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El ‘spacing’ en el baloncesto: ¿Por qué en la NBA y en FIBA se defiende diferente?

El ‘spacing’ en el baloncesto: ¿Por qué en la NBA y en FIBA se defiende diferente?

Una de las reglas que más marca el baloncesto NBA, y de paso más le diferencia del FIBA, es la consideración de los tres segundos defensivos. Y es que hablando del mismo deporte, las reglas pueden generar un juego distinto. En realidad así sucede. De hecho en el baloncesto, un juego básicamente de espacios y ángulos, como lúcidamente definió Moncho Monsalve en su día, ese simple matiz normativo, que hace referencia al espacio en el que se juega, suele ser mucho más importante de lo que parece.

Los tres segundos defensivos impiden, en la NBA, que un jugador en la zona pueda quedarse sin asignación defensiva clara, es decir, pendiente única y exclusivamente de la ayuda, durante más de ese tiempo. Se puede apreciar en este ejemplo con el caso de Klay Thompson, que a propósito ‘pierde’ a su asignación:

Tal circunstancia no está permitida y es, por tanto, sancionada.

Permitir ese escenario con normalidad, es decir esa renuncia voluntaria a la asignación defensiva, generaría un juego distinto, en el sentido de que, sobre todo, facilitaría que ubicar a un jugador de enorme tamaño en las inmediaciones del aro -sin atender a otra tarea más que la protección del mismo- marcase todo el juego a media pista. Es justamente lo que sucede en FIBA, donde esa normativa concreta no existe. Y realmente no se trata solo del efecto mayúsculo que esto tiene para casos de jugadores de gran altura y poder de intimidación (su valor crece de forma exponencial sin esa regla), sino igualmente en cómo potencia las ayudas defensivas del sistema y, como consecuencia, reduce el espacio ofensivo.

Dicho de otro modo, esa permisividad en FIBA deriva en un hecho decisivo a la hora de atacar o defender: saturar la zona de cuerpos es mucho más factible sin los tres segundos defensivos NBA. Hasta el punto de que en estos escenarios, considerando la evolución física que vive el baloncesto (y el resto del deporte), que plantea jugadores cuyas condiciones (altura, envergadura, velocidad de desplazamiento, etc) abarcan cada vez más espacio, pueda resultar difícil incluso meter un balón al poste bajo. No ya digamos jugarlo después, puesto que al primer bote (incluso antes) el atacante ya tendría la ayuda impidiendo su acción.

El espacio cambia notablemente según esa normativa exista o no. Y el espacio es un elemento muy determinante para el juego.

Lo complejo de encontrar espacio y tiempo en las posiciones cercanas al aro pero de espaldas al mismo, con el fin de crear situaciones de ventaja a partir de meter balones a la pintura (generar el baloncesto ofensivo desde posiciones interiores), ha acentuado la urgencia en buscar ese espacio en otro sitio. ¿Dónde? Fuera de la pintura.

Por ahí nace, en parte, el abuso del triple, una acción cada vez más accesible para todo tipo de jugador y, a la vez, una muy eficiente. Sin ir más lejos, un 34% de acierto en tiros de tres resulta ya más efectivo que un 50% de acierto en tiros de dos. Si unimos lo complejo de encontrar espacio cerca del aro (el lugar con mejores porcentajes), también para generar desde ahí, con lo relativamente cómodo que es el recurso del lanzamiento exterior, que además es más eficiente (el punto extra es diferencial), se encuentra el camino a seguir.

Los tres segundos defensivos exponen más al defensor interior

Los tres segundos defensivos NBA tienen también consecuencias para los interiores o jugadores menos móviles que deben defender: quedan más expuestos a tener que defender situaciones lejanas al aro, donde su poder intimidatorio se reduce drásticamente y su posible falta de velocidad lateral, o explosividad, es castigada.

La NBA permite ajusticiar a estos gigantes mucho más a menudo porque, más allá del cambio de emparejamiento que deje a un interior con un exterior a siete metros del aro (por ejemplo, tras un bloqueo directo en la línea de tres), lo diferencial es que la normativa limita la presencia de otros cuerpos patrullando el aro. Es decir, abre el camino al atacante.

En FIBA sucede lo contrario. En caso de cambio de emparejamiento, quedando un gigante con un base rival lejos del aro, los compañeros del hombre que defiende pueden saturar mucho más fácilmente la zona de cuerpos, impidiendo que ese camino al aro del atacante sea limpio. O al menos tan limpio como sí puede resultar en la NBA.

El jugador que arranca su carrera en FIBA y desemboca en la NBA suele notar bastante este aspecto del juego, sobre todo aquellos que son manejadores de balón. De la falta de espacio ofensivo, llegando incluso a casos de asfixia, que pueden encontrar en FIBA pasan a un escenario distinto, el NBA, donde se potencia más al creador que al destructor. Les resulta más sencillo encontrar soluciones porque el espacio con el que cuentan en ataque es, en la práctica, diferente.

El caso contrario es también muy revelador. Brillar en escenarios NBA de máxima amplitud, mucho más comunes en esta era donde incluso los cincos juegan de cara al aro e incluso en línea de tres para aumentar aún más el espacio de ataque, puede derivar en estrellarse contra una pared al cambio FIBA, sobre todo en casos donde los ataques no dispongan de grandes amenazas desde el triple.

Hoy en día, un equipo NBA sin amenaza al triple lo tiene muy complicado. Ese mismo equipo, en FIBA, lo tendría directamente imposible. Es un caso trasladable, igualmente, al universo individual. Y no tanto por el valor de ese triple como por el espacio que genera abrir las defensas. El tiro exterior es, además de un recurso de finalización, una llave que proyecta otras cualidades.

Y es que un factor a menudo subestimado del tiro de tres no es tanto la cantidad de puntos que pueda generar directamente, a través de esos lanzamientos exteriores, como la cantidad de espacios que abre en la defensa y acaban generando buenas opciones de ataque de forma indirecta.

Sin ir más lejos, una de las mayores virtudes de Stephen Curry, el mejor tirador de tres de la historia, es toda la atracción defensiva que genera sin siquiera entrar en contacto con el balón, cómo estira la defensa y la aleja del aro con su mera presencia, por el pánico que genera su tiro. Ese temor se traduce en espacios, para él y (especialmente) para el resto.

Y en un juego competido en un rectángulo en la práctica cada vez más pequeño, a consecuencia del creciente despliegue físico de los jugadores, quienes ‘reducen’ las dimensiones de la pista, ese espacio sigue siendo lo equivalente al oxígeno en la vida. Por ese motivo una normativa diferente, como la citada de los tres segundos defensivos, puede acabar generando dos juegos distintos en un mismo deporte.

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