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Los Knicks han vuelto: el método Thibs y claves de su despegue, por Andrés Monje

Los Knicks han vuelto: el método Thibs y claves de su despegue, por Andrés Monje

Hasta este curso, los New York Knicks acumulaban siete campañas seguidas sin pisar los Playoffs. Y seis sin superar las 32 victorias en fase regular. Su proyecto había caído a las sombras de la Liga, algo en buena medida motivado por la inestabilidad de sus decisiones en los despachos, el desfile de técnicos –hasta seis distintos en siete años- y la carencia de identidad de un conjunto que, incapaz de cumplir aspiraciones improbables a corto plazo –como atraer estrellas de primera línea a una dinámica tan negativa-, parecía pulsar el botón de reinicio demasiado a menudo. Una receta habitualmente contraria al éxito.

El aterrizaje de Leon Rose en la Gerencia, como Presidente de Operaciones en marzo del pasado 2020, tuvo como consecuencia no solo el cambio de rol de Scott Perry –General Manager– sino otro vertebral en el banquillo. Rose, con una larga y reputada trayectoria como agente (gestionó, por ejemplo, la carrera de LeBron James en los años previos a su etapa con Klutch Sports), confió para el puesto en Tom Thibodeau, un viejo amigo, de método tradicional y controvertido ajuste a una era moderna donde la relación entrenador-jugador se ha ‘horizontalizado’ más que nunca. O, dicho de otro modo, donde la autoridad implacable del técnico ha abierto paso a una relación más colaborativa, donde convencer y no imponer es casi el único camino posible.

Cuatro meses después del inicio de curso los Knicks, con récord positivo (33-27) y la mejor racha activa de victorias en la NBA (ocho consecutivas), están en disposición de volver a la fase final. Incluso de pelear por el factor cancha en ella. Una situación inesperada que ha devuelto a la franquicia al primer plano por méritos deportivos.

¿Qué ha cambiado? ¿Cómo los Knicks han vuelto a ser tan competitivos? ¿Qué están haciendo para haber pasado de su 21% de victorias de hace dos cursos (ganaban uno de cada cinco partidos) y el 32% del curso anterior (vencían en uno de cada tres) a imponerse, en el actual, en más de la mitad de sus encuentros?

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Dejar (solo) entrenar al entrenador

El concepto anterior parece obvio, pero en los Knicks no siempre ha sucedido. Y con Thibodeau, un hombre especialista en trabajo de pista pero que ha demostrado tener más sombras en áreas de despachos, resulta además vital acotar roles. Antes de su primera aventura como técnico jefe, que recibió en Chicago en el verano de 2010, Thibodeau había desempeñado el rol de asistente en la NBA durante dos décadas. Uno de sus trabajos lo vivió en Nueva York, junto a Jeff Van Gundy, ayudando a crear estructuras defensivas de élite.

Thibs, maníaco del orden, esfuerzo y detalle, fue ganando prestigio en la Liga hasta llegar al punto cumbre de su carrera en la sombra, su etapa en Boston, al lado de Doc Rivers. Con los Celtics disfrutó de su elemento favorito del juego: la destrucción ofensiva del rival. De aquel éxito, que acabó en anillo (2008), recibiría más tarde la oportunidad de ser técnico en solitario.

En realidad a Thibodeau el foco nunca le atrajo demasiado. Introducía en su vida factores que ni le gustaban ni le resultaban fáciles de gestionar. Más peso de sus apariciones públicas, siendo un hombre con poco don en ese sentido; mayor necesidad de interactuar con los despachos, teniendo poca cintura en ese mundo; e incluso poder ejecutivo, en la toma de decisiones de proyecto. Introducía, en definitiva, múltiples situaciones que le alejaban de lo que más le interesa: la vida de su despacho a la cancha y viceversa. El trabajo de campo.

No es nada casual que sus experiencias en Chicago y Minnesota, las dos únicas que ha tenido como técnico jefe, hayan terminado con curvas en lo relativo a sus relaciones -y decisiones- ante el poder. En New York, Rose le prometió salvaguardar su figura y generar una mayor confianza en ese trato ante el escalón superior. Su jefe también era su amigo y eso, en el fondo, le permitía centrarse en lo que mejor sabe hacer.

Del convencimiento a la identidad

Su incapacidad para domar un vestuario dividido básicamente en dos bandos: Jimmy Butler vs Towns-Wiggins, derivó en su salida de Minnesota (enero 2019), equipo al que había devuelto a los Playoffs catorce años después. Pero aquella experiencia le hizo pensar. Así, durante algo más de un año que estuvo sin asumir el cargo de algún otro banquillo, Thibs fue visitando franquicias en las que trabajaban técnicos cercanos a él, para comprobar desde fuera sus métodos, su forma de gestionar plantillas, de cara a aprender y limitar errores en esa parcela durante su próxima aventura. Su gira de visitas humanizó, al menos en parte, su modo de aproximarse a un vestuario.

Nada más iniciar el training camp de los Knicks, los jugadores vieron un técnico muy predispuesto a rebajar su intensidad en las formas, que no el fondo. “Hizo un gran trabajo –relataba Julius Randletrasladando su idea, enseñando qué era lo correcto y como teníamos que colaborar unos con otros”. Era la nueva cara de un Thibodeau que, previamente al inicio, había devorado todos los partidos de los Knicks el curso anterior. Es decir, la nueva cara de un hombre que en sus entrañas seguía siendo el mismo obseso de siempre.

Thibs ha convencido, con su método, al grupo que tiene entre manos. Aunque ese método sea enormemente exigente desde un plano físico y mental. Aunque exija máxima atención y plenitud en el esfuerzo. Los jóvenes han comprado la idea y entendido que ese camino, recorrido en conjunto y con el sacrificio por bandera, es el único que puede sacar a la franquicia del abismo.

La principal consecuencia de eso es la construcción de una identidad colectiva. Los Knicks saben a qué juegan, cuáles son sus puntos fuertes, cómo sobrevivir cuando atacan sus débiles. Han desarrollado la suficiente confianza en su plan como para dominar a los equipos ante los que teóricamente deben hacerlo: tienen un récord de 21-9 ante rivales por debajo del 50% de victorias (cuarto mejor del Este), algo clave -no fallar cuando no debes- si quieres construir una campaña positiva. Y han vuelto, en definitiva, a ser un equipo consistente.

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Maestro de la destrucción

La forma más viable de llegar a ese éxito, bajo la fórmula de Thibodeau, es por supuesto la defensa. Algunos podrían llegar a decir -no sin motivos- que en su caso no es tanto la mejor forma como la única. Lo cierto es que la experiencia de Thibodeau creando y gestionando sistemas defensivos de élite resiste pocas comparaciones en la Liga. Se le puede discutir en ciertas áreas, pero no en su conocimiento defensivo.

Su preferencia por sobrecargar el lado fuerte (aquel en el que se encuentra en ese momento el balón), proteger el aro y crear telarañas de ayudas que acaben frustrando al rival son mandamientos casi innegociables y patrones de éxito. Los equipos de Thibs no agreden el ataque rival, no buscan recuperar rápido el balón, lo que pretenden es generar cansancio, hartazgo e impotencia a lo que tienen delante. No tanto robar para poder correr como producir constantemente malos tiros que acabe desgastando mentalmente al rival. Es en realidad una defensa conservadora, sostenida en ritmos bajos y batalla física. Si no se puede aprovechar esa defensa para anotar una canasta fácil en transición, no se aprovecha: destruir es lo esencial.

Los Knicks no metían su defensa en el Top 5 NBA desde 2012, estando la mayoría de esos años de sequía en el vagón de cola de la Liga. Pero, más allá, diversos datos de los Knicks en algunas de las principales categorías defensivas esta temporada son muy reveladores:

  • Eficiencia Defensiva: 3º (107.6 puntos permitidos por 100 posesiones)
  • Defensa del triple: 1º (33.6% permitido)
  • Defensa a un metro o menos el aro: 3º (63.9% permitido)
  • Puntos concedidos en la pintura: 4º (43 por partido)
  • Defensa en transición: 4º (1.05 puntos permitidos por posesión)
  • Defensa del aclarado: 2º (0.79 puntos permitidos por posesión)

Es un conjunto que en primer lugar reduce el éxito rival a campo abierto, en transición. Y una vez lo hace, obligándole a secuencias de cinco contra cinco a media pista, es capaz de proteger el aro, defender como nadie el triple y, a la vez, rebajar el éxito del último recurso viable cuando no se generan buenos tiros: el uso del aclarado (situaciones de uno contra uno). Los Knicks atrás muestran, básicamente, el pack completo.

De Randle a Barrett

En ataque la situación es bastante diferente. No existe dominio y sí supervivencia habitualmente traducida en encomendarse a un jugador que absorba mucho volumen de juego ofensivo y soporte esa carga con efectividad. Thibs siempre ha preferido entregarse a esa idea, aunque tradicionalmente a partir de exteriores (Rose en Chicago, Butler en Minnesota). Los Knicks no son un bloque de gran cantidad ni calidad de pases, tampoco uno que apueste por la creatividad en su pizarra. Pero teniendo el eje sobre el que actuar, pueden competir. Y, no siendo exterior, han encontrado ese eje.

La temporada de Julius Randle es simplemente sensacional. Es el undécimo jugador en toda la NBA que más veces recibe el balón durante un partido (84), por delante de otros como Lillard, Butler, Curry, Paul, Tatum o Mitchell. Y resuelve la gran dependencia que tienen sobre él con fantásticos resultados. No solo en la ejecución (muy fiable desde el triple, solvente desde la media distancia, puede generar sus propios tiros…), sino también ejerciendo, en la práctica, como generador en ataque. Dicho de otro modo, también de ‘base’ de los Knicks a media pista. A partir de él comienzan las ventajas.

El otro gran referente colectivo es RJ Barrett. Con solo 20 años y en su segunda campaña como profesional, el canadiense está dando los pasos correctos. Tiene tres elementos clave en su juego que ha de seguir puliendo: gestión del pick&roll como manejador (solo 36 percentil ahí, es decir por debajo de la media), la consistencia en su pase para tomar las mejores decisiones y el lanzamiento exterior. En este último, las muestras son especialmente interesantes, ya que pese a un muy discreto inicio de curso ha levantado mucho sus porcentajes, que están siendo especialmente buenos en catch&shoot (40% de acierto este curso, cuando no alcanzó el 34% el año anterior). Sin embargo lo más destacable en Barrett es su gran personalidad, su determinación para no esconderse. Ya es uno de los ejes del bloque de Thibs.

De secundarios

Los referentes son necesarios pero el bloque, en este caso, está permitiendo a los Knicks salir del hoyo. El concepto equipo, repetido en numerosas ocasiones por los jugadores a la hora de explicar por qué las cosas están funcionando, es vital. Y así la suma de roles está produciendo grandes resultados.

De especialistas en el lanzamiento exterior como Reggie Bullock (40% en triples, liderando al equipo en anotados por encuentro), a la respuesta en un rol superior, en defensa y rebote, de Nerlens Noel (tercer mejor protector de aro en toda la NBA esta temporada, para aquellos que defienden ahí al menos seis veces por partido, por delante de Gobert, Capela o Embiid). La baja de Mitchell Robinson está siendo muy bien cubierta, de hecho, por Noel y el eterno ‘soldado’ de Thibs, el veterano Taj Gibson, que está dando un recital de fiabilidad en la rotación interior.

Pero hay más. Thibodeau ha encontrado una fórmula de rotación realmente interesante cuando junta en cancha al novato Immanuel Quickley, Derrick Rose y Alec Burks. Con los tres en pista (250 minutos de muestra), el net rating (diferencial entre puntos a favor y en contra, por 100 posesiones) de los Knicks es de +16, algo que no solo los números sostienen. La prueba visual es aún más sugerente: siendo los tres en ataque capaces de manejar el balón, generar sus propios tiros y ser verticales, el ataque acumula una cantidad de alternativas que está siendo diferencial.

Del cierre de curso a la segunda fase de proyecto

Su buena posición para volver a competir en las eliminatorias por el título -aunque pudiera ser incluso vía Play-In, vista la igualdad en el Este- genera motivos para el optimismo. Los Knicks no tienen presión alguna, aunque sí ilusión, para llegar a Playoffs. Y mucho menos la tendrían una vez metidos en ese escenario. La temporada, a falta de conocer su cierre, es un éxito en la franquicia especialmente por haber significado el primer paso de una nueva identidad. Algo que Nueva York necesitaba.

Sin embargo el verano de 2021 será un período clave para continuar viendo hacia dónde va la franquicia. Gran parte de la rotación es agente libre y los pocos contratos que nutrirán las nóminas son de jugadores jóvenes, a excepción del acuerdo de Randle (20 millones) que expira el siguiente verano (2022).

Tener mucho espacio salarial, en esta situación de (por fin) crecimiento deportivo, es realmente positivo porque: uno, te permite pujar por agentes libres a los cuales puedes convencer con tu plan deportivo y el poder de mercado de Nueva York; y dos, evidencia la flexibilidad de tus cuentas, que puedes gestionar al gusto. Pero, a la vez, ese espacio salarial puede generar un problema: entender que existe obligación de gastar el dinero disponible en contratos largos o jugadores que puedan comprometer tu proyecto a medio plazo.

Se suele pensar, con razón, que para crear un conjunto aspirante, y siempre que una estrella generacional no se una a tu equipo (eso lo cambia todo), necesitas tomar muchas decisiones buenas, tanto en la cancha como en los despachos. Y que, por el contrario, puede bastar una sola errónea, sobre todo a nivel de cuentas salariales, para arrojar las expectativas por la borda. Los Knicks pueden estar en ese punto de proyecto los próximos meses. En el de crecer sanamente, sin grandes riesgos.

Lo bueno, en su caso, será pensar que el tramo más complejo, el de perder sin descanso y no saber cuándo acabará el túnel, puede haber quedado atrás. Y poder por tanto asumir que, por fin, los Knicks pueden estar de vuelta.

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