Portland es un equipo extraño. Históricamente fue el que más apostó por jugadores europeos e históriamente no ha sabido luego qué hacer con ellos. Es como si quisieran redimirse una y otra vez y una y otra vez la pifian. Pero de entre todas sus apuestas, la más clara era la del genio de Sibenik, la del Amadeus Mozart del baloncesto europeo, la del chico de pelo ensortijado que lo había ganado todo en su continente. Drazen Petrovic tenía una ambición desmedida y una infinita fe en sus posibilidades. Portland tenía un enorme deseo de que el jugador europeo más carismático y heterodoxo de todos los tiempos se acoplara a aquel juego y aquella manera de entender el baloncesto… que era lo más diametralmente opuesta a la de Drazen.
Drazen, en niño bonito, el que permanecía en cancha todo el tiempo que quería mientras estuvo en el Cibona, en el Real Madrid y en la selección yugoslava, se topó de golpe con la cruda realidad. Y la cruda realidad era que su técnico, Rick Adelman, hacía de la defensa su credo inamovible. ¿Petrovic defendiendo? ¿Dónde se había visto? O a Adelman se lo impusieron, o había visto poco a Drazen…
… Más información en la revista GIGANTES.
YA EN TU QUIOSCO