Porque si uno llegaba tras cuatro derrotas consecutivas el otro lo hacía con ocho triunfos en línea. El primer cuarto, donde los blancos llegaron a mandar por la friolera de 17 puntos (12-29), arrasando sin piedad en el rebote (6 a 14 en el primer periodo), parecía refrendar esas tendencias y cargarse un partido que siempre apetece ver, lleves o no una de las dos camisetas puestas. Encima tenía el aliciente del debut de Kyle Singler, que ha de hacer olvidar que Rudy Fernández ha llevado la camiseta blanca esta temporada –que ya es difícil–. Su estreno no tuvo brillo –anotó un triple importante en el tercer cuarto y poco más, pero tiempo con él–, porque los focos los reclamaron otros.
Sorprendentemente, el Estu salió ganador de un partido de ritmo vivísimo, el que en teoría beneficiaba a su rival. Lo consiguió plantando cara bajo tableros, mostrando deseo y dejándose llevar por la grada, alimentada con cada canasta, y por un Jayson Granger omnipresente e incansable. El Real no pudo contrarrestar tanto carácter y fue perdiendo fuelle (y terreno) desde que el equipo de Pepu se puso por delante con un contraataque de Driesen (65-63 tras un 8-0 de parcial), ironías de la noche, el arma de matar del rival. Unas veces la casta de Gabriel, otras el oportunismo de los discutidos Flores y Wright, pero siempre Granger (83-78 a 1:25). El Real buscó dentro de sí y encontró un último argumento que se esfumó cuando Mirotic tropezó y perdió un rebote crucial que terminó en bandeja fácil del base uruguayo (85-82 a 38 segundos)…
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