha. Jordan, claro, impresionó. No podía ser de otra manera para un superhombre de 27 años que a esas alturas ya dominaba individualmente la NBA (había anotado ya su récord personal de 69 puntos el 28 de marzo de aquel año, a Cleveland), aunque le faltaban unos meses para lograr su primer anillo. Él mismo animó a los organizadores a aumentar la duración del juego, de doce a quince minutos cada mitad. Jugó una parte con cada uno de los dos combinados de estrellas de la ACB que se habían escogido y totalizó 37 puntos: primero 16 con los naranjas con una incisiva defensa de Villacampa en el comienzo y 21 con los azules con una soberbia exhibición de triples.
El entonces escolta de los Bulls estuvo principalmente arropado por sus compatriotas, como Mark Simpson, entonces en el CajaBilbao y luego madridista. «Fue muy humilde al asumir el hecho de que compartía pista con un grupo de tipos que no estaban en la NBA, aunque algunos estuviesen capacitados para hacerlo. Jugué con él en el primer tiempo y estuvo sentado en el vestuario a mi lado. Me presenté y le dije que había jugado en Catawba, una universidad de North Carolina. Me dijo que, como él había crecido en ese estado, había oído hablar de mi ‘college’ y bromeamos un poco sobre ello. Durante el calentamiento, me preguntó por los otros jugadores: de dónde eran, qué estilo tenían. En realidad estaba haciendo su propio ‘scouting’ para conseguir ventaja», cuenta desde Indiana, donde trabaja en un concesionario de coches. Simpson tampoco olvida el postpartido: no todos los días sale uno de marcha con el gran MJ. «Estaban Audie Norris, Mike Davis, Dan Bingenheimer y algunos más. Fuimos a un local de moda, el Up & Down. Y, claro, fue el centro de atención. Muchas personas se acercaron a él pidiendo un autógrafo, pero las rechazó educadamente explicando que, si empezaba a firmar, nunca terminaría y que quería disfrutar la noche. La gente fue agradable, lo entendió».
La clave de aquella historia hay que buscarla en el patrocinio de Nike. Mike Smith, que también vestía la marca con sede en Oregón, cuenta que durante aquella semana incluso viajó con Michael Jordan a otros países, como Alemania, de exhibición en exhibición. «Aunque intentaba ser agradable,resultaba difícil tener contacto porque era como acercarse a Michael Jackson, un nivel galáctico. Estuve con él durante unos días y pasamos tiempo juntos, pero no le puedo considerar un amigo. Si nos hubiésemos encontrado cara a cara tres meses después, probablemente no me hubiese reconocido», explica el alero internacional.
A Smith, que iba a comenzar su quinta y última temporada en Málaga, le tocó defenderle en varias jugadas: «Para nosotros fue un gran privilegio jugar con él. Entendió perfectamente en qué consistía el partido. Nosotros quizás fuimos un poco más flojo porque no queríamos hacerle daño, pero si lo hacías te hacía un mate en tu cara en cada jugada. Para él, estar en la cancha siempre era jugar fuerte y hacer a su equipo ganar». Efectivamente, tras ganar la primera mitad, remontó en la segunda.
Michael Jordan: más rápido, más talento
El puertorriqueño Ramón Rivas también recuerda bien aquella tarde en el Palacio de los Deportes de Barcelona ante 9.000 espectadores. «Era un tío supernormal, pero obviamente todo un figura, en el amplio sentido de la palabra. Me pareció alguien muy sencillo,también en el paseo que dimos luego. Por lo que me contó David Wood, durante la temporada de la NBA no era igual. Una vez discutieron durante un entrenamiento y a David le traspasaron poco después». Tiene chicha la visión de José Miguel Antúnez: «Fue mi primer contacto real con un jugador NBA, una superestrella. Fue un choque, como tocar el cielo. Era ya el mejor del mundo. Aquello fue impresionante, un espectáculo imborrable. Empecé a entender la dimensión de alguien así cuando pasó el tiempo. Saltaba más que nadie y corría más que nadie». El entonces base del Real Madrid tiene la teoría de que «vino a disfrutar de verdad. Le daba igual jugar en un ‘playground’ que en una cancha de la NBA. Para nada escatimó en esfuerzos. Fue sobre ruedas, de una forma natural. Es mejor jugar con él que contra él, pero no es nada fácil. Estuve muchos años con Arvydas Sabonis y estar a la altura de una superestrella requiere una responsabilidad muy grande. Estos jugadores son ganadores y, cuando no ganan, se pasan momentos complicados». Unos años después, Antúnez estuvo cerca de alcanzar la NBA tras disputar la liga de verano con los Houston Rockets. El suyo era un estilo muy físico, que para la posición de director de juego no era tan normal como ahora: «Jugar a ese ritmo se me daba bien y me gustaba. El baloncesto ha sufrido una gran evolución desde entonces», remarca.
Un año después, los invitados a la presentación de la ACB fueron Charles Barkley y Scottie Pippen, un cartel también de lujo, pero nada podía igualar lo sucedido en 1990. Así lo percibe Corny Thompson, presente en ambos encuentros. «Desde luego que eran también grandes estrellas que jugaban también a un nivel increíble, pero el más impresionante de todos fue Mike. Era muchísimo más rápido y tenía más talento que cualquier otro en la pista», nos cuenta ‘Papi’, el mítico pívot que metió aquel triple vital para que el Joventut ganase en 1994 su única Euroliga.
¿Y el punto de vista del entrenador? El desaparecido Manel Comas e Iñaki Iriarte dirigieron un equipo y el también fallecido Chus Codina y José Alberto Pesquera, el otro. Éste último se entusiasma al trasladarse a la tarde en la que Jordan escuchó sus instrucciones: «Fue una ilusión muy grande. Estar con el mejor de todos los tiempos fue increíble. Pero con lo más me quedo de él es con su modestia. Cuando le explicamos las dos o tres cosas tácticas que íbamos a hacer, prácticamente nada porque era un partido de All-Star, se puso en cuclillas y dijo varias veces ‘sí, coach’, ‘ok, coach’… Yo alucinaba. A lo mejor había algún que otro jugador que estaba distraído, porque aquello era una fiesta, pero él no conocía eso. Para él era un partido de baloncesto. La profesionalidad se demuestra ahí también».