Si más de cincuenta años después de su retirada como jugador profesional Bill Russell todavía seguía siendo venerado por generaciones que jamás le habían visto competir era porque su legado iba más allá del parqué. Él colgó las botas en 1969 pero su influjo y sus logros perdurarán para siempre. Hizo, con sus actos, un mundo mejor y allanó el camino para que otros lo tuvieran mucho más fácil de lo que él lo tuvo.
El 1 de enero 1863, el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, en mitad de la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865) que dividía al Norte y al Sur, a los partidarios de eliminar la esclavitud frente a los que negaban esa realidad, declaraba abolida la esclavitud. Con aquello, y con la resolución de la Guerra Civil a favor de la Unión (los abolicionistas) desaparecían los esclavos, pero no el racismo.
Cien años después, en agosto de 1963, Bill Russell era uno de los cientos de miles de seres humanos que tomaron parte en la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, la misma donde Martin Luther King Jr. pronunció su histórico discurso ‘Yo tengo un sueño’.
Había transcurrido un siglo desde que la esclavitud había sido declarada ilegal en los Estados Unidos y sin embargo, los afroamericanos estaban todavía muy lejos de ser totalmente respetados y tratados como iguales en la sociedad estadounidense.
Bill Russell acudió a aquella marcha cuando ya era una estrella de una NBA eminentemente racista en muchas de sus aristas. Su presencia allí no es más que otro de sus múltiples actos en la lucha contra la segregación que impulsó de formar paralela a su carrera como jugador profesional.
Nacido en 1934 en el sur, en Luisiana, Russell sufrió desde pronto los horrores del racismo en un territorio muy propicio para ello. Hablamos de una sociedad sin esclavos, sí, pero donde los afroamericanos estaban segregados y donde no se les permitía compartir buses, cafeterías, teatros, espacios públicos en general, con los blancos. Ocurría en demasiados lugares de la extensa geografía estadounidense, la misma de un país que a la vez que denostaba a los afroamericanos, se erigía a los ojos del mundo como adalid del progreso y de la libertad.
Russell y los suyos emigraron a Oakland, un entorno mucho más amable para ellos y desde ese punto empieza a construir su carrera. Gran atleta, sus dotes en el baloncesto no fueron realmente valoradas hasta su época en la NCAA. Tras pasar por el Instituto McClymonds y sobresalir en sus últimos años, únicamente recibió una beca para jugar al baloncesto. Nadie más que los rectores deportivos de la Universidad de San Francisco le ofrecieron la oportunidad a Russell. No se arrepentirían jamás. En tres cursos, del año 1953 al año 1956, ganaría dos títulos de la NCAA, empezaría a labrar su amistad y su capacidad de jugar con K.C Jones, prolongada en sus años míticos con los Celtics, y saldría ya como una estrella lista para el profesionalismo.
En 1956, los Celtics, de la mano de Red Auerbach, eran una franquicia interesante en esa primera década de vida de la NBA, pero no sumaban títulos. Boston, la urbe que cobijaba a la franquicia, era una ciudad que veneraba a los Red Socks y a su época dorada de principios del siglo XX de la mano de Babe Ruth. En 1947, precisamente en las Grandes Ligas de Béisbol, Jackie Robinson había sido el primer jugador negro en formar parte de ellas. Un hito en un deporte entonces eminentemente racista. En la década de los 30, Joe Luis había sido, con su capacidad pugilística y sus títulos mundiales, otro deportista que había roto las barreras, ya tumbadas tiempo atrás por el también boxeador negro Jack Johnson.
Pero que hubiera deportistas negros en los deportes que entonces se consideraban de blancos no suponía que fueran inmediatamente respetados, que no existieran repetidos episodios de racismo. El baloncesto no iba a ser una excepción. En 1950, los Celtics habían sido los primeros en elegir en el Draft a un jugador negro — Chuck Cooper — quien junto con Earl Lloyd, Nathaniel Clifton y Hank DeZonie conformarían los primeros afroamericanos en derribar más paredes y en jugar en la NBA.
Pero el entorno no era fácil para ellos. Russell lo vivió y lo sufrió desde el mismo momento en el que pasó a formar parte de la entidad, en 1956. Lo hizo a cambio de 25.000 dólares, que era lo que exigía para firmar por cualquier franquicia. Los Sant Louis Hawks, que elegían en la segunda posición —los Rochester Royals, que seleccionaban con el número 1, tenían bien cubierta la posición de pívot y no les interesaba Russell —miraban por Russell pero no querían pagarle esa cantidad. Auerbach acordó con ellos que lo seleccionaran y que se lo traspasaran a los Celtics a cambio de Cliff Hagan y Ed Macauley. A corto plazo, a los Hawks les salió bien el trueque, pues estuvieron en las Finales de 1957 y todavía ganaron el anillo en 1958, una de las pocas pausas que Boston y Bill Russell concedieron en su dictadura de once anillos en trece temporadas.
Porque Bill Russell hizo eso: ocho entorchados seguidos (de 1959 a 1966), uno anterior en su año de debut (1957, tras colgarse en oro en los Juegos de Melbourne de 1956) y dos más en 1968 y 1969, ya como entrenador-jugador. Y sin embargo, alguien que cambió el baloncesto, que potenció el juego desde la defensa, que dominó los aros y varió no sólo el estilo de juego del baloncesto de los 50 y de los 60, sino que impulsó y lideró a los Celtics a una dinastía de once títulos que difícilmente se podrá igualar en el deporte estadounidense, era odiado por buena parte de la sociedad de Boston y de los Estados Unidos.
Russell, que cogió a los Celtics con 0 anillos y los dejó con 11 cuando colgó las botas, era negro en la América de los 50 y los 60. Y eso, para muchos, era algo imperdonable.
“Yo juego por los Celtics, no para Boston”
Boston le hizo daño a Bill Russell. Cuando, ya estrella y líder total de la franquicia, se mudó a una casa mejor, el racismo entró por la ventana en forma de saqueo de su vivienda y destrozos. Llegaron incluso a defecar en su cama. Al protestar a la policía, esta le dijo que “habrían sido los mapaches”, con cierta sorna. Russell contestó que entonces se compraría un arma para matarlos. Y su casa nunca más fue asediada.
Este hecho habla a las claras de lo que era parte de la sociedad de Boston en los 60: racismo puro y duro. Los Red Socks, que llevaban sin ganar unas Series Mundiales desde 1918, seguían sin embargo siendo más populares que los Celtics de Russell. En una encuesta que abordaba esa cuestión, muchos contestaron que para que la franquicia de baloncesto fuera más popular debía “tener menos negros”.
Russell siempre dijo que él jugaba para los Celtics, no para Boston. Tal fue el daño que le hizo la ciudad, que tras su retirada decidió dejar de vivir allí. Nunca regresó para ser un habitante más. El tiempo echó sal sobre las heridas y en 2013 la urbe, transformada por completo desde el punto de vista social, le rindió un homenaje en forma de estatua. Antes, en 1972, los Celtics retiraron su camiseta con el número 6. Russell no quería actos y sólo aceptó ver colgada su camiseta de lo alto del Boston Garden si la ceremonia se realizaba sin público, en privado. Y así fue.
Jamás se arrugó
Sin embargo, el racismo no sólo era cosa de Boston, por supuesto. Vivir humillaciones y tratos injustos hicieron de Russell un hombre más fuerte en su determinación por luchar por los derechos civiles. No se amilanó, no se echó atrás, no se arrugó y dio la cara y alzó la voz. Con su presencia en la citada Marcha sobre Washington de 1963 o apoyando junto con otras estrellas negras del deporte a Mohamed Alí cuando el boxeador se negó a formar parte de las tropas que acudían a la Guerra de Vietnam. La famosa foto del Muhammed Ali Summit, en 1967, en Cleveland, donde aparece un jovencísimo y todavía llamado Lew Alcindor (luego Kareem Abdul-Jabbar) daría la vuelta al mundo.
Son dos ejemplos muy visuales, pero en las pequeñas cosas que suceden en días destinados a la nada también se construyen y consiguen grandes avances.
En 1961, en Lexington, Kentucky, un lugar marcado por sus conflictos raciales y caldo de cultivo para que se dieran situaciones atroces, Russell dijo basta. En la previa a un duelo de pretemporada celebrado allí contra los Hawks, Russell, Cleo Hill y otros jugadores negros fueron a tomar algo a una cafetería, donde les negaron el servicio por su color de piel. Tras ser conscientes los dueños del establecimiento de que se trataba de jugadores de la NBA, accedieron sólo por esa razón a servirles. Russell y compañía no estuvieron de acuerdo, porque no eran únicamente jugadores de la NBA, eran personas, y como protesta boicotearon el partido entre los Hawks y los Celtics y no lo jugaron.
También en un duelo de exhibición, en una jornada donde el destino decía que no iba a pasar nada, Russell dio otro pasito más. Tras disputar el partido amistoso en la ciudad de Marion, en Indiana, Sam Jones, K.C. Jones y Carl Braun junto con el propio Bill fueron a una hamburguesería. Antes de partido todos los jugadores de los Celtics habían sido honrados con la entrega de las llaves de la ciudad por parte del alcalde. Un acto simbólico, de reconocimiento, que sin embargo, estalló pronto. “Entramos en la hamburguesería, que tendría como un espacio para 40 personas pero sólo había unas 10 personas y nos dijeron que no nos podíamos sentar porque estaba todo reservado. Entonces fuimos a la barra, totalmente vacía, y nos dijeron lo mismo, que estaba todo reservado. Entendimos el mensaje y nos fuimos”, contaba sobre lo sucedido Carl Braun.
En lugar de aceptar la injusticia, de resignarse, los jugadores se dirigieron hacia la casa del alcalde, Jack Edwards, quien profundamente dormido recibió la visita de un grupo de hombres dispuestos a no tolerar las posturas racistas. Le devolvieron las llaves de la ciudad y le hicieron saber que no aceptaban la discriminación ni a ninguna ciudad que la albergara.
“Russell recogió el papel de líder en esa situación”, comentan sus compañeros de aquel viaje que fue otro pasito más en la lucha por los derechos civiles y que ilustraba hasta qué punto era un líder Russell y hasta qué punto acciones así valían tanto como ser el primer entrenador afroamericano de la NBA, cargo estrenado por Russell en 1966 mientras también hacía las veces de jugador.
“Nunca pensé que la segregación estuviera bien”, dijo Russell en una entrevista con la NBA. “Escuchas a la gente decir: ‘eran cosas de esos tiempos’. A mí jamás me importó en qué tiempo se diera. Jamás me pareció bien”.
Cuando colgó las botas, Russell tuvo una interesante pero corta etapa como entrenador en Seattle en los 70, sentando las bases del plantel que ya sin él ganaría el anillo en 1979. No le fue tan bien en los Kings, mediada la década de los 80 y en su último servicio como preparador. Miembro del Hall of Fame de la NBA como jugador desde 1975 y como entrenador desde 2021, dicen que se aburría como comentarista para la televisión, que no estaba cómodo, que no se sentía libre y que como se encontraba bien era ayudando a los demás, impulsando acciones sociales y luchando por los derechos civiles.
Poco amigo de los focos, de los homenajes en vida y del protagonismo —no daba autógrafos – llegó a ser investigado por el FBI en los 60 por su activa lucha contra el segregacionismo al ser considerado un elemento peligroso. Con el trascurrir de su vida, con los avances de la sociedad y con la menor presencia del racismo en el seno de los Estados Unidos, los reconocimientos fueron aflorando. En 2011 el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, le distinguió con la ‘Medal of Freedom’, la mayor distinción civil que se otorga en el país.
“Su humildad y decencia reflejan lo mejor del espíritu americano”, recalcó Obama al colgarle la medalla.
Bill Fenton Russell fallecía en la tranquilidad del pasado 31 de julio a los 88 años. La NBA decidía poco después que su número 6 jamás podría ser utilizado por ninguna franquicia. Con honores. Descanse en paz.
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