Damian Lillard y James Harden han sido los dos últimos en hacerlo, pero se ha convertido en la verdadera pandemia de la NBA, o al menos eso deben pensar los propietarios. Estrellas de la liga firmando un contrato por cientos de millones para pedir el traspaso a los pocos meses es la nueva norma, algo que se ha convertido en habitual, pero que viene pasando desde hace décadas en la mejor liga del planeta. Lo hicieron Wilt Chamberlain o Kareem Abdul-Jabbar en los primeros años de la liga, una muy diferente, y lo han hecho este mismo verano tres estrellas: Bradley Beal, Lillard y Harden. Aunque no a todos los ha salido bien el plan.
En los últimos años la lista de nombres es demasiado larga y algunos se repiten dos, como Paul George y Kyrie Irving, o incluso tres veces, como es el caso de James Harden. Les acompañan con solo una petición Kawhi Leonard, Anthony Davis, Ben Simmons y si nos vamos un poquito más atrás, a la década anterior o incluso principio de siglo, aparecen también Dwight Howard, Chris Paul, Vince Carter, Carmelo Anthony o incluso Kobe Bryant y Paul Pierce, los dos únicos a los que su franquicia decidió, en vez de mover, traer ayuda para hacerles cambiar de opinión. En común todos tienen solo una cosa: su futuro está en el Salón de la Fama de Springfield, donde todos entrarán tarde o temprano por su contribución al baloncesto. Todos son o eran estrellas de la NBA, pero el cambio no les sentó a todos por igual.
En el caso de Kareem Abdul-Jabbar y Wilt Chamberlain, las dos primeras grandes leyendas de la liga que pidieron el cambio, hay que poner en contexto que la NBA era un lugar muy diferente. No existía la agencia libre como tal, y los jugadores no tenían libertad de movimiento; la única manera eran los traspasos. En ocasiones, conseguían ser enviados a otra franquicia, pero tanto Kareem como Wilt tuvieron que ser muy insistentes en sus necesidades. Casualmente, ambos acabaron en Los Angeles Lakers y ganando anillos, dejando pie a pensar que pedir el traspaso asegura un título, cuando para nada es así.
Viajamos a principio de siglo y cambiamos de país. En Toronto, Vince Carter se había convertido en una referencia de la liga y sus espectaculares jugadas habían puesto a los Raptors en el mapa, pero se cansó de no poder competir, entre otras cosas. Vince pidió el traspaso, forzó la mano y acabó en New Jersey jugando para los Nets, pero nunca pudo ganar un anillo. Como le pasó a Chris Paul al salir de New Orleans Hornets rumbo a los Clippers. Lo intentará este año otra vez, ahora en Golden State tras ser, casualmente, moneda de cambio por Bradley Beal y Jordan Poole. A punto estuvo Howard de retirarse también sin un título, que consiguió en la burbuja con los Lakers. Aunque ocho años antes forzó su salida de Orlando pidiendo ser traspasado a la franquicia angelina donde la aventura, con Kobe, Pau y Steve Nash fue un fracaso.
La lista sigue. Paul George pidió salir de Indiana primero y de Oklahoma más adelante, y todavía no ha pisado unas finales de la NBA, similar al caso Harden. De Houston a Brooklyn, de los Nets a los Sixers y ahora quiere dejar Pensilvania, pero no juega finales de conferencia desde 2018. Carmelo Anthony pidió ir a su New York natal y jugar en los Knicks, en el pabellón con más magia de la NBA, y hace poco anunció su retirada sin haber podido siquiera jugar unas finales. Kyrie Irving no ha ganado nada desde que dejó de jugar con LeBron James, y lo mismo sucede con Kevin Durant y Steph Curry. Pedir salir, incluso pedir un destino fijo como han hecho Lillard con Miami y Harden con los Clippers no garantiza para nada ganar.
Ha habido otros más exitosos, por supuesto. El más recordado en los últimos años es el de Anthony Davis. El que fuera jugador de los Pelicans pidió por activa y pasiva ser traspasado a los Lakers, y al final la gerencia (tras conseguir el pick #1 del draft) aceptó. Un año y media pandemia más tarde, los Lakers eran campeones. Historia similar a la de Kawhi Leonard con la diferencia que Kawhi también quería ir a Los Angeles… y le mandaron a Toronto. No le importó, jugó toda la temporada, ganó el anillo y el MVP de las finales y al entrar a la agencia libre, firmó por sus queridos Clippers, donde todavía no ha ganado.
Hay dos maneras de entender las peticiones de traspaso de los jugadores NBA. La primera, egoísmo. La mayoría de jugadores lo hacen tras haber firmado por altísimas sumas de dinero, en el caso de algunos incluso por varios cientos millones de dólares, en lugar de no aceptar renovaciones y decidir salir a la agencia libre, o firmar contratos más cortos. La segunda, el excesivo control de los propietarios sobre los jugadores. En el momento en que ser firma un contrato NBA, el jugador pasa a ser prácticamente propiedad de la franquicia que pueden hacer con él lo que quieran, incluido mandarlo a la otra punta del país sin aviso previo. Es el precio a pagar por salarios millonarios y jugar en una liga como la NBA, pero es un peaje difícil de imaginar en cualquier otro sector.
La única manera que tienen los jugadores de controlar su futuro y seguir cobrando contratos tan altos es plantándose cuando la situación se vuelve insostenible, a nivel deportivo, personal y humano, o de relaciones con la franquicia. Porque la agencia libre es el único momento en el que un jugador decide su destino, salvo si eres LeBron James. En el caso del jugador de los Lakers ha encontrado la fórmula definitiva: contratos cortos y control de su futuro. Pierde dinero, podría cobrar mucho más si firmara por cuatro años, pero sabe que si la cosa se tuerce en Los Angeles, la puerta siempre estará abierta a final de temporada. Por eso James representa el empoderamiento del jugador NBA moderno mejor que nadie, y sin haber pedido nunca un traspaso.
