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Kobe Bryant, Made In Italy. La historia de su paso por el país cuando era un niño…

Kobe Bryant, Made In Italy. La historia de su paso por el país cuando era un niño…

El pasado en Italia de Kobe Bryant, explicado magistralmente por Guillermo G. Uzquiano en el número especial de 'La Mamba' que se publicó en Gigantes

Recorrido por los lugares en los que Kobe Bryant vivió entre los seis y los trece años. Su padre fue uno de los norteamericanos más espectaculares de la Liga Italiana en los años 80. Allí empezó todo…

«En aquella época la NBA la componían sólo 22 equipos, no existían las ligas de desarrollo y los campeonatos turco o ruso no eran opciones viables. En Europa, los norteamericanos sólo podían venir a España o Italia. Por Bryant se interesaron más equipos pero los entrenadores no acababan de fiarse de él. No tenía muy buena fama. Se decía que era indisciplinado, individualista y mal defensor». Luigi Ricci lo ha sido todo en el basket de Rieti: periodista, team manager y agente de jugadores. Fue una de las personas que mejor conoció al padre de Kobe Bryant cuando llegó a Italia.

Que aterrizaran estadounidenses en la Lega no era una sorpresa entre finales de los 80 y principios de los 90. Algunos como Bob McAdoo, George Gervin, Adrian Dantley o Alex English tuvieron experiencias en el país transalpino al final de sus carreras. Pero sí llamó la atención que un jugador de 29 años que venía de jugar en los Sixers, los Clippers y los Rockets fichara por un equipo de la A2, la segunda división del país. Era Joe ‘Jellybean’ Bryant. «Estaba cansado de los viajes, quería una vida más tranquila», según Ricci. «A él le gustaba el estilo de vida europeo», apostilla Claudio Crippa, compañero suyo en Pistoia años después y actual ojeador de los San Antonio Spurs en Europa.

«En la época teníamos un presidente muy respetado en el país, Italo Di Fazi, que a su vez era amigo de un representante con muy buenos contactos en América, Richard Percudani. Había traído a Rieti, por ejemplo, a Willie Sojourner y en 1984 señaló a Joe Bryant», prosigue Ricci.

Papá estelar

En uno de los habituales torneos veraniegos de la época, en un parquet montado sobre una pista de tenis de tierra batida en San Benedetto del Tronto, en la costa adriática, Joe Bryant realizó un primer tiempo sublime en su debut. “El señor Di Fazi ordenó al técnico Nico Messina que lo quitara inmediatamente. Le daba miedo que algún otro ojeador lo viera y nos lo quitara. Mandó que le ‘secuestraran’ en el hotel y que no le pasaran llamadas (no había móviles)”, recuerda entre risas Ricci.

Tras superar ampliamente esa ‘prueba’, Joe Bryant aceptó sin dudar la oferta de la Sebastiani Rieti y se instaló a 70 kilómetros de Roma con su familia. Estaba casado con una guapísima modelo, Pamela Cox –hermana de otro jugador de la NBA, John ‘Chubby’ Cox–, y tenían dos hijas mayores, Shaya y Sharia, y un chico de seis años con un extraño nombre. Amantes de la comida japonesa, los Bryant quedaron un día impresionados con la deliciosa carne de ternera de la ciudad nipona de Kobe y decidieron llamar así a su hijo, que nació en Philadelphia en 1978.

Así pues, Kobe tenía seis años cuando llegó a Italia. Ricci recuerda que “no era un chico muy sociable, tampoco especialmente simpático. Más bien introvertido. Siempre iba con un balón de basket bajo el brazo”. Su padre le había puesto una canasta en el jardín de la casa alquilada, justo al lado de una de las ventanas del primer piso. Los dueños temían que rompiera el cristal pero el chaval tenía tanta puntería que el vidrio permaneció intacto.

Bryant encontró en Rieti la compañía de otros dos estadounidenses: Dan Gay y Phil Melillo, un rapidísimo base que se había visto obligado a jugar varias temporadas en categorías menores para poder nacionalizarse italiano. Melillo, que aquella temporada 84-85 promedió más de 17 puntos por partido recuerda como Kobe “venía siempre a los entrenamientos con su padre. Siempre quería tirar a canasta o retar a un ‘uno contra uno’ a quien fuera. Siempre quería comprobar sus progresos. Había que sacarle casi a patadas de allí para poder entrenar”.

Los primeros pinitos

Fue en Rieti donde Kobe Bryant disputó el primer ‘partido’ de su carrera. El hijo del jefe, Claudio Di Fazi, dirigía en las categorías inferiores y le invitó a jugar un torneo de minibasket, aunque tenía dos o tres años menos de lo permitido. El entrenador rival, Gioacchino Fusacchia, admitió esa excepción pensando que un chico tan joven no podría hacerles daño. Empezó el partido y Kobe anotó su primera canasta. Cortó el saque siguiente y encestó de nuevo. Lo repitió cuatro o cinco veces de forma consecutiva. Uno de los niños del equipo contrario se puso a llorar, los padres protestaron y Fusacchia tuvo que pedir un tiempo muerto y amenazar a Di Fazi con que impugnaría el resultado si no retiraba a aquel chico negro. No hubo manera de consolar a Kobe. Tuvieron que improvisar un trofeo al mejor jugador del partido para compensarle.

«Joe Bryant realizó dos temporadas sensacionales en Rieti. Llegaba al vestuario y decía: ‘Hoy voy a meter 30 puntos, hoy 40…'», recuerda Ricci. «Anotó 30 puntos en más de 40 ocasiones, un día incluso llegó hasta los 63. En la temporada 85-86, fue el máximo anotador del campeonato, con 37,6 puntos de media por partido. En el All-Star de la Lega de aquel año 1985, Joe Bryant fue elegido MVP por segunda edición consecutiva pero quien asistió a aquel partido en el PalaEur de Roma», recuerda sobre todo lo que sucedió en el descanso. El hijo de uno de los jugadores saltó a la cancha, cogió un balón y empezó a tirar a canasta desde varias posiciones. Encadenó unos veinte lanzamientos sin fallo. Los 7.000 espectadores aplaudieron a rabiar a aquel pequeño fenómeno. Por supuesto, era Kobe, con 7 años.

Ese verano, el club de Rieti estaba en dificultades económicas y tuvo que vender a Joe Bryant a la Viola Reggio Calabria, también de A2. Hasta el sur de Italia, a la costa peninsular más cercana a Sicilia, se dirigió la familia. Joe nunca llegó a aclimatarse. Pero haría un último servicio a su anterior equipo. “El destino quiso que Reggio Calabria visitara Rieti en la última jornada”, cuenta Ricci. “Ellos ya estaban salvados pero nosotros aún no. Bryant protagonizó una de sus peores actuaciones como profesional. Sólo anotó ocho puntos. Bostezaba durante los tiros libres y mandaba besos a la grada mientras se disputaba el partido”. Obviamente, Rieti ganó aquel encuentro y se salvó. Hubo un clamor popular para volver a fichar a Joe pero el nuevo presidente fue lapidario: “¿Bryant? El circo está en otro sitio”.

El circo estaba mucho más al norte, en la Toscana. Claudio Crippa ya pertenecía al Maltinti Pistoia cuando Joe llegó en 1987: “Yo ya había jugado contra él en los años precedentes. Era impresionante. Medía 2.05 pero jugaba de base. Sus partidos eran un clinic porque dominaba todas las facetas del juego: el bote, el pase, el tiro… Era muy difícil de defender”.

En dos partidos de esa temporada 87-88, también en la A-2, Bryant anotó 53 puntos. “Además era carismático, le gustaba jugar para divertir al público, daba pases por detrás de la espalda, hacía ‘alley-oops’… A mí me recordaba a Magic Johnson”, añade Crippa.

Los Bryant habían encontrado una casa a un cuarto de hora del PalaFermi de Pistoia. En Cireglio, un pequeño pueblo de 700 habitantes al que se llegaba ascendiendo una pequeña colina.

El verano pasado, mientras se recuperaba de su lesión del talón de Aquiles, Bryant pasó unos días de vacaciones en Italia. Un día que estaba con su familia en Florencia, antes de viajar a Capri, no dudó en levantarse a las cinco de la mañana y ser conducido hasta Cireglio. Allí saludó a antiguos conocidos, visitó la casa donde creció, la pizzería ‘La Via dell’Orto’ donde él y su familia cenaban a menudo, y la pista donde practicaba tiros de sol a sol, hoy ya sin canastas y convertida en una pista de patinaje.

Obseso del basket

Como ya había sucedido en Rieti y Reggio Calabria, Joe Bryant llevaba siempre pegado a su hijo Kobe. Venía a ver todos los entrenamientos, siempre con un balón. Y en cuanto hacíamos un descanso, se metía en la pista y se ponía a tirar. Su padre le enseñaba todos los fundamentos. Aquel chico llevaba el basket en la sangre”. Crippa recuerda también como poco después se organizó un partido benéfico donde acudieron los mejores norteamericanos de la Liga. A Kobe le dejaron jugar unos minutos con los mayores. La primera vez que cogió el balón, metió un triple. Tenía 12 años. Su padre ya había fichado por la Pallacanestro Reggiana –denominada entonces Cantine Riunite Reggio Emilia– para jugar por fin en la A1, en un equipo cuyo objetivo era la permanencia.

“No se sabía muy bien cuál era su posición. Era un ‘tres y medio’. Había que construir un equipo en torno a él”, intenta explicar Daniele Barilli, periodista del Resto del Carlino, el por qué hasta ese momento no había jugado en la máxima división italiana. “Con los años había pasado a jugar más cerca del aro pero seguía teniendo una técnica maravillosa. Y era un auténtico showman. Siempre estaba riéndose, bromeando. Iba a chocar la mano al público durante el partido”.

Quien le dio la oportunidad con 34 años fue Mario Ghiacci, GM de Reggio Emilia: “Era un fenómeno. Muy versátil, como Kobe ahora. Podía jugar de 1, de 2, de 3 o de 4.”. El hijo de Ghiacci era uno los que más jugaba con Kobe: “Yo tenía tres años menos y creía que me ganaba siempre por la edad. Luego comprendí que no era el único motivo”, ironiza Andrea Ghiacci.

Kobe llegó a Reggio Emilia con 11 años y fue matriculado en el colegio de monjas San Vincenzo de Paoli. Sus compañeros percibieron enseguida un gracioso acento toscano en el italiano que hablaba. La maestra de matemáticas Annarita Perisi recuerda que era “brillante y simpático pero no le gustaba mucho mi asignatura porque su inteligencia es creativa, no esquemática”.

Futbolero… pero menos

Allí todos los chicos jugaban al fútbol. Él también se aficionó. Seguía a Maradona, Matthaüs, Baggio y el resto de grandes jugadores que hacían de la Liga Italiana la mejor liga del mundo. Pero se hizo milanista, sobre todo por aquel trío de holandeses que dominaría el calcio: Rijkaard, Gullit y Van Basten. A menudo le ponían de portero, donde podía sacar partido a sus brazos largos. “Pero era también un buen delantero. Le propusieron jugar en un equipo de fútbol pero se negó, recuerda Chris Ward, un chico de padre americano, su mejor amigo de la época. Kobe sólo pensaba en el basket.

Quien le frecuentó entonces, le recuerda como “educado pero desapegado”. No solía acudir a los cumpleaños de los otros chicos argumentando que debía entrenar. Tenía una canasta en su casa de Montecavolo. Pasábamos las tardes jugando al baloncesto allí o viendo vídeos de Jordan, su ídolo. También nos intercambiábamos zapatillas, las coleccionábamos”, añade Ward.

Circula una leyenda según la cual su profesor de educación física le desaconsejó la práctica del baloncesto. El profesor Pierpaolo Gambarelli lo desmiente categóricamente: “Era un gran atleta. No era bueno sólo al baloncesto, también le gustaba el salto de longitud”. “Tenía dotes atléticas fuera de lo común. Era el único de nosotros que conseguía machacar el aro, aunque fueran canastas de minibasket”, añade Davide Giudici

Tenía claro su futuro NBA

Giudici era, junto con Nicola Prandi, el que más se acercaba a su nivel en las categorías inferiores de la Pallacanestro Reggiana, donde empezó a jugar. El equipo de su edad se le quedaba claramente pequeño, por lo que fue ascendido a la categoría superior. Con los chicos más mayores también destacaba. En un torneo internacional que disputaban todos los años en Turín, Kobe dio una exhibición y su equipo ganó la final con 30 puntos de margen. “No era lo mejor tener un compañero de equipo así de bueno. Te hacía sentir un poco inútil”, recuerda Giudici. “Una vez se hizo daño en la rodilla y temía que eso le pudiera impedir jugar en la NBA. Nos echamos a reír pero tenía razón ¡Con 12 años estaba seguro de que sería profesional, se sorprende aún Prandi.

Con alguna dificultad pero Kobe se había aclimatado bien a la vida de adolescente en el centro de Italia. Incluso se le conoció una novia, Giorgia Gallo. “¿Novia? Qué palabra tan fuerte. Si sólo teníamos 12 años. Digamos que nos teníamos un afecto mutuo”.

Pero llegó el momento del adiós. En los 69 partidos disputados en aquellos dos años, Joe Bryant promedió más de 21 puntos por partido. Sin embargo, en la segunda temporada su porcentaje de tiro bajó del 41 al 33%. Empezó a tener problemas visuales y a jugar con gafas. Reggio Emilia decidió no renovarle. “Cometimos un error. Los grandes campeones tienen que decidir cuándo dejarlo”, recuerda 22 años después Mario Ghiacci.

Joe tuvo un infructuoso paso por el Mulhouse francés pero poco después decidió retirarse. La familia volvió a EE.UU.  aunque Kobe quedó ligado de por vida a un país por el que siempre ha mostrado un tremendo afecto y en el que sueñan con que cierre su carrera una vez deje la NBA.

“¿Qué me quedó de Italia? La pasión. La pasión por mi deporte, por la familia, por la amistad. Italia tendrá siempre un sitio en mi corazón”.

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