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Pablo Prigioni, un señor rookie en los New York Knicks

Pablo Prigioni, un señor rookie en los New York Knicks

Cuando Pablo Prigioni llegó a los Knicks tenía ya 35 años. Un novato poco habitual, que aterrizaba en la NBA como paso previo a convertirse en entrenador

No es muy normal que un jugador debute en la NBA entrada la treintena, y Pablo Prigioni fue el mayor de toda la historia, llegando a la Liga con 35 años y 169 días. El argentino formó parte de los New York Knicks entre 2012-15, para regresar a Europa en 2016 después de un breve paso por los Houston Rockets (2015) y Los Angeles Clippers (2015-16). Fue un rookie atípico, y al mismo tiempo un señor rookie, con quien tuve la suerte de poder compartir varios años en la Gran Manzana.

Cuando Pablo Prigioni desembarcó en la NBA, ya había pasado por diferentes equipos en Argentina y tenía una dilatada carrera en la liga española (Fuenlabrada, Alicante, Real Madrid y Baskonia -en dos etapas-). Cuando firmó su contrato de un año con los Knicks en julio de 2012, tenía ya una currículo con una liga ACB, tres Copas del Rey (y un MVP), cuatro Supercopas de España (y un MVP), una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos y cuatro medallas en el Torneo de las Américas (una de oro). Dicho de otro modo, que no era ningún primerizo, sino todo lo contrario. Algo que en New York no parecía conocerse, al menos por el trato que recibía Prigioni por parte de la prensa y la afición.

Nunca olvidaré el día que el base argentino firmó 14 puntos, 5 asistencias  3 rebotes en 16 minutos. Era su 23er encuentro en la NBA y su primer partidazo en el Madison Square Garden. Los Knicks habían perdido de 13 puntos con los Houston Rockets y la prensa local necesitaba una historia con la que ignorar el resultado. El protagonista era Pablo Prigioni y la línea argumental lo que suponía para alguien firmar una actuación como aquella en la cancha más famosa del mundo… como si fuese la primera vez que brillaba en una plaza de primer nivel. Ese señor rookie al que rodeaban los medios y le hacían preguntas que le harías a un chaval que nunca jugado al baloncesto profesional delante de tanta gente tuvo que decir hasta en dos ocasiones que no era la primera vez que firmaba una puesta en escena como aquella. Que no, que no era la primera vez, aunque no se lo creyesen. Quizás no se hubiesen preocupado de mirar un poco el background de un jugador que no entendían que no estuviese como si acabase de abrir los regalos Navidad.

No era de extrañar que Pablo Prigioni pasase por New York un tanto desapercibido para los medios. Un tipo de perfil bajo que se mantenía ajeno a las exigencias del cierto postureo de la Gran Manzana. Estaba missing durante los minutos previos al partido, excepto para hacer su calentamiento personal y era el primero en salir del vestuario tras el choque, antes incluso de que abriesen las puertas para la prensa. Eso sí, cuando le pedías un rato, siempre cumplía. Era un profesional, pero no un amigo de la palabrería barata o el hablar por hablar.

El argentino hacía su trabajo, cumplía en la cancha y en el vestuario. Ejercía su rol de veterano (aunque novato) y no es de extrañar que cuando colgó las botas, después de vestirse de corto en Houston, los Clippers y volver al Baskonia, sonase para el banquillo de los Knicks. Sin embargo se quedó en ‘casa’, llevando la pizarra del conjunto baskonista, para posteriormente regresar a la NBA y ser asistente en los Brooklyn Nets y, actualmente, los Minnesota Timberwolves, a los que entrenó en la Summer League. El mismo cerebro que cuando era un señor rookie, pero con traje y corbata en lugar de con pantalón corto.

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