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Amor y legado: el último Kobe Bryant

Amor y legado: el último Kobe Bryant

Ni se inmutó. Tampoco dudó. Cuando Kobe estaba escuchando la pregunta, le resultó familiar. No era la primera vez que se la hacían, pero la respuesta siempre era la misma. Para qué quería tener un hijo que continuara con su legado, si para eso ya tenía cuatro maravillosas hijas. La respuesta, concluyente de por sí, ganaba mayor contundencia cuando Gigi estaba presente. A falta de ver el crecimiento de las dos más pequeñas, la segunda hija en nacer del matrimonio Bryant-Laine era la heredera de los genes del padre. No ya de los rasgos físicos, que también, sino del ADN que traspasa de generación en generación el amor por la canasta.

Al hablar de Kobe se recalcan varios antes y después en su vida. Su etapa en Italia, los años con Shaq, las temporadas con Pau o el fatídico día en el que su tendón de Aquiles fue protagonista. Además, también se menciona todo lo que rodea a su figura, tanto dentro como fuera de la cancha: la ética de trabajo, el oscuro caso de la joven empleada del hotel, el rumor de la pieza de Beethoven, su capacidad para aprender diversos idiomas, su amor por Vanessa… Todo eso era Kobe. Lo bueno y lo malo. Un tipo que, por su propia filosofía, jamás habría cambiado una coma de lo vivido.

Sin embargo, y esto no hace más que engrandecer su figura, posiblemente nos hayamos perdido su versión más generosa. El padre que, después de afirmar que se iba a alejar del mundo del baloncesto al colgar las botas, volvió a la vida pública con un objetivo totalmente diferente: hacer feliz a su hija Gigi. Un proceso en el que todo el movimiento del baloncesto femenino se vio inmerso y favorecido. El amor era mutuo. 

Como reconocía una emocionada Chiney Ogwumike, estrella de Los Angeles Sparks, el regreso  a la vida pública de Kobe era una mera consecuencia de su verdadera meta. Hace unas semanas había invitado a una sesión privada de entrenamiento a la propia Chiney, Cambage y diversas jugadoras de la WNBA. No buscaba reconocimiento, tampoco mostrarse superior a ellas. Kobe las respetaba como las estrellas que son, quería que su hija (y el equipo de esta) aprendiera de grandes ejemplos y, sumado a todo esto, ayudar con su experiencia. Un caso que no era el primero. El amor de Kobe por el juego de Jewell Loyd era abiertamente conocido y este la convirtió en su hermana pequeña. La jugadora de Perfumerías Avenida mejoró y evolucionó de la mano de Black Mamba, al mismo tiempo que pasó a formar parte de su familia. Durante ese camino juntos, Kobe le apodó ‘Gold Mamba’, algo más que un mote según ella, una forma de vida. Una en la que, cada vez que salta a la pista, vemos el espíritu de aquella bestia competitiva que arrasó en la NBA. Una prueba más de que su huella va mucho más lejos del lugar que le tenía asignado la historia al ‘sucesor de Michael Jordan’.

Jewell Loyd abrió un camino que estaba en su fase inicial todavía. A la escolta estadounidense le siguió Sabrina Ionescu, uno de los talentos destinados a revolucionar y dominar el mundo del baloncesto durante la próxima década. Tras el adiós de Kobe, Sabrina no pudo contener las lágrimas: “Todo lo que hago, lo hago por él. Era un amigo muy cercano. Esta temporada va por él”. No fue la última. Dos pasos por detrás, llegaba Hailey van Lith. La estrella de instituto,  preparada para dar el salto a la NCAA, había recibido visitas de Kobe y se las había devuelto para entrenar con Gigi. Instantes que le sirvieron a la joven promesa para reconocer en ambos “una pasión por vivir que nunca antes había visto”. 

De esta manera, y con el amor hacia Gigi como guía vital, Kobe evolucionó. Del insaciable escolta de los Lakers, al padre inspirador. De ser entrenado, a enseñar a aquellas que persiguen su propio sueño. Y todo esto sin distinción de género. Ninguna figura pública de su talla ha hecho tanto por el baloncesto femenino. Supo normalizar, con palabras y con hechos, la unión de dos polos que todavía mucha gente se esfuerza por alejar. Le daban igual las reacciones de aquellas mentes instaladas dos siglos atrás, no tenía problema en reconocer que veía en Diana Taurasi, Elena Delle Donne o Maya Moore, jugadoras capaces de competir en la NBA. Kobe buscaba inspirar a las siguientes generaciones del mundo del BALONCESTO, porque él solo veía estrellas, talento, esfuerzo, trabajo y grandeza. Una mentalidad que le llevó a construir la Mamba Academy, el paraíso de un hombre que, tras ganar absolutamente todo, pasó el duelo de colgar las botas mientras seguía soñando, disfrutando de la familia y poniéndose nuevos objetivos.

Su relación con la ciudad de Los Angeles también la trasladó al último Kobe que disfrutamos. No podía ser de otra manera. Contar con su compañero Derek Fisher en el banquillo de las Sparks contribuyó a ello y ambos se apoyaron mutuamente para intentar gestar un equipo campeón. El técnico relataba historias de liderazgo y grandeza a sus jugadoras en el vestuario, utilizaba a Kobe para mostrar un ejemplo de cómo forjar un gran equipo en el día a día, desde el entrenamiento. A su vez, el propio Kobe fue el que se involucró en el proceso. Un día, durante el descanso y más de 30 minutos después de un partido del training camp de la selección estadounidense, se encerró con varias jugadoras y con sus hijas en una habitación y aportó la visión opuesta. Comenzó a argumentar formas para entender mejor a Derek Fisher y competir al más alto nivel. No quería guardarse nada en su interior, deseaba compartir todo lo vivido en las últimas dos décadas. Y qué mejor que hacerlo con su gente de Los Angeles.

Nos ha dejado Kobe Bryant, todavía suena extraño. El hombre que miró a la gloria deportiva a los ojos, pero que realmente alcanzó la felicidad plena cuando pudo disfrutar de su familia. El mismo tipo que vivió sus últimos años visitando partidos de la WNBA y NCAA, enseñando a los más pequeños la Mamba Mentality y construyendo su pequeño gran paraíso, la Mamba Academy. Y todo fue por amor. Amor por una pequeña que también se ha marchado demasiado pronto, al igual que las otras 7 personas que viajaban en el dichoso helicóptero. Por Gigi, por Bryant, nos toca a todos seguir normalizando y potenciando el baloncesto femenino. Porque si algo aprendimos del último Kobe… es que todavía queda mucho camino por recorrer. Lo haremos sin él, porque el héroe ha dicho adiós, pero la leyenda perdura y su legado es eterno.

Thanks for the memories, 24.

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