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7 grandes historias de la temporada NBA, por Andrés Monje

7 grandes historias de la temporada NBA, por Andrés Monje

La fase regular de la NBA está a punto de terminar y ha dejado una gran cantidad de historias apasionantes, tanto de jugadores como de equipos y rendimientos. Seleccionamos siete historias o detalles que han marcado esta campaña… y que incluso pueden marcar las siguientes.

El primer balcánico MVP de la NBA

Los Balcanes han sido, tradicionalmente, una mina para el baloncesto. Una fuente inagotable de talento. Hasta ahora, el jugador de origen balcánico que más cerca ha estado de ser elegido MVP de una temporada NBA fue Peja Stojakovic, que en 2004 fue cuarto en las votaciones al galardón, por detrás de Kevin Garnett, Tim Duncan y Jermaine O’Neal (y por delante de Kobe Bryant o Shaquille O’Neal, entre otros). Aquel curso, Stojakovic promedió 24 puntos y 6 rebotes por partido, con excelentes porcentajes (48% de campo, 43% en triples y 92% en tiros libres), en unos Kings que tuvieron el quinto mejor balance de la Liga.

Diecisiete años después de aquello, otro balcánico podría no solo pisar el podio sino que, de hecho, es el gran favorito a ser elegido MVP. Nikola Jokic va camino de ser el tercer europeo (tras Nowitzki y Antetokounmpo) en ganar el premio. Con los Nuggets formando parte de la élite de la Liga (quinto mejor registro), incluso tras la lesión de Jamal Murray (10-2 desde su rotura del cruzado), y Jokic realizando la mejor campaña de su carrera, rendimiento colectivo, individual y narrativa parecen acercar al serbio al galardón.

Su temporada es simplemente escandalosa, sin haberse perdido un solo partido, con marcas de carrera en multitud de apartados simples (incluyendo puntos, rebotes, asistencias o porcentajes de campo), avanzados (lidera la Liga en Win Shares, Box Plus-Minus, Eficiencia) y sirviendo como eje absoluto del sistema ofensivo en Denver (es el jugador que más veces recibe el balón por partido en toda la NBA). Solo Joel Embiid podría, a estas alturas, alejar a Jokic del premio. Y parece difícil que suceda.

El triple de Luka Doncic

Posiblemente ni siquiera los Mavs se esperaban que Luka Doncic fuera TAN bueno TAN pronto. Va, en cierto modo, por delante del tiempo de su proyecto (uno que, por cierto, podría vivir el próximo verano un posible punto de inflexión). Su dominio de tres áreas ofensivas determinantes a media pista como la gestión del pick&roll, finalización cerca del aro y resolución en aclarado, le ubica en la élite de la Liga, incluso absorbiendo un peso ofensivo descomunal (su 35% de ‘uso ofensivo’ es la segunda marca más alta de la temporada, solo tras Embiid, con el añadido de que asiste más del 40% de las canastas de su equipo cuando está en pista).

El póker de acciones a media cancha la completa el tiro de tres después de bote, un arma vertebral para cualquier manejador de balón que asuma mucha responsabilidad en ataque. En ese aspecto, Doncic ofrece este curso los mejores datos de su joven carrera NBA.

Triples tras bote en Luka Doncic:

  • 2018-19: 5.3 intentos por partido / 31.3% de acierto.
  • 2019-20: 7.4 intentos por partido / 31.6% de acierto.
  • 2020-21: 6.8 intentos por partido / 36.1% de acierto.

El esloveno es el tercer jugador que más triples tras bote ha anotado esta campaña en la Liga, solo tras Lillard y Curry. Y lo ha hecho elevando considerablemente su porcentaje, en base a un tramo de dos meses que dibujó a un Doncic literalmente indefendible: en febrero (12 partidos) anotó el 41.7% de sus triples tras bote y en marzo (10 partidos) convirtió el 44.8%. Cifras difícilmente sostenibles todo un curso pero que revelan que la progresión del genio sigue su curso. Si Doncic acercase, en algún punto, su consistencia en ese tiro al 39-40%, lo que le permitiría atraer más lejos y con mayor ansiedad a la defensa, sus formas de castigar cerca del aro se multiplicarían. Su efecto, aunque resulte casi obsceno decirlo siendo su nivel ya tan elevado, se dispararía.

Todo es luz en Phoenix

Cuando Monty Williams asumió el banquillo de los Suns, en el verano de 2019, la franquicia de Arizona acababa de firmar una campaña con un récord de 19-63. Era la cuarta consecutiva sin superar las 24 victorias. La cuarta consecutiva sin alcanzar el 30% de victorias. A apenas diez días para que concluya la fase regular de su segunda campaña como técnico jefe en Phoenix, los Suns mantienen el segundo mejor balance de la NBA (47-19), habiendo ganado más del 71% de sus partidos. Representan la mayor sorpresa positiva del año.

Phoenix jugará los Playoffs por primera vez desde 2010 y lo hará gracias al inicio de una cultura iniciada en unas condiciones especiales (salieron invictos de la ‘burbuja’ creada en Florida para terminar la campaña anterior, ganando sus ocho partidos) y drásticamente acelerada con la llegada de Chris Paul, uno de los grandes competidores y líderes de la última década. Los retoques de plantilla y el crecimiento de su núcleo joven han dado –por fin- a Devin Booker un contexto a la altura.

Phoenix ha metido su ataque y defensa en el Top 7 de la NBA, algo que solo Utah y Milwaukee están logrando, a partir de un comportamiento colectivo de primer nivel y el liderazgo de un Paul que llegó precisamente para eso: dotar de identidad y colmillo a un equipo que, teniendo talento, estaba lejos de saber competir bajo presión. Su impacto transformando una cultura perdedora en una de las historias de la temporada recuerda, salvando las distancias, al drástico cambio al que sometió otro base, Steve Nash, a la cultura de los Suns hace ahora dieciséis años (doblaron sus victorias de un curso a otro). Las formas son bien distintas, el fondo sin embargo guarda un paralelismo evidente: el de un base y líder de élite, paradójicamente asociado en su carrera al concepto ‘perdedor’, que lleva a un equipo de las sombras a la luz en apenas unos meses. Quizás se debiera, en el fondo, usar con mayor pudor el concepto de perdedor.

El arma atómica de Embiid

La mejor temporada en la carrera de Joel Embiid se debe a muchas causas y se explica a partir de diversas mejoras en varios apartados. Sin ir más lejos, el camerunés lleva trabajando, desde hace varios años al término de cada curso, situaciones individuales de poste abajo para explotar mejor sus cualidades en cuanto a su cuidado del balón (reducir las pérdidas) y toma de decisiones (gestionar mejor los dos contra uno recibidos para crear la mayor ventaja posible desde el pase). Aspectos ambos en los que ha ido progresando. Sin embargo, este curso está siendo otro elemento el más determinante en su paso adelante.

En toda la NBA, solo Brandon Ingram anota los mismos tiros de media distancia por partido (2.8) que el pívot de los Sixers. ¿Por qué es importante esto? Primero, por su acierto en ese tiro de entre 3 y 7 metros: 49%. Un dato superior al del mismo Ingram, Beal, Booker o Vucevic, todos ellos especialistas. Y no lejano al de maestros como Paul o Durant. La evolución es asombrosa: Embiid ha pasado del 36% de acierto en esos tiros hace dos campañas, al 40% de la anterior y el 49% actual… incrementando casi al 50% sus intentos. Es decir, acompaña volumen y acierto a niveles altísimos.

El segundo aspecto clave es que el dominio de ese tiro (y no solo del triple, donde también ha mejorado) le abre un abanico casi infinito de opciones cuando ataca de cara al aro a su par. Es decir, Embiid no solo domina de espaldas a canasta sino que ese tiro de cara le hace imparable por su buen movimiento de pies, gama técnica y rápida mecánica de tiro en esas zonas. El defensor debe marcarle mucho más de cerca, concederle menos espacio a cuatro metros. Y eso lo aprovecha, a su vez, para ser agresivo e ir más a la línea de tiros libres, aspecto en el que firma igualmente las mejores cifras de su carrera y, de paso, en el que lidera la NBA (con 11 tiros libres intentados por encuentro). Todo guarda relación. Y esa mejora en el midrange está siendo un arma imparable para él.

Knicks: destruye y vencerás

Los Knicks no tenían una defensa del Top 5 NBA desde hace nueve años. Su bagaje por las sombras ha sido prolongado y con pocos rasgos ilusionantes. En los últimos cuatro años, de hecho, Nueva York ha tenido siempre su nivel defensivo entre los nueve peores datos de la Liga. Pero la tendencia ha cambiado radicalmente este curso, con la llegada de Tom Thibodeau al banquillo.

Solo Lakers, Sixers y Jazz reciben menos puntos por posesión que los Knicks, cuando el curso pasado había veintidós defensas mejores. Es la mayor mejora de cualquier equipo atrás, de la anterior campaña a esta. Y sucede gracias a su dominio en multitud de áreas. A apenas diez días de cerrar la fase regular, los Knicks poseen la mejor defensa al triple de la NBA (permiten por debajo del 34% de acierto) e integran el Top 5 en las proximidades del aro (por debajo del 65% permitido a un metro del hierro), en transición (1.05) o en aclarado (0.82). El plan especulativo de Thibs, de poca agresión al robo pero enorme sacrificio en las ayudas, a la hora de saturar la zona y reducir el triple rival desde la esquina (lo que comprime la cancha), está siendo una de las grandes historias del año.

Ni siquiera los problemas físicos de Mitchell Robinson, llamado a ser eje del sistema, ha perturbado el plan. Nerlens Noel ha ejercido como fantástica ancla en la pintura y cada jugador en pista, sin importar experiencia o cualidades atrás, está ofreciendo garantías atrás. Del jovencísimo Barrett al siempre discutido atrás Randle –realizando un curso histórico como knickerbocker a nivel ofensivo-, referentes en ataque pero también comprometidos atrás, pasando por veteranos como Taj Gibson, para el equipo cada encuentro parece a vida o muerte. La defensa de los Knicks tiene aroma noventero y un elemento de cohesión que permite ser al bloque algo mucho más fuerte de lo que en principio parecía poder ser. Su cercano retorno a la fase final, ocho años después, viene motivado por su excepcional rendimiento atrás.

¿Son 7 partidos suficientes?

Los Nets tienen la plantilla más talentosa de la NBA. Con todos sus efectivos sanos, no aguantan comparación. Y pese a que su éxito colectivo es notable (pelean por la primera plaza del Este al término de la fase regular), una duda sobrevuela su candidatura en las eliminatorias: ¿es tal cantidad de talento suficiente como para, llegado el momento clave, reducir a la mínima expresión el valor de la rutina y el automatismo en cancha?

Pongámoslo en datos. Este curso, Kyrie Irving, James Harden y Kevin Durant han coincidido en cancha únicamente siete partidos. Un total de 186 minutos en toda la temporada, en los que superaron a sus rivales por 39 puntos. La reducidísima muestra proyecta un Rating Ofensivo de 122 para los Nets con los tres en pista, con amplia diferencia mejor dato de la Liga. Pero desde el último duelo en el que pudieron coincidir (13 de febrero, en San Francisco ante los Warriors) han pasado ya casi tres meses.

Los Nets pueden llegar a la fase final con una rotación rebosante de recursos, una dinámica positiva y plagados de motivos como para pensar que pueden ganar el título. Uno de esos muchos motivos, su respuesta ante rivales potentes (están 22-12 ante equipos por encima del 50% de victorias, tercer mejor dato de la Liga y con diferencia el mejor del Este).

No obstante, por muchas virtudes que guarden y desequilibrio que posean (Irving, Harden y Durant están dominando en acciones de aclarado y, entre los tres, promedian más de 21 puntos por duelo en el último cuarto), algo fuera de toda duda, cabe preguntarse si reducir tan al mínimo el hábito previo, el conocimiento o coexistencia sobre cómo comportarse en grupo, todos juntos, no compromete demasiado el objetivo final. Cabe preguntarse, en el fondo, si en algún momento una máquina más engrasada puede hacer saltar ciertas costuras a un equipo asombrosamente talentoso pero poco rodado con todos sus efectivos. A nivel de talento y desequilibrio, no tienen rival. Pero la química en cancha suele jugar un papel también importante en los momentos clave. Que se lo pregunten a los Clippers de la burbuja.

Zion sin oxígeno

La primera temporada de Zion Williamson en la NBA supo a poco. Se estrenó tarde y quedó únicamente en 24 partidos, la primera parte de ellos marcados además por restricciones de sus minutos en pista. La segunda, sin embargo, está permitiendo exhibir a la bestia sin ataduras ni planes conservadores. Al menos en lo que a él respecta.

Pasado un mes y medio de competición, cuando el calendario abrió febrero, la NBA pudo por fin observar qué se le viene encima. Desde entonces, Zion ha promediado 28 puntos por partido, con un aterrador 63% de acierto en tiros de campo y un mejorado 70% desde la línea de personal. Ha acompañado el desfile terminal con el asentamiento en su rol de generador, superando desde entonces las 4 asistencias por noche y demostrando que es perfectamente capaz de hacer a su ataque dominante sirviendo él mismo como perfil que gestiona el balón.

Mayor promedio de anotación para jugadores con al menos 60% en tiros de campo:

  • Zion Williamson: 27 puntos (2020-21)
  • Kevin McHale: 26.1 puntos (1986-87)
  • Kareem Abdul-Jabbar: 24.8 (1979-80)
  • Wilt Chamberlain: 24.1 (1966-67)
  • Shaquille O’Neal: 22.9 (2004-05)

Resulta, no obstante, llamativo que semejante despliegue (histórico, a todas luces) lo haya desarrollado rodeado de uno de los peores espacios ofensivos de la NBA. Los Pelicans son uno de los siete equipos con menor volumen de triples intentados y uno de los ocho con peor acierto. Dicho de otro modo, tiran poco y mal de tres. Con tal panorama, las defensas rivales se cierran, permitiendo tiros exteriores a un equipo que no destaca en ellos y consiguiendo, de paso, cerrar los caminos al aro de Zion. Es imperativo para el proyecto en New Orleans servir a Williamson de amenazas al tiro con las que la defensa rival deba responder. Al molde Giannis en Milwaukee. Porque si Zion resulta imparable en un ataque a menudo sin oxígeno, de qué no será capaz cuando el contexto colectivo le ofrezca más ayuda.


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