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Philadelphia y su encrucijada: Harden, Rivers y la herida abierta provocada por los Heat

Philadelphia y su encrucijada: Harden, Rivers y la herida abierta provocada por los Heat

Por cuarta ocasión en cinco años, los Philadelphia 76ers han sido eliminados en la segunda ronda de los Playoffs. Esta vez, Miami Heat fue el verdugo del equipo de Doc Rivers (4-2), dejando al proyecto en una situación compleja, por los giros de timón dados y las sensaciones ofrecidas para concluir la temporada. Los problemas físicos de Joel Embiid, eje del proyecto, nublaron la eliminatoria en su inicio. Pero las sensaciones y respuesta tampoco han resultado convincentes para unos Sixers que afrontarán un verano crucial.

Tras apostar por James Harden mediada la campaña, la atención se centra ahora en si podrán mantenerlo en términos no perjudiciales en lo salarial, observando su rendimiento, la continuidad o no del técnico y cómo reconstruir plantilla y aspiraciones de un proyecto herido y frustrado.

¿Qué conclusiones se pueden extraer, desde el prisma de Philadelphia, en esta serie ante los Heat?

Miami es una roca

Los Heat no terminaron como líderes del Este en fase regular por casualidad. Su poder explica buena parte de la serie y de cómo esta se fue condicionando, al final, a favor del equipo más sólido y consistente. El juego pocas veces engaña.

Miami ha ofrecido una robusta estructura, con capacidad de dominar a media pista (llegaban como undécimo mejor ataque y cuarta mejor defensa en esos escenarios, más influyentes por el contexto de partidos que se viven en Playoffs). Ha desplegado un sistema nacido para afrontar las eliminatorias (excepcional su plan atrás, plagado de versatilidad, automatismos y solidaridad). Y ha estado bajo el liderazgo en pista de un Jimmy Butler colosal, tanto en lo deportivo (27.5 puntos, 7.5 rebotes, 5.5 asistencias y 1.7 recuperaciones en la serie, por encima del 50% de acierto en tiros de campo) como en lo mental (siempre al rescate en situaciones de necesidad colectiva).

Miami es un conjunto sensacional y, a menudo, las eliminatorias se disputan y resuelven a partir del fino equilibrio entre dos fuerzas: el demérito de unos y el mérito de otros. Pocas veces, contadas a decir verdad, se escapa de esa ecuación por mucho que las narrativas quieran invitar a lo contrario. El demérito de los Sixers es real pero el poder de los Heat, que disputarán su segunda final de conferencia en tres años, también. Y en buena medida esto último acabó explotando la falta de recursos de los de Rivers.

Buscando a Harden

Durante las segundas partes de la eliminatoria ante Miami, James Harden ha promediado 5.3 puntos por partido, lanzando únicamente cinco veces en ese tramo y con porcentajes inferiores al 30% de acierto en tiros de campo y triples. La situación, ya de por sí llamativa, llegó al extremo en el sexto y definitivo duelo, en el que Harden no anotó un solo punto en toda la segunda mitad, con su equipo al borde del abismo: solo dos tiros a canasta y tres balones perdidos fue su bagaje en los casi 23 minutos de segunda parte que estuvo en pista. Para colmo, fue la primera vez en toda su carrera en la que, habiendo disputando al menos 40 minutos de un encuentro, no fue una sola vez a la línea de tiros libres.

Harden jugó con los Sixers, sí, pero no ha sido el Harden que Daryl Morey conocía de Houston, aquel monstruo que aglutinaba un volumen colosal de juego ofensivo. No lo ha sido desde el inicio, con un solo partido de treinta puntos en fase regular con los Sixers (más otro en Playoffs). No ha sido, de hecho, ni siquiera una versión parecida básicamente porque su voluntad y poder han parecido caer en picado. Harden no dio un paso adelante, en cuanto a deseo de asumir riendas del duelo en una situación crítica, en el fondo aquello para lo que llegó. Y en tramos anteriores en los que quiso, no fue el jugador de antaño.

En realidad, el Harden de Houston conserva algunas virtudes (es muy potente en situaciones de aclarado, incluso en gran cantidad de intentos) pero ha ganado inconsistencia en otros dos elementos de su poder. Uno muy visible es el acierto en triple tras bote, que decayó al 33% este curso, su peor cifra en cinco años, pese al espejismo del cuarto duelo ante Miami. Otra es su capacidad de resolución en el pick&roll.

Harden ha estado en el 62 percentil de esas acciones esta campaña con los Sixers, bajando al 45 percentil en las eliminatorias. Durante su trienio más salvaje en Houston (entre 2018 y 2020), su rendimiento ahí se mantuvo entre el 76 y el 84 percentil en la Liga. Por ejemplo, entre los 0.98 puntos por posesión que generaba en esas acciones durante 2010 (su último curso en Houston) y los 0.82 de la campaña actual con Philadelphia existe una notable diferencia.

El dominio de Harden en tres áreas clave: aclarado, triple tras bote y pick&roll, en volúmenes enormes, le hizo una máquina ofensiva. Pero con dos de esos aspectos habiendo mostrado síntomas evidentes de caída, ese poder asusta menos. A esa circunstancia, muy importante para juzgar su nivel, se ha unido la desidia en el momento clave (poco defendible dado que se encuentra en el contexto que quería, tras haber sido traspasado dos veces en trece meses) y está pendiente de unirse su situación contractual.

Harden tiene una cláusula en su contrato para seguir un año en Philadelphia a cambio de 47 millones de dólares. Pero la nueva fase del proyecto se ha ideado bajo la construcción de la pareja Harden-Embiid, lo que acaba desembocando en una posible extensión que superaría los 220 millones de dólares de inversión, en sus cifras más elevadas, por cuatro años para un jugador que este verano cumple los 33.

El jugador ya ha reconocido, tras la eliminación ante Miami que “seguirá” en los Sixers, matizando además que lo hará “bajo unas condiciones que nos permitan crecer y ser mejores”, lo que indirectamente alude a renunciar a algo de dinero en beneficio del margen de proyecto. Un margen, por cierto, muy limitado.

Sin embargo, aunque tal circunstancia ayudaría, la que más lo haría sería que los Sixers tengan al James Harden que fueron a buscar. A aquel animal ofensivo que pudiese crear una de las parejas más devastadoras del baloncesto junto a Joel Embiid. Ese Harden, de momento, no apareció en Philadelphia. Y, lo más preocupante, existe la razonable duda de que pueda llegar a hacerlo. Al menos en los términos que Morey le conoció.

Posiblemente nadie, a inicios de curso, esperaba que los Sixers, que debían gestionar el menor valor de mercado de la carrera de Ben Simmons, pudieran en ese contexto acceder a James Harden, entonces parte esencial del proyecto en Brooklyn y en el fondo la estrella anhelada por Morey. Pero la NBA siempre tiene un nuevo e inesperado giro de guion a la vuelta de la esquina. Tras conseguir lo improbable, a Harden, el proyecto se enfrenta ahora a una situación aún más trascendental que resolver el futuro de Simmons.

El proyecto en otra encrucijada

Entre Joel Embiid y Tobias Harris percibirán, el próximo curso, 70 millones de dólares. Para el siguiente la cifra se elevará a 82 millones, ya que entraría en juego la extensión del primero (43 millones previstos para la temporada 2023-24) aunque, en el verano de 2024, expirará el acuerdo del segundo. Por ‘limitada’ que sea, en cuanto a cifras, la continuidad de Harden, la franquicia no tiene demasiado margen de maniobra, al engullir prácticamente todo el límite salarial (estimado en 122 millones) entre tres jugadores.

Mover a Harris resultaría extremadamente complejo, por el enorme volumen de su contrato, por lo que Philadelphia tiene marcadas las cartas con las que debe jugar a corto plazo, más allá de retoques por excepciones salariales de poco volumen económico. Y pese a haber encontrado un tesoro en Tyrese Maxey, con un contrato bajísimo hasta su extensión en 2024, ni siquiera saben si esas cartas bastan. Es el resultado, en realidad, de una serie de decisiones que han ido condicionando el proyecto.

Desde la fallida apuesta por Fultz en el Draft, la oscura resolución del caso Simmons, la renuncia económica a Jimmy Butler asegurando la de Tobias Harris en su día, pasando por echarse atrás a última hora en la apuesta por Mikal Bridges en el Draft, en favor de Zhaire Smith. Los proyectos son, al final, las decisiones que se toman para ir construyéndolos. Y pese al éxito con Embiid, superando unos primeros años muy complejos, Philadelphia no ha sabido (o podido) encaminar la fase de ‘El Proceso’ a una estabilidad de recursos que le permitiera aspirar a lo máximo.

El escenario más cercano a ello, de hecho, fue el experimentado en 2019, cuando tras hacerse con Jimmy Butler el equipo, en su mejor versión de la última década, cedió sobre la bocina del séptimo partido de la segunda ronda ante los Raptors, a posteriori campeones, con aquel legendario tiro desde la esquina derecha de Kawhi Leonard. La renuncia a Butler ese verano, priorizando la docilidad de Harris al fuego mostrado por Jimmy, cuya actitud suponía un desafío para el entonces cuerpo técnico y gerencia, acabó bajando el listón. Y de hecho las palabras de Embiid al término de esta serie ante Miami, recordando su valor, demuestran que aquella herida aún está abierta.

El elogio del camerunés no solo a Butler sino a buena parte del núcleo duro de los Heat y su composición colectiva ofrece una lectura profunda sobre lo que le gustaría tener a él en su equipo y no tiene, abriendo un escenario de difícil resolución para una gerencia que ha de ser consciente de que en sus filas tiene a uno de los jugadores más dominantes del planeta. Y la necesidad de aprovechar su plenitud.

«Desde que estoy aquí, mentiría si dijese que hemos tenido ese tipo de jugadores. No tengo nada en contra de lo que tenemos, solo soy sincero. Nunca hemos tenido un PJ Tucker, es lo que intento decir. Y a medida que el despliegue físico aumenta, especialmente en Playoffs, necesitas ese tipo de jugadores. Necesitas a ese tipos realmente duros en pista». Embiid ha vuelto a cuajar una campaña digna de MVP. Pero el proyecto debe servir el siguiente paso.

El crédito de Doc Rivers

“No me preocupa mi puesto. Creo que hice un fantástico trabajo, si tú no lo piensas deberías escribirlo. Lo dejé todo para traer a este equipo hasta aquí, cuando llegué nadie nos daba por candidatos. Y este año pasó lo mismo”. Las declaraciones de Rivers, a la conclusión del sexto partido, demuestran sobre todo dos cosas.

Una, haber aprendido de la experiencia del curso pasado, en la que señalando abierta y públicamente a Simmons agigantó un incendio imposible ya de apaciguar. Esta vez no señaló a James Harden, una decisión inteligente para todas las partes. Y dos; la incapacidad para asumir cuota de culpa en el escenario, sea por la causa que sea (existen diversas teorías, desde forzar su salida en un contexto que considera atascado a la creencia real de que su culpabilidad es mínima).

Rivers, único técnico en la historia que ha perdido tres eliminatorias de Playoffs que llegó a dominar por 3-1, llegó a intensificar su mensaje, visiblemente molesto durante esta fase final cuando, tras haber ganado los tres primeros duelos ante Toronto, vio cómo dos triunfos seguidos de los Raptors volvían a generar la sombra del desastre bajo su figura. Lo hizo justificando su valor y poca responsabilidad en esos desastres.

Su carrera ha alcanzado picos altos (ninguno comparable al anillo con los Celtics en 2008) y tocado fondos difíciles de sostener. Su etapa con los Clippers se vio frustrada por un complejo cóctel de problemas físicos de hombres clave en momentos decisivos y falta de unidad de su vestuario llegado ese tramo. Y si bien en lo primero no posee responsabilidad, en lo segundo resulta difícil negarla.

Su continuidad en el banquillo de Philadelphia parece difícil. Durante la eliminatoria ante Miami, Rivers apostó de lleno por su cinco inicial (segundo equipo con menor minutos de banquillo en la segunda ronda y el que menos puntos aportó desde los suplentes), en parte por la diferencia de nivel y en otra porque durante el curso ninguno no consiguió que ninguno de sus posibles elementos clave pudiera acabar siéndolo. Y pese a que logró imponerse con este (+5 en 57 minutos con sus cinco hombres de confianza), las circunstancias le devoraron sin que plantease excesiva oposición. En el baloncesto actual es imposible sostenerlo todo en base a cinco hombres.

Primero porque la ausencia de Embiid en los dos primeros partidos marcó la serie. Pero después porque tampoco supo gestionar el escenario. Ante la ausencia de Embiid, cortocircuitó a su propio equipo apostando por un DeAndre Jordan que fue el juguete de Adebayo (-31 acumulado para los Sixers en los 31 minutos con él en pista). Ya con el camerunés, no controló el tablero de ajedrez en ningún momento ante Spoelstra.

Philadelphia se quedó en 105 puntos por 100 posesiones ante Miami, sufriendo a media pista no solo para encontrar situaciones de tiro ante la versatilidad del rival, algo visible en la limitación de balones interiores a Embiid y su posterior resolución ante las ayudas, sino también colapsando a menudo (16% de pérdidas en la eliminatoria). Fue un equipo dominado en el rebote (sobre todo en aro propio) y sin alma en el sexto duelo, que suponía la supervivencia en el curso. Que Rivers tuviera que recordar a sus jugadores que luchasen a inicios del tercer cuarto, tras el buen inicio de Miami, en un contexto así (en casa y jugándose la temporada) solo desprendía lo evidente: ese equipo había dejado de creer. Y quizás no solo en la victoria, sino también en su propio método.

 

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