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Un marciano sobre la tierra. Crónica del Australia-España, por Andrés Monje

Un marciano sobre la tierra. Crónica del Australia-España, por Andrés Monje

El último servicio olímpico de Pau Gasol, un marciano que decidió disfrazarse de humano para arrastrar hacia la gloria a toda una generación, no podía ser en balde.

Y no lo fue.

España volvió a su funámbulo para conquistar el bronce en Río en una extrema agonía vestida de partido ante Australia, que tuvo balón para ganar pero no lo hizo (88-89). Sólo entonces pudo el conjunto de Scariolo soltar todo el aire acumulado, que era ya demasiado. La esperanza ‘aussie’ se esfumó en ese último ataque, justamente mientras la mejor generación española de baloncesto de la historia cerraba su tercera medalla olímpica consecutiva. Conseguida bajo la perpetua sombra de su líder, que si realmente es de este mundo aprendió de lujo a disimularlo.

Gasol, en su versión inmortal, acudió raudo a demostrar su condición y la mantuvo en la cúspide durante todo el duelo. De un modo casi emotivo. Con 36 años, lejos de su esplendor físico y tras haberlo conseguido prácticamente todo durante su carrera, el de Sant Boi lideró otra vez y del mejor modo posible, inspirando a los suyos y respondiendo siempre el primero a cada situación adversa planteada por el adversario. Que no fueron pocas.

Tan fascinante fue que sus 31 puntos (12/15 en tiros de campo) y 11 rebotes apenas alcanzan a reflejar la verdadera influencia de su actuación en un partido que bien representa toda una década. Los números sólo dibujan la silueta del alien.

El nuevo jugador de los Spurs arrancó el partido hambriento, consciente de la envergadura del reto. Anotó ocho puntos en el primer cuarto y tras ocho minutos seguidos en pista se lanzó en plancha a evitar un balón fuera de banda con posesión australiana. Esa posesión no era un detalle más. Podía ser sólo una jugada puntual pero tratándose del protagonista y el escenario en absoluto lo era. Esa acción fue un mensaje.

Nikola Mirotic buscó la redención tras su actuación ante Estados Unidos y se unió al que fuera su socio en Chicago durante el primer período. El primero en la zona y el segundo desde el perímetro. Era buena conexión. Sus ocho puntos ayudaban a España a tomar el mando de un partido que orquestaba realmente en torno a su plan defensivo, impoluto de inicio.

Australia, una coctelera de baloncesto durante la mayor parte de estos Juegos, tuvo dos focos creativos atados. Y su velocidad con y sin balón, su abundancia de líneas de pase y lo vertiginoso de su baloncesto bien lo sufrieron. El sistema encadenó a Dellavedova, que subía el balón pero después no volvía a recibirlo (soberbia defensa negando su recepción), y a Bogut, que pagó cargándose de faltas (eliminado en los primeros compases del tercer cuarto) su ansiedad ofensiva, traducida en limitadísimas líneas de pase para que emplease su talento moviendo el balón.

España vivió sólida y segura también con la segunda unidad, con Sergio Rodríguez alimentando el pick&roll, Claver ejecutando con éxito un par de triples y Felipe Reyes ejerciendo de Felipe Reyes. Esto es, de gladiador contemporáneo. Así alcanzó los nueve puntos de renta (23-32, min.14) y posteriormente incluso los doce (28-40, min.16), máxima del partido. Pero por el camino comenzaría a ver síntomas de un agujero.

Y Australia lo agigantó.

Scariolo dominó el tablero teniendo Australia pívots grandes pero con David Andersen en pista, mucho más móvil y con rango de tiro exterior, la estructura torció el gesto. El veteranísimo interior australiano abría la pista y ofrecía una vía directa para castigar en cualquier pick&pop, especialmente con Patty Mills (30 puntos), una turbina por sí mismo. Es decir su equipo no necesitaría circular para dañar al rival. El base de San Antonio no desaprovechó la situación y entre ambos metieron a su equipo en la lucha por el bronce.

Australia elevó varios peldaños su lenguaje corporal atrás, resultando mucho más dura defendiendo los contactos, lo que unido al fuego rápido de Andersen (13 puntos al descanso) y Mills (detonaría más tarde) provocó un 10-0 de parcial en los últimos 4:12 antes del descanso. La solidez de España no se tradujo en una diferencial considerable en el electrónico (38-40).

Mills echa humo, Gasol es atemporal

Al cuadro de Lemanis apenas pareció importarle la quinta falta de Bogut a los dos minutos tras la reanudación. Porque encontró más minutos para Andersen, la pieza del puzzle que más había castigado a su rival, y la oportunidad para Motum (12 puntos y 6 rebotes en 15 minutos), una hormona hiperactiva todo su tiempo en pista.

Dellavedova seguía atrapado en una telaraña, construida a medias por la buena defensa de España sobre él y sus problemas de faltas. Pero tampoco importaba. Australia simplificó el plan y se lo entregó a su detonador de partidos. Mills sólo necesitó bloqueos centrales en la línea de tres (excelentes casi siempre del durísimo Baynes) para perforar una y otra vez la moral de la campeona de Europa. Llegó a la frontera del último cuarto con 23 puntos, abrazado a su particular pero efectivo caos. Y España, que tuvo acierto exterior con cuentagotas a pesar de encontrar situaciones óptimas de tiro, se gripó.

Allí estuvo entonces Pau Gasol para hacer contrapeso. Como siempre, como si el tiempo no hubiese pasado y su plenitud fuera eterna. Cogió el barco y con toda la naturalidad lo llevó a la orilla, como tantas otras veces había hecho antes. El faro español fue letal en todo tipo de situación ofensiva, tras bloqueo abriéndose, continuando hacia el aro o recibiendo en poste bajo para absorber atención de la defensa y servir al resto. Lo hizo todo y por el camino afiló la mirada, que comenzaba a recordar a la que Francia padeció en Lille once meses antes. Su asombrosa rutina de la excelencia.

Gasol acabó el tercer cuarto con 25 puntos y 9 rebotes, sosteniendo sobre su eterna espalda todas las esperanzas de medalla de una España que suspiraba por encontrar alternativas a su marciano. Un poco de oxígeno para sus pulmones. Con Llull y Navarro sin acierto y Mirotic viendo cómo su llama manguaba con el paso de los minutos, sólo el carácter de Rudy descargaba al dos campeón de la NBA. No era suficiente.

Australia había pasado a controlar el duelo. Tenía más jugadores en efervescencia (grandes minutos de Broekhoff anotando), su defensa respondía a la exigencia física del escenario y veía cómo a su rival parecía hacérsele largo el partido. Ni siquiera las alternativas defensivas probadas, con varias zonas de ajustes hacia individual e incluso una caja+1 (cuatro hombres en zona y uno en marca directa sobre el intratable Mills), volteaban la situación.

El Chacho, a tiempo

España redujo su segunda unidad hasta el límite en la segunda parte salvo por el detalle de comenzar a ver el crecimiento del Chacho, que sería vital, y tiró de Gasol a falta de nueve minutos para el final. El riesgo era agotarle en el tramo final, como ya había sucedido durante la primera fase, pero el héroe respondió. Con menos de cuatro minutos por jugarse, la diferencia invitaba a la agonía (79-78). Y la agonía no perdería ocasión de protagonizar el desenlace.

Scariolo devolvió al Chacho a pista -sustituyendo a Ricky Rubio-, dándole el timón con la esperanza de encontrar una alianza hacia el bronce junto al omnipresente Gasol. Funcionó. Ambos produjeron prácticamente en cada ataque hasta sostener a una España ya en el alambre, tibia en el rebote defensivo y sin acierto de tres. Una España sostenida por lo básico, su fe atrás y su orden (sólo 7 pérdidas) en el otro lado.

Dos tiros libres de Gasol, más otros dos de su socio en la fase decisiva, pusieron a España un punto arriba con sólo 5.4 segundos en el crono. La defensa valía un bronce y Australia no encontró siquiera situación de lanzamiento. Allí terminaba la actuación olímpica del bloque ‘aussie’, nuevamente con el amargor del cuarto puesto que le priva del podio olímpico, que nunca ha logrado. Allí se cerraba igualmente la aventura en Río del cuadro español, abrazado al podio. El que ha parecido ser su hogar durante toda una década.

España dejará Brasil con la tercera presea olímpica consecutiva colgada sobre su cuello, algo que sólo Estados Unidos, la URSS, Yugoslavia y Lituania habían conseguido hasta entonces. España dejará Río con otra visita a la élite, sufrida y disfrutada por ser quizás la última de un grupo humano para la historia del baloncesto.

Fue precisamente la historia la que regaló a España un don para llegar hasta esa grandiosa dimensión. Hasta la inmortalidad del juego. La historia regaló a España un marciano de nombre Pau Gasol. Uno con el que todo lo impensable pasaría a ser posible.

Uno con el que poder dejar huella eterna.

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