Acaba la primera mitad de la primera fase de la primera burbuja de mi primera vida en mi primera pandemia. Una experiencia única que permite seguir, como los monos emojis del whatsapp, una estructura bien clara. Estamos viendo baloncesto y oyendo. Y ¿callar? Pues no. Hay voces para todos los lados, de entrenadores, jugadores, staff técnico y de más componentes de equipos con mascarilla. Pero también hay quien no quiere callar sobre el momento que vivimos. Historia, al fin y al cabo, historias en la historia.
VER
Tres partidos al día. Con la intensidad del juego y la sobriedad de la gradas vacías. El público local no suele dejar que te caigas en los partidos. Aquí, todos son visitantes, hasta Valencia que debutó en un pabellón, sin su gente y sin estar en la parte del marcador que pone local.
Aquí se llega en autobús desinfectado; se entra con mascarillas, alcohol y poca distancia social, porque desde las 15.30h. hay hostias como panes en la cancha. No faltan ni medidas de control, ni intensidad. En dos niveles de seguridad, organización de la ACB nos divide entre ‘azules’ y ‘verdes’. Verdes son los protagonistas del juego y el ‘Ajero’, que trata de grabar a los protagonistas.
Los protagonistas, de entrada, son los fans del San Pablo Burgos, a los que no vemos, pero estimamos y sentimos. Cada partido de Burgos salen y se meten imitando lo que hacen cada día en su Plaza de Toros. Les quieren recordar en cada partido y celebraron la primera victoria en la historia sobre el Real Madrid de esa manera.
OÍR
El basket se juega hablando. Entre los que defienden, sobre todo. Oyes a entrenadores y a sus jugadores. A jugadores que ya son entrenadores que arman defensas. Hay quien arma jaleo, pero por lo general no hay jarana. También se oye a los árbitros como nunca. Se hablan entre ellos bien bajito, pero llaman a los jugadores por su nombre de pila. Tratan de ser respetuosos y llamar a la calma.
Quizás, más que viendo, la demostración del buen basket que vivimos es oyendo. Nadie regala nada y se aprieta, se juegan batallas vocales como las de siempre. Los jugadores no paran y los árbitros aguantan en la única cosa que Amazon no sirve a domicilio, la paciencia.
Oír, hemos oído y hemos visto que en L’Alquería del Basket, separada por un túnel de vestuarios con neones, hay una sala de recuperación de jugadores. Equipamiento de un millón de euros que hace que los jugadores no se quieran mover. Cámara hiperbárica incluida, algo que no ha estado a la altura de algunos deportistas en su carrera deportiva.
CALLAR
Ahora que la NBA pone en relieve arrugas en la unidad de jugadores, sería complicado asegurar que todos los que están aquí, lo están encantados. La gran mayoría, sí. Y eso que el confinamiento estricto de jugadores y equipos está siendo durillo. Hay mucho joven que vive un sueño y mucho veterano que solo piensa en dormir. Pero hay una historia diferente que también va de sueños. Los jugadores afroamericanos miran con atención y preocupación el momento de cambio en los EE.UU.
Les ha pillado al otro lado de un océano, pero es su sueño. Huelen el momento histórico para su comunidad y gestionan como pueden estar por aquí. No es el problema el baloncesto que les ponga o les quite tiempo, es la imposibilidad de estar en sus calles, con su gente.
La iniciativa de Brandon Davies de salir con una camiseta de Black Lives Matter fue abrazada por el vestuario del Barcelona sin fisuras. Las zapatillas de los jugadores negros repiten las tres siglas BLM y esta burbuja es un altavoz de los se cansaron de vivir en una burbuja de falsa normalidad. Callan su auténtico deseo, pero gritan a la que pueden.
FOTO: acb Photo / J.M. Casares
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