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El primer capítulo del libro de Antetokounmpo, íntegro y gratis

El primer capítulo del libro de Antetokounmpo, íntegro y gratis

Hace unas semanas vio la luz la primera biografía en castellano de Giannis Antetokounmpo. Escrita por José Manuel Puertas, propone un viaje por la historia vital del griego. Una historia de película, desde su infancia en Atenas hasta el MVP y el estrellato en la NBA con los Milwaukee Bucks bajo el título ‘El MVP que surgió de la miseria’. Aquí te dejamos íntegro el primer capítulo de un libro que puedes comprar aquí.

 

  • EL PEOR CONTEXTO POSIBLE

 

El veinticinco de junio de 2019 el espectacular Barker Hangar de Santa Mónica (California) acoge la gala de premios de la temporada NBA. Para el final de la misma queda el galardón principal, que reconoce al MVP del ejercicio en la liga más poderosa del planeta. En román paladino, se nombra al mejor jugador del mundo. El elegido es Giannis Antetokounmpo, que supera a James Harden y Paul George. Viene de firmar un curso colosal, con promedios de 27,7 puntos, 12,5 rebotes y 5,9 asistencias por partido, liderando a los Milwaukee Bucks. Se convierte en el primer miembro de la franquicia de Wisconsin que gana el MVP desde que lo hiciera Lew Alcindor posteriormente Kareem Abdul-Jabbar en tres ocasiones a comienzos de la década de los setenta. Igualmente, a sus veinticuatro años, es el tercer jugador más joven de la historia en lograrlo, sólo superado por Derrick Rose, ganador con veintidós años en 2011 y por LeBron James, vencedor en 2009 siendo apenas unas semanas más joven que el portento griego.

No es una sorpresa que Adam Silver, comisionado de la NBA desde 2014, nombre a Antetokounmpo ganador. Pero cuando el heleno sube al escenario las emociones se desbordan. “Estoy nervioso”, son sus primeras y entrecortadas palabras. Las lágrimas le acompañarán en los siguientes cuatro minutos y medio, tiempo que dura su discurso, en el que su gigantesca mano debe secar su rostro en varias ocasiones. Con dificultad, recuerda y agradece en primer lugar a Dios, así como a compañeros, agentes y entrenadores. Su voz se quiebra recordando la confianza de los Milwaukee Bucks para liderar una franquicia en tiempos bajos en un chaval de dieciocho años que estaba en Grecia. Pero todo adquiere un tinte mucho más emotivo si cabe cuando hace alusión a su familia, comenzando por su padre, Charles, fallecido en septiembre de 2017 de un repentino ataque al corazón. “Hace dos años me metí en la cabeza ser el mejor de la liga, hacer todo lo posible para que mi equipo gane. Todo lo que he hecho en la cancha ha sido pensando en él. Me motivó y empujó a jugar más fuerte, por encima del dolor, y a presentarme a jugar aunque no estuviera preparado”, afirma. Acto seguido, es turno para sus hermanos: Francis, Thanasis, Kostas y Alexis. “Os amo chicos. Sois mis modelos y agradezco todo eso que hacéis por mí”, recuerda. Por último, le toca Veronica, su “fantástica” madre. “Es mi auténtica heroína. Siempre se dedicó a nosotros, vio nuestro futuro. Creyó en nosotros y siempre estuvo ahí”, evoca. En la cima del mundo, a Giannis le rompe recordar las no pocas miserias por las que tuvieron que pasar él y los suyos durante muchos años. Durante casi toda una vida. El suyo es un cuento que se diría imposible, que no podríamos creer si no fuera porque lo hemos visto con nuestros propios ojos. Una oportunidad de final inimaginable. Una historia que merece ser contada como estímulo para los más jóvenes.

Lagos, Nigeria, año 1991. Charles y Veronica eran una joven pareja que, como tantas otras, buscaba ganarse la vida lo mejor posible. Ambos se encontraban cerca de la treintena y con escasas oportunidades laborales. Tampoco la situación familiar era sencilla. A él, miembro de la tribu yoruba, una lesión en la rodilla le cercenó sus deseos de llegar a ser futbolista profesional, después de haber practicado también balonmano o voleibol en su juventud. Ella, antigua saltadora de altura, es igbo. Ambos procedían de familias muy numerosas y su distinta etnicidad generaba algún recelo sobre su relación incluso tras la llegada de su primer hijo, Francis. Por ello, y dada también la falta de empleo, tomaron la decisión que tantos otros adoptaron antes y seguirían tomando después: emigrar a Europa, donde muchos jóvenes africanos anhelaban conseguir una vida mejor. Lo peor, sin duda, fue que el joven Francis, con algo más de dos años, debió quedarse atrás bajo el cuidado de sus abuelos. 

Ahí comenzaba un escenario de incertidumbre para el matrimonio Adetokunbo el significado del apellido en yoruba es “La corona ha regresado desde ultramar”. Una vez que llegaron a Europa, todo fue mucho más difícil de lo que algunas voces les habían prometido. La caída del Muro de Berlín había hecho que muchos otros ciudadanos pasaran por Grecia en busca de oportunidades. Albaneses, búlgaros, georgianos, rumanos, rusos o ucranianos llegaban en grandes cantidades, mientras que kurdos, afganos y otros migrantes asiáticos también lo eligieron como país de paso hacia otros destinos del Viejo Continente. En cuanto a Nigeria, Grecia era razonablemente accesible para sus habitantes. La construcción por parte de empresas búlgaras de pozos de petróleo en el país más poblado del continente negro había establecido una ruta comercial y de viajeros entre ambos territorios. Una vez allí, desde Bulgaria no resultaba difícil saltar a Grecia y, lógicamente, a Atenas.

Pero la capital de la democracia tampoco era el lugar más acogedor para una familia que, sin papeles y por supuesto sin trabajo, buscaba establecerse y arrancar casi desde cero. El primer barrio en el que se instalaron los Adetokunbo fue Kypseli, donde encontraron la ayuda de la que acabaría siendo la ‘señora Victoria’, una compatriota que llevaba ya algún tiempo en la capital griega. Durante su estancia allí nació su segundo hijo, Athanasios (Thanasis), el dieciocho de julio de 1992, pero la falta de oportunidades era desesperante, lo que les llevó a Alemania persiguiendo mejores opciones que tampoco aparecerían. De regreso a Atenas, se instalaron en un modestísimo apartamento en piso bajo en Ampelokipoi, céntrico barrio y sede principal del Panathinaikos durante años. Al poco tiempo, el seis de diciembre de 1994, Verónica dio a luz a su tercer vástago, Giannis. Fue en Ampelokipoi donde la familia encontró el apoyo, entre otros africanos, de un migrante nigeriano de la tribu igbo, Okoronkwo Williams, al que todo el mundo llamaba cariñosamente entonces, y sigue haciendo hoy, ‘Chike’. Y sin ningún lujo y no sin problemas, consiguieron encontrar una cierta estabilidad. Charles trabajaba de todo un poco, principalmente en temas de mantenimiento, y Veronica, principal motor del núcleo familiar, ejercía cuando podía como cuidadora de niños. Otra opción habitual fue la venta ambulante. También, en temporada, ambos recogían naranjas en fincas próximas a Atenas. Labores no demasiado agradecidas ni reconfortantes ninguna de ellos. De ese modo, mal que bien, poco a poco fueron haciendo un camino en su nuevo país. Aunque desde luego no el esperado al dejar Nigeria. 

La situación no era más que de pura supervivencia. Y claro, algunos vínculos se reforzaron, principalmente con los que se compartía origen y quizá destino. “Éramos como una familia, pasábamos mucho tiempo juntos y estábamos ahí los unos y los otros para lo que necesitábamos, pero eran tiempos en los que nada era fácil para casi nadie y simplemente nos ayudábamos como buenas personas, como cualquiera habría hecho en ese momento”, evoca ‘Chike’ Williams, vecino de bloque durante tiempo y que incluso recuerda cómo, durante un par de meses, llegó a convivir con los Adetokunbo. Por allí ya correteaba el pequeño Giannis. “Sentía devoción por su madre, realmente no tenía muchos amigos, ella era su gran aliada”, rememora. Desde muy pronto, la relación de Giannis con su futura “heroína” fue muy sólida. En casa o en la calle.

 

‘Chike’ Williams al rescate

Ya se ha comentado que uno de los trabajos más habituales de los Adetokunbo era la venta en las calles. Y sin tardar demasiado, Thanasis y Giannis se unieron a echar una mano en la economía del grupo. Carteras, DVD, relojes, bolsos, sombreros, gafas de sol y otras baratijas como los kombolói, un objeto típico en Grecia parecido a un rosario pero sin carácter religioso y que se usa como pasatiempo, formaban parte del modesto catálogo a la venta en diferentes ubicaciones estratégicas. La más habitual era bajo la Torre Atenas, el edificio más alto de la capital helena, repleto de oficinas y muy cerca de la estación de metro de Ampelokipoi. Pero también se situaban en otros puntos de frecuente paso de turistas, en una metrópoli repleta de rincones propicios para ello. E incluso fuera de Atenas, en ciudades como Tebas o Egio, cuando ello era posible. Cuentan, y él mismo presume de ello, que el joven Giannis tenía una sagacidad y persistencia especiales para embaucar al comprador, superior a la de Thanasis. Quizá por ello disfrutaba tanto de acudir con sus padres a ayudarles a ganar unos euros. Y cada céntimo ganado, obvio, era motivo de orgullo para los hermanos. 

Trabajar desde jóvenes de forma más o menos regular no es la infancia soñada por los pedagogos. Aparte de eso, el desarrollo de los Adetokunbo tuvo una mezcla cultural. La educación en el colegio era griega, así como la ropa o la comida, pero en casa eran nigerianos. Escuchaban música de su país de origen y Veronica les hablaba en igbo, uno de los mayoritarios entre los 250 dialécticos nigerianos, aunque nunca llegaron a controlarlo lo suficiente. Y en el día a día, la disciplina era férrea. “Era una cuestión de respetar a tus mayores y tener moral”, explicaría el propio Giannis en The Undefeated en 2019. Pero también de sacrificio. De observar a su padre rechazando un plato de la escasa comida del día para que comieran los demás. «No, no, primero los chicos”. Aunque allí normalmente si había comida para uno, la había para todos. De su progenitor aprendieron también a huir de un racismo que palpaban en el quehacer diario, en la escuela en la que sólo ellos eran negros entre blancos o cuando les tocaba apoyar en el trabajo a sus padres. “Yo no era de pequeño consciente de lo que significaba que mi piel fuera de otro color e hice buenos amigos. Algunos lo siguen siendo hoy. No sentía racismo de forma directa. Mi padre siempre nos ayudó a huir de él. Nunca dejó que el dolor creciera en nuestro corazón, siempre le quitó importancia”, narra Giannis en el documental Raíces y Alas de Movistar

Y es que, en cierto modo, los Adetokunbo eran felices pese a no tener casi nada más que deudas y una situación permanentemente irregular. La nevera, casi siempre al día. Y el temor a una deportación, inevitable. Hasta en alguna ocasión fueron arrestados por la policía griega durante sus ventas ambulantes, para acabar siendo liberados. Hay quien recuerda incluso a Veronica arrodillada a las puertas de un juzgado ateniense frente a sus hijos, pidiendo clemencia. Años más tarde, Giannis lo explicó en Sport Illustrated: “Cada vez que nos detenían, mi madre decía que se había dejado los papeles en casa. Si los policías hubieran querido, la habrían mandado de vuelta. Pero le dijeron que se fuera a casa. Dios estuvo con nosotros”. Regularizar la situación en el país era un anhelo. Obtener un pasaporte, un sueño casi imposible. Vivieron también algún desahucio, como si nada pudiera faltarles. O la inundación de su piso en Ampelokipoi, tras la que ‘Chike’ Williams jugó un papel fundamental, aunque se reste mérito. “Me plantearon una serie de necesidades en aquel momento y yo les ayudé con algunas, pero luego me marché un tiempo y cuando volví ya habían conseguido mudarse a un nuevo lugar. Me dijeron que el dinero que les di lo usaron para eso y me pareció bien, esto es todo”, explica, huyendo de ponerse medalla alguna. Sin embargo, varias fuentes aseguran que su ayuda económica directa y logística con la compañía de aguas ateniense resultó crucial para que sus compatriotas pudieran mudarse a un piso incluso más cómodo en otro barrio de la capital, hacia el oeste: Sepolia. 

Aquel cambio, que llegó en 2003, resultó notable por ubicarse en un entorno completamente nuevo y dejar atrás la escasísima zona de confort que habían podido hallar en Atenas. Aunque definitivamente merecía la pena, pues el nuevo piso ofrecía mayores comodidades que cualquiera de los previos. Además, la familia siguió ampliándose, con la llegada de dos hijos más, Kostas (veinte de noviembre de 1997) y Alexandros (veintiséis de agosto de 2001). Por cierto, un detalle que no cabe obviar y que refrenda la multiculturalidad en la que Veronica y Charles buscaron formar a sus hijos se refleja en sus nombres. El de los cuatro nacidos en Europa tiene una parte griega y otra nigeriana: Athanasios Rotimi, Giannis Sina Ugo, Kostas Ndubuisi y Alexandros Emeka. Y en el caso del segundo, además, refleja la diferente procedencia de ambos progenitores. Sina es una palabra yoruba que significa “puertas abiertas”, mientras Ugo diminutivo de Ugochukwu es una voz igbo que significa “el águila de Dios”.

En todo caso, aunque se ganara algo de espacio en el día a día, las dificultades no fueron a menos. Aún tendrían varios cambios más de ubicación, ya sin volver a vivir fuera de Sepolia durante bastantes años, pues seguían lejanas la quimérica regularización y una mínima estabilidad económica. Ganarse la vida siguió siendo una cuestión para la que había que moverse continuamente. Con Veronica siempre tirando del carro y los jóvenes siguiéndole desde la Torre Atenas hasta ciudades del extrarradio cuando era necesario. Y sin dejar de tener que correr ante la policía en demasiadas ocasiones. Tras varios cambios, el último alojamiento de los Adetokunbo en Sepolia fue un modestísimo apartamento con dos pequeñas habitaciones. En una de ellas, con una doble litera, dormirían durante años los cuatro hermanos, que no destacaban precisamente por su escaso tamaño corporal. 

Eso sí, dentro de las complejidades también había tiempo en ocasiones para el ocio. En Giannis quedó impregnado el amor paterno por su gran pasión: el fútbol. Pese a haberse criado en territorio verde, el joven se hizo pronto aficionado del eterno rival. Sus sueños pasaban por jugar algún día en los mejores estadios europeos, y en la enconada rivalidad en la capital griega eligió el Olympiakos por encima del Panathinaikos. El motivo principal fue el brasileño Giovanni Silva, referente de los de El Pireo equipo al que llegó procedente del Fútbol Club Barcelona entre 1999 y 2005 y el auténtico ídolo de la juventud de Giannis junto al francés Thierry Henry, otro fino estilista en las proximidades del área, líder durante casi una década del Arsenal inglés. No fue algo demasiado habitual por razones obvias–, pero siempre que surgía alguna oportunidad, Charles y Giannis acudían al estadio Georgios Karaiskakis para animar al Olympiakos. Muy cerca de allí se ubica el pabellón de la Paz y la Amistad, guarida de la versión baloncestística de los rojiblancos, por la que los Adetokunbo no sentían en su primera juventud ni el más mínimo interés.

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