Todo periodo histórico en la NBA está definido por los perfiles intermedios. Jugadores fruto de su tiempo, en una mezcla entre necesidad y adaptabilidad. De la emergencia de los 3&D ante el empuje del triple en recepción a principios de siglo pasando por los aleros de interminables brazos a los bases con un rango de tiro kilométrico. Las exigencias del juego en la liga estadounidense, no obstante, han llevado a la extinción a otros, como privándoles por completo de la posibilidad de tomar parte. Como si ya no hubiera hueco para ellos. El deporte profesional es una de las áreas donde el darwinismo social más está presente, y los pívots han sido los grandes perjudicados por el avance del juego en esta última década. Al contrario de lo que muchos quieren hacer creer, los interiores no han desaparecido, han mutado, lo han hecho en respuesta a esa nueva realidad. Ahora son más rápidos, más versátiles, más polivalentes en defensa y sí, también mejores técnicamente.
Uno de los casos más interesantes y paradigmáticos es Naz Reid.
Reid había pasado casi desapercibido para el gran público hasta este año. Si la atención que de normal despertaban los Minnesota Timberwolves nunca ha estado a la altura de otras grandes franquicias, tampoco iba a ser diferente con su tercer pívot en la rotación.
Su historia remite a un largo proceso de aprendizaje. Un jugador que apuntaba a comerse el mundo en edad de instituto. Uno de esos miles e interminables ejemplos de dominador en edad temprana, una fuerza de la naturaleza, que a orillas del Atlántico, en la costa de Nueva Jersey, parecía llamado a conquistar el país. Reid parecía un adulto entre adolescentes, una apisonadora a campo abierto, capaz de pasar por encima de dos rivales en su camino al aro, de los que se desquitaba como si mosquitos se tratasen.
Pero ningún dominio basado en el físico perdura para siempre. Más a edades tan tempranas. Por eso mismo, el impulso con el que Reid contó en edad de instituto fue perdiendo fuerza conforme los años se sucedieron, las cosas se igualaron y empezaron a primar otro tipo de aptitudes. Las cinco estrellas que le acompañaban a cada lado que iba como uno de los mejores prospects de su generación no le iban a hacer ningún bien, en todo caso al contrario. Los scouts solo se fijaban en sus defectos. Demasiadas pérdidas de balón, inconsistente, dependiente de su físico, falta de explosividad… Estas eran algunas de las muletillas que más se repetían con él. Y la elección de LSU por encima de otras universidades o programas donde poder brillar más le pasaron factura.
De poco importó que siendo freshman Reid fuese el pívot titular en prácticamente toda su temporada en la NCAA. O que fuese el primer jugador debutante en LSU desde Ben Simmnons en promediar más de 13 puntos y 7 rebotes y el cuarto tras Jordan Mickey y Anthony Randolph.
Para Naz Reid el camino a la NBA pareció quedar vedado en el breve transcurso del Draft Combine, la semana de entrenamientos para aquellos que se van a presentar y no tienen demasiado caché como para juntarse con el resto de la plebe. Su 14% de grasa corporal se convirtió en una losa que acompañó a su nombre en todas las conversaciones previas a la cita de 2019. Físicamente estaba a años luz de poder competir y todo aquello que una vez le hizo valioso ahora se había desvanecido. Era más lento, menos fuerte y más pesado. Una combinación que le hizo pasar de ser el epítome de pívot moderno a uno más del montón.
Tocaba volver a empezar.
Era una llamada de atención demasiado importante y el momento para Naz Reid era ahora o nunca.
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El camino de Naz Reid
El Naz Reid que llega a la NBA lo hace como el tercer rookie más pesado en la temporada 2019-20. Y lo hace ganando casi 5 kilos del Combine a la noche de apertura, estableciéndose en 119 kg, solo por detrás de los contrapuestos Tacko Fall (141 kg.) y Zion Williamson (129 kg.). Un jugador que, superada la decepción del Draft, tuvo que bajar sus expectativas y firmar un contrato two-way con los Minnesota Timberwolves con la esperanza de poder hacerse un hueco a través de la G League.
Pero antes debía pasar por aquella siempre interesante prueba de fuego que es la Summer League. En la calurosa Las Vegas Naz Reid despunta por encima del resto de la plantilla de los Wolves pese a ser el más joven del grupo. Sus 11,9 puntos y 5,4 rebotes, unido a una movilidad impropia para alguien de su tamaño y peso, así como pinceladas de visión de juego llaman la atención de la gerencia dirigida por Gersson Rosas entonces.
Su fisionomía invitaba a creer en algo más, aunque era imposible predecir en lo que terminaría convirtiéndose. Una franquicia llamada a la reconstrucción ha de hacer apuestas. Y la de Minnesota fue aquel Reid, a quien firmaron un contrato de cuatro temporadas parcialmente garantizado cuya suma total se quedaba poco más de 6 millones de dólares.
“Digo esto de la manera más humilde, no siento que haya muchos jugadores que puedan compararse conmigo en ciertos aspectos», diría al término de la Summer League de 2019. «Estoy feliz de haber tenido la oportunidad de demostrarlo”.
Objetivo cumplido. A partir de ese mes de julio tenía el resto del verano para ponerse a punto y llegar en condiciones a la línea de salida.
El aspecto que más llamó la atención en Naz Reid en el staff de los Timberwolves cuando llegó a las instalaciones en septiembre fue su técnica individual. Era un jugador que entraba por los ojos, alguien dado al baloncesto vertical por su salto e interminable envergadura, pero también capaz de bajar el juego a ras de suelo y poner en aprietos a su oponente.
«Lo que hace único a Naz es que tiene una serie de habilidades parecidas a Towns», dijo Ryan Saunders en octubre de 2019 cuando todavía era entrenador de los Wolves. «Naz es joven, pero es un jugador que hace cosas diferentes. Tiene un cuerpo grande y seguirá creciendo».
En ese momento los Timberwolves diseñaron una hoja de ruta para Naz Reid. Con el equipo afiliado de G League como campo de experimento, el rookie crecería desde ahí, pudiendo dar rienda suelta a su creatividad y aprendiendo de sus errores. Al mismo tiempo sería premiado con minutos en el primer equipo.
El impacto de Reid en la liga de desarrollo fue descomunal. Quizá la única nota positiva de un equipo un tanto indefinido y a la deriva, sin mayor plan que esperar que un milagro sucediese. Pero como en las mejores historias todo se estaba cocinando a fuego lento, como preparándose para la tormenta perfecta. Y uno de los ingredientes era ese atípico pívot.
Ante el espejo de Karl-Anthony Towns la franquicia fue moldeando al de Nueva Jersey como una versión actualizada del dominicano. Su capacidad de mejora sorprendía a quienes trabajaban con él, así como la facilidad que demostraba para comprender los entresijos de la defensa, esa gran incógnita con todo interior joven.
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Y en el vacío brilló
Los equipos en reconstrucciones sin rumbo como aquellos Timberwolves de la 2020-21 tienden a caer en una espiral donde la salida nunca se avista cercana. Los largos meses sin competición por la pandemia, las restricciones al interno de los equipos y las constantes bajas a las que se vieron sometidos en el equipo dejó el curso de Minnesota condicionado casi desde el inicio. Demasiado jóvenes, sin liderazgo ni experiencia, todo ello en medio de una crisis interna que derivó en el cese de Rosas como GM y la polémica llegada de Chris Finch como entrenador.
En esas situaciones hay quienes se dejan llevar por la dinámica general y quienes buscan hacer la guerra por su cuenta, como tratando de lucir entre los escombros. Mientras, hay un minúsculo porcentaje de jugadores que siguen una progresión orgánica, constante y propia de que su ascenso es más bien lento. Sin ocupar titulares en prensa, llevarse loas en rueda de prensa, Reid iba dando pasos en la buena dirección, creciendo en manejo y protección de aro hasta convertirse en uno de los preferidos e intocables de la dirección deportiva.
Y lo era por su compromiso, pero también por su potencial. Un potencial que no lucía a simple vista. No al menos de la manera que otros casos como los de Anthony Edwards o Karl-Anthony Towns. En Reid el talento latente remitía a una figura que rara vez aparece. Una combinación de fuerza bruta, delicadeza y eso que se llama feeling con el juego. En resumidas cuentas, aquel pívot de aspecto tosco encajaba a la perfección en la categoría de coachable.
Las razones de esto residían en su capacidad de adaptación. El pívot no tenía reparo alguno en dar un paso atrás si la situación general así lo requería, como ocurrió en la 2021-22. Un curso que, sin entender el contexto, puede verse como una regresión. Nada más lejos de la realidad. Esa temporada fue una de aprendizaje continuo para él, donde se le demandó hacer mucho más en menos tiempo y con un impacto que superó toda expectativa.
Los Timberwolves no necesitaron ninguna prueba más. A la sombra del ejemplo marcado por los Cavaliers de Mobley y Allen la nueva gerencia comandada por Tim Connelly hizo una lectura: el equipo que iba a marcar la próxima década iban a ser los Nuggets de Jokic y más valía construir en respuesta a eso o solo iban a quedar las migajas.
Suena ventajista decir que en el verano de 2022, cuando Minnesota se hizo con Gobert, sabían que iban a conformar una de las rotaciones interiores más potentes de la última década. Sin embargo, por ahí parecían ir los tiros. Una apuesta de vanguardia y claramente definida por el big ball que contaría con un pilar defensivo como el recién llegado de los Jazz, un alero en el cuerpo de un 7 pies como era Towns y el híbrido de ambos que apuntaba a ser Reid.
El tiempo no ha hecho más que darles la razón.
Un perfil técnico desafiante
La percepción que se tiene de los jugadores interiores tiende a relacionarlos con la brusquedad, lo visceral y la vagueza, como si mover un cuerpo de grandes dimensiones no precisase de finura, cuidado y elegancia. La sensibilidad no entiende de estatura o posición en el campo. De hecho, tiende a ocurrir lo opuesto al sentir general. Naz Reid tiene por costumbre evadirse del ruido que le rodea haciendo uso de un ejercicio tan simple como reparador. Al alcance de su mano siempre hay un lapicero y un trozo de papel con el que pueda expresarse a través del dibujo. Más que un pasatiempo es una vía de escape, una práctica que implementó desde sus tiempos en la natal Nueva Jersey y que le ha permitido reconectar con partes de sí mismo al mismo tiempo que trabajaba en algo tan crucial en un deportista como la focalización.
«Ha sido un espacio de paz para salir del baloncesto o en cualquier otro lugar», dijo Reid al Star Tribune en 2021. «Me mantiene concentrado y cuerdo. Es algo que ha sido importante para mí. Estás lejos de todo y entras en tu propio espacio. Cuando estás solo tú y un lápiz y papel, o un iPad, es una situación muy tranquila, tienes una mente abierta donde puedes dibujar lo que quieras».
El deseo por aprender es algo que no se puede enseñar y, al mismo tiempo, es síntoma de alguien que busca constantemente la mejora personal. Pero sin paciencia esto nunca suele terminar bien. Solo así se entiende que un jugador como Reid haya conseguido no solo sobrevivir deportivamente, sino cambiar radicalmente su cuerpo, su forma de jugar y su rol sobre la cancha. Ese apetito por evolucionar y superar sus propios límites ha hecho de Naz Reid una figura diferente, distinta y, sobre todo, atípica.
Cuesta encontrar alguien que combine su nivel de flexión con el balón con la destreza manual y derroche de gestos con el que deleita al espectador cada vez que tiene oportunidad. Sus movimientos invitan a pensar en un alero, como un Kawhi Leonard por duplicado. Pero lejos de ser una mariposa, el pívot de los Wolves sabe también darse homenajes en la creación a través del pase, aspecto que parece disfrutar por encima de cualquier otra situación de juego.
«Los jugadores más grandes están acostumbrados a ocupar el poste bajo», aseguraba ya en 2021 el pívot. «Pasar no es algo que los jugadores más grandes puedan hacer, o manejar la bola, así que con cosas así te vuelves creativo, simplemente haciendo cosas que los pívots de esta liga normalmente no hacen».
Pero para llegar ahí hace falta la confianza de un técnico, licencia que Chris Finch le dio en el momento que fue posible.
«Ha sido una historia increíble», afirmó el técnico recientemente. “La forma en que, desde el día 1, cambió su cuerpo, siguió mejorando su juego, juega con mucha confianza y energía. Ya sea que sea titular o salga desde el banquillo sus compañeros lo aman”.
El camino de Naz Reid puede parecer uno más. Una historia que añadir a la interminable lista de figuras undrafted que se hicieron fuertes en el particular darwinismo social de esta NBA. No obstante, asomarse a su biografía y atender a su evolución hace que uno se de cuenta de todo el trabajo que ha habido detrás, tanto de análisis individual como de la franquicia. Un plan perfectamente ejecutado para convertir a un pívot del montón en un híbrido de Gobert y Towns, justo a tiempo para la cita de Minnesota Timberwolves con su destino.
«No haber sido seleccionado en el Draft me motivó y eso hace que sea una historia aún mejor. Habiendo superado múltiples obstáculos, donde hay signos de lucha y necesidad y cosas de esa naturaleza. Y finalmente pude romper esas barreras y llegar a la NBA, donde puse el pie en la puerta. Y eso es lo que intento mostrarles a los niños”, Naz Reid.
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