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Los últimos días en Vitoria de Lamar Odom

Los últimos días en Vitoria de Lamar Odom

Quique Peinado repasa lo que fueron los últimos coletazos de la estancia en Vitoria de uno de los personajes más oscuros de la historia reciente del baloncesto: Lamar Odom.

Si tienes el número 1.476 de la revista, el correspondiente al mes de septiembre de 2018, ya habrás podido leer esta maravilla de Quique Peinado. Si no, aquí te lo ofrecemos, como contenido premium, para que lo disfrutes. Un relato impresionante con Lamar Odom como triste protagonista.

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Poco jugadores en la historia han tenido tantos dones físicos y baloncestísticos. Aun así, Lamar Odom es el protagonista de una de las trayectorias más tristes de la historia del deporte. Aquí contamos sus últimos días como jugador de baloncesto: sucedieron en Vitoria-Gasteiz y ponen los pelos de punta.

El último día en el que Lamar Odom fue jugador de baloncesto llegó al Buesa Arena inquieto, deprimido, jadeante. Puede que la noche anterior se hubiera pasado más que otras veces, que hubiera dormido menos, que no hubiera dormido o que simplemente viera que su físico le estaba abandonando del todo, que ya no quedaba nada de la máquina perfecta que fue. Entró al vestuario y sudaba. En su cabeza, posiblemente, daba vueltas la idea que llevaba unos días atormentándolo: que aquellos compañeros y rivales eran inalcanzables. Que lo que él había planeado, bajar un escalón deportivo para rearmar su vida y volver a ser lo único que había sido siempre, jugador de baloncesto, estaba siendo un fracaso. Todos corrían más, todos saltaban más. Y ese día, quizá, vio que no podría ni dar dos carreras. Así que abrió un Red Bull. Dos. Tres. Cuatro. Se los bebió todos antes de salir a entrenar. Era la sesión de mañana, entrenamiento de 5×0, en el que hay que correr de línea a línea. Su cuerpo de adicto reaccionó a la taurina. Se sentía pletórico. Quienes lo vieron, dicen que debió hacer 10 mates en 10 minutos, sobreexcitado, como sintiéndose vivo y viviendo de más. Él, que sabía que estaba al límite y no hacía ni un sobreesfuerzo físico, se tomó cuatro Red Bulls para envalentonarse, sentirse bien… y destruirse. Porque su cuerpo, una máquina perfecta arruinada por su propia espiral de excesos, adicciones y depresión, se rompió. Su espalda hizo crack y se acabó todo. Fundido en negro. Lamar Odom acababa de dejar de ser jugador de baloncesto.

Una pesada mochila

Esa última mañana en la que se vistió con la ropa de entrenar del Baskonia es uno de los finales más tristes que uno puede imaginar para un deportista, y más para uno tan grande como fue Lamar Joseph Odom, de South Jamaica, Queens, Nueva York, un hijo de un tiempo y un lugar que se salió de su órbita. Ángel Cappa, entrenador de fútbol, habla de cómo a los deportistas profesionales los sacan de los estratos más humildes y los dejan en un limbo: “Los meten en una trampa. Les hacen vivir la ilusión de un ascenso social, cuando la realidad es que no es así. Los quitan de su clase social y los dejan en el aire, los apartan de la realidad a conciencia. No es que se olviden de dónde provienen, sino que se alejan. Toman las costumbres, el modo de hablar, los restaurantes, los perfumes, la ropa del opresor. O digamos que de otra clase social, por no ser tan drástico. Y quedan desplazados, quedan perdidos, porque jamás son admitidos en esa élite a la que ilusamente les hacen creer que pertenecen. Solamente se les acercan por fama, y después de los cinco minutos que dura la fama quedan otra vez en el aire, ni son del barrio ni son de la alta sociedad”. Le leo estas palabras a Miguel Ascenzo, sin duda la persona que más conoció e intimó con Lamar Odom en sus tres semanas en Vitoria-Gasteiz, y lo tiene claro: “Lamar está en ese punto, o al menos lo estaba cuando vino aquí. Llevaba una mochila pesadísima que no sabía gestionar. Era una magnífica persona que no podía con todo lo que llevaba a la espalda”, dice el periodista, que en su día fue contratado por el Baskonia para ser la sombra del jugador y que prácticamente vivió con él.

La carga de Lamar Odom es pesada. Sus debilidades y adicciones. El choque cultural de un tipo pobre que sólo quería vivir en su barrio convertido en celebrity deportiva y social a raíz de su matrimonio con Khloe Kardashian. El fallecimiento repentino por muerte súbita de su bebé de seis meses. La incapacidad para manejarlo todo. “Estaba superado. Él vino a Vitoria, que es poco más que un pueblo, para empezar de cero. Pero era imposible. Aquí había hasta paparazzi persiguiéndole. Cada foto que salía en TMZ la tenía en su móvil al momento. La relación con su mujer. Era un tío preocupado por todas esas cosas y que solo hablaba de su barrio: de sus amigos muertos en tiroteos, de las drogas, de su vida allí… Y aquí estaba solo y se refugió en lo que no debía. No tenía la frialdad ni la personalidad para manejarlo. Era una rueda que le devoraba. Y luego, que su cuerpo no le respondía y no podía jugar. Vio cómo estaba dejando de ser lo único que había sido en la vida: jugador de baloncesto”, dice Ascenzo, que se niega a dar un solo detalle escabroso de lo que vivió Odom en Vitoria. Pero no hace falta, su paso marcó a la ciudad: cuando un coche le esperaba en el parking del hotel en el que vivía y se lo llevaba a la noche bilbaína, todo el mundo lo sabía. Corrían rumores de que había que rellenarle el mueble bar cada día. “Cuando estaba centrado, era gloria estar con él. Era un gran narrador: te contaba cuando conoció a Obama y te quedabas embobado escuchándole. Es verdad que luego no podías evitar decepcionarte cuando se te escapaba por ahí. Pero insisto: sólo era un hombre con una mochila demasiado pesada y sin fortaleza para manejarla. Yo, que por aquel entonces era un mileurista, no envidié su vida ni un segundo”, señala.

La felicidad es una peluquería

Cuenta Ascenzo que Lamar Odom era feliz hablando con la gente, especialmente con la más humilde. “Sin tener un discurso político muy elaborado, te garantizo que no era un neoliberal ni mucho menos, aun siendo millonario. Sabía del lado de quién estaba en la vida, tenía conciencia de clase. Por ejemplo, defendía a muerte el Obamacare”, recuerda. Por eso, quizá, en Vitoria solo fue feliz en la peluquería de Víctor Caravali. Víctor, colombiano, regentaba una peluquería típica de los afrolatinos y afroamericanos: un concepto muy distinto al de ese negocio aquí. En sus locales son centros de reunión, socialización y confraternización. Se pone música, se ríe, se discute, se vive. “Mi peluquería era un centro sociocultural. Cerraba a las ocho de la tarde, pero nunca nos íbamos antes de las diez”, recuerda. Odom iba cada dos días. Estaba feliz entre los latinos. “Sabía poco español, pero le traducían. Hablaba con todo el mundo, se sacaba fotos… Una vez, en un local de al lado, un grupo de ecuatorianos hizo un arroz. Cuando lo olió, se levantó de la silla a medio cortar el pelo y se fue para allá gritando ‘¡Arroz con pollo!’, en español. Le pusieron un plato para un tiranosaurius rex y se lo pasó en grande. ‘¡Es el que jugaba con Kobe Bryant!’, gritaba la gente”, recuerda Caravali.

Un dios sin cuerpo

El Lamar Odom jugador del Baskonia, sus últimos días en este juego, dejó pocas imágenes y no muy edificantes. Un debut de seis minutos sin puntos ni energía contra el Unicaja en la Euroliga, un 27-2-2014. Una bandeja en Valencia, su única canasta en España, con un 1/7 en tiros y un -4 de valoración tres días después. Y el público de la Fonteta mofándose de él al grito de ‘¡MVP, MVP!’. Sin embargo, lo poco que dio impresionaba. Ibon Navarro, actual técnico del Morabanc Andorra, era el segundo entrenador de Sergio Scariolo (al seleccionador nacional le recomendó Pau Gasol que probara con Odom) aquellos días. Cuenta una anécdota muy clara. “Cuando llegó, vio un partido desde la grada, a pie de pista. Yo lo tenía enfrente y lo estaba vigilando. No paró de mirar el móvil, de hablar, de hacerse fotos… No le vi mirar a la pista en ningún momento. Y en el descanso se me acercó y me hizo un análisis del partido que me impresionó: como si fuera un entrenador. Me contó todos los cambios defensivos que habíamos hecho, las ventajas que tenían ellos y nosotros, lo que él creía que iba a pasar, lo que pensaba que debíamos hacer… De verdad, fue impresionante. En todos mis años tratando con grandes jugadores, solo he visto esa capacidad de análisis en Pablo Prigioni. ¡Pero Lamar sin mirar a la cancha!”, recuerda.

Todos los que lo vieron entrenar coinciden en la belleza de cada movimiento que hacía, pero que su cuerpo no le acompañaba. También en que no luchó demasiado por revertir la situación. “No era un tío que viniera a llevarse un dinero e irse: él quería volver a ser el que era. Pero no podía”, reconoce Ascenzo.

Su partido en Valencia se emitió en Estados Unidos. Todos vieron su decrepitud. Cuando se terminó de romper la espalda la mañana de los Red Bulls, mucha gente en Vitoria, sus compañeros de vestuario sobre todo, tenían claro que era el fin. Él dijo que se iba a los Estados Unidos a curarse y que volvería, pero estaba claro que no regresaría nunca más. Ahí fue cobarde, pensarán muchos. Ascenzo lo ve de otra manera: “Sentía vergüenza. Es así de triste. No podía afrontar lo que le pasaba y nadie en su entorno se sentaba a hablar con él y le decía lo que le tenía que decir. Yo a veces sentía el impulso de hacerlo, pero no hubo tiempo suficiente y no era mi papel. De verdad, sólo era un tío superado por su vida y que necesitaba cariño. En su entorno todos se aprovechaban. Y ya está”, sentencia.

Después de Vitoria siguieron las adicciones. A las drogas, al alcohol, a los estimulantes sexuales. Y un año después de la mañana en la que se tomó cuatro Red Bulls para sentirse jugador de baloncesto, el colapso en un club nocturno. Y su agente, como todo su entorno, manteniendo la farsa y diciendo que no había sido una sobredosis sino que venía de entrenar y estaba deshidratado. A Lamar Joseph Odom le dieron seis infartos mientras estaba en coma. Sobrevivió por su increíble fortaleza física. Ahora, con 39 años, dice que quiere volver a jugar. Posiblemente no pueda, pero quizá la leyenda que fue y el hombre que es se merezca un final mejor que el de una mañana en Vitoria ‘puesto’ de taurina.

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