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La oscura adicción al alambre. Crónica del España-Brasil, por Andrés Monje

La oscura adicción al alambre. Crónica del España-Brasil, por Andrés Monje

España perdió su segundo partido en la cita olímpica. Y al igual que el primero, ante Croacia, lo hizo de forma agónica. Esta vez fue Brasil (65-66) la que hizo caer a la vigente campeona europea en un encuentro trabado, sin ritmo y casi sin oxígeno, entre dos equipos cuyo único deseo no parecía ser jugar sino sobrevivir. Así, con el agua al cuello, la derrota deja España ya abiertamente en el alambre en la fase de grupos.

El alambre, su viejo amigo.

Tras mostrar su versión más gris, el conjunto de Scariolo se encuentra al límite, lo cual tras sólo dos jornadas es desalentador. Pero no vivirá, ni mucho menos, una sensación desconocida. El mejor equipo terrestre del último lustro en torneos FIBA (Estados Unidos computa en otra categoría), ha padecido siempre una oscura atracción por los escenarios de caos y extrema dificultad, aquellos en los que la espalda siente la pared y la mirada percibe el abismo.

En 2009 (oro europeo) Gran Bretaña, muy lejos de la primera línea, tuvo al cuadro español contra las cuerdas; en 2012 (plata olímpica) la primera fase se pasó con sangre, sudor y lágrimas; en 2013 (bronce europeo) la segunda se cerró con pésimas sensaciones; y en 2015 (oro europeo) Alemania estuvo a un tiro de dejar a España fuera de los cruces. Muestras permanentes. En todas ellas la nuca pisó el suelo, en todas ellas el final fue feliz. Sin embargo no hay rutina más peligrosa.

A España le esperan Nigeria, Lituania y Argentina en los próximos seis días. El margen de error es cero y el añadido expone la cuarta plaza como un salto al vacío (Estados Unidos en el cruce de cuartos). El riesgo es extremo, sólo vale ganar y la dificultad parece creciente, con bálticos y sudamericanos esperando hambrientos ajusticiar al ogro con el que siempre hay cuentas pendientes.

Ante Brasil el equipo de Scariolo vivió angustiado desde el inicio. Triste, mustio, con la mirada baja. Sin ritmo en ataque, donde los pases eran horizontales y nadie dividía la zona, sin oxígeno en las decisiones ni puntería en el triple (1/11 tras tres cuartos). Sobrevivió a duras penas ante un rival en el que sólo Huertas, perro viejo en el pick&roll, alimentó a sus compañeros con naturalidad. La fluidez en el resto no existió. En lugar de parqué parecía haber barro.

Un mal arranque (8-16, minuto 8) presagiaba el contexto que después iba a poder verse. O más bien sufrirse. Sería atrás donde España habría de sobrevivir, más aún con Pau Gasol en uno de esos días en los que se vuelve terrenal. El de Sant Boi corrigió muchos tiros en defensa pero no estuvo nada fino en la ejecución, su 4/11 en tiros de campo no desahogó pero su 5/12 en tiros libres, incluidos los dos errores finales, condujeron al precipicio.

Sin luz, supervivencia y bonus

Las zonas cambiantes que España empleó, primero en zona y con ajustes hacia individual, nublaron el ritmo de Brasil, que tampoco era mucho. Lo suficiente para llevar el partido, de tanteo bajo, a distancias manejables. Para permitir que una anotación por goteo bastase. Con Marquinhos irregular, Barbosa bien atado y Nene desacertado en su tiro (no en lo creativo, donde sumó notablemente con asistencias), sólo Huertas ponía luz en el túnel.

Los de Magnano no aprovecharon el primer descanso de Gasol, condena española ante Croacia e incluso permitieron a Sergio Rodríguez poner algo de clarividencia al ataque, con cuatro asistencias a la media parte que parecían despertar a la fluidez anestesiada. No fue así, pero sí sirvieron para nivelar el duelo (31-34) antes del paso por vestuarios. Con mal resultado y peores sensaciones para la subcampeona olímpica.

El atasco era de piernas y cabeza, mala señal.

España, correcta a la hora de regalar pérdidas y fiable en el rebote, necesitaba otro vuelo ofensivo pero con Gasol errático éste nunca llegó. Brasil lanzó dos bofetadas a la moral, una nada más salir del descanso (33-42, minuto 23) y la otra de inicio en el último cuarto (45-56, minuto 31). Pero ambas las esfumó después por su propia voluntad, con mala lectura defensiva traducida en un bonus de faltas permanente, que España aprovechó en la segunda mitad para sumar con cuentagotas (más de un tercio de los puntos totales de los de Scariolo llegaron desde la línea). Más de 13 minutos en bonus en un partido de pocos puntos y tan igualado suponía demasiado regalo.

Probó Scariolo con Claver de cuatro en el segundo (y último) descanso de Gasol, con Felipe Reyes como cinco buscando formatos más pequeños, pero de poco sirvió. El ritmo parecía encadenado y sin solución. Solo las defensas zonales (incapaz Brasil de descifrarlas con solvencia) y los libres mantenían con vida a España, muy falta de ideas especialmente en el perímetro.

Ricky Rubio sufrió de nuevo de enorme ansiedad con su tiro (de nuevo flotado) que pagó atrás con faltas evitables, el Chacho no atacó la canasta con solvencia y ni Navarro ni Rudy desahogaron con tiro exterior. Las cartas se esfumaban porque España vivía abrazada a su desacierto en el triple. Mientras, Mirotic y Gasol permanecerían en pista todo el último cuarto.

La chispa anhelada la trajo Sergio Llull, sobre todo conforme se acercaba el final. España firmó tres tiros de tres (en cuatro intentos) en el último parcial y Llull cogió peso en la dirección, sobre todo para ejecutar por sí mismo y llevar el partido a la agonía final. España no había podido merecer nada más que llegar ahí viva y Brasil, un manojo de nervios, justamente había facilitado esa situación.

Así llegó España uno arriba (65-63) al último minuto, pero no supo cerrar el partido. Dos tiros libres fallados por Gasol dieron opción de victoria a los de Magnano, uno abajo con una posesión. El lanzamiento de Huertas no entró pero sí el palmeo de Marquinhos, uno que España permitió pese a tener en pista su quinteto de más tamaño del encuentro, con Llull y Rudy fuera más Claver-Mirotic-Gasol dentro. Cinco segundos y medio permitieron una opción ofensiva que terminó en una embestida, más pasional que racional, hacia la zona del de Mahón y un tiro muy complejo que no olió aro. De nuevo cruz.

De nuevo el triunfo deslizándose entre los dedos y la vieja sensación de agonía en la mente. España demostró sobradamente otros años saber competir en la extrema necesidad pero el alambre, por mucha adrenalina y adicción que despierte, es traicionero. Ese alambre ahora son tres partidos sin margen de error. Será la última prueba de fe para un grupo cuyos éxitos parecieron nacer siempre de ese equilibrismo vital.

Como una paradoja de su ascenso a los cielos, España vuelve a pasar previamente por los infiernos. La cuestión es si será capaz esta vez de volver a encontrar a tiempo la salida.

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