Tranquilos. No se trata de hablar de pizarra. Las Xs y las Os hace tiempo que no pueden explicar muchas cosas. Tampoco la minuciosa estadística avanzada que trata de poner cifras al campo.
Es más una consideración social, política. Ver a Steph como un inadaptado a los tiempos modernos. Las muñecas de un flaco que desafía a los atletas más preparados del mundo.
Basket del siglo XXI en el que los bases pesan 100 kilos y los pívots, 101. Tiempo de correr, volar y tirar. Los números se contabilizan como las máquinas de contar billetes de Tony Montana. Entrenadores de 28 horas al día, a ritmo de broker de Wall Street. Todo en cifras tiene explicación. Muere la ilusión.
El físico impera. Si entiendes algo del juego, corres mucho y saltas más, tendrás agente y opciones. Para entrenar siempre hay tiempo. Si mides poco, pesas menos y anotas con la facilidad con la que llenas un vaso de agua, estás jodido.
La vida de Steph Curry y de muchos jugadores de la NBA están plagadas de esos rollos. Del que te cierra la puerta por pequeño; el que no cree que en ti para una gran universidad y el que te dice que te busques la vida allende los mares.
Ahí, empieza la carrera del antisistema. Del que se levanta para pelear lo establecido. Capaz de descolocar principios escritos en piedra. Reinventar un futuro a base de talento y con el trabajo que limita el error.
Todo lo de Curry va a la línea de flotación de los pilares de la tierra del baloncesto. Convirtió el triple en jugada de la semana; hace de las asistencias de hockey un fijo en NBA en Acción… Y te mata con el crossover aunque sepas que lo va a hacer.
Por el camino otras decisiones revolucionarias. Plantar a Nike por Under Armour; firmar por poco porque tu cuerpo no va más allá y hacer de tus compañeros una banda criminal.
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