Si cerramos los ojos y dejamos
que nuestra memoria
viaje por el baloncesto del
año 2008 nos asaltarán infinidad
de imágenes significativas,
espectaculares, inolvidables. Y
en la mayoría de ellas, como denominador
común, veremos la figura de Rudy
Fernández, en lo más alto finalizando un
maravilloso vuelo, abrazado celebrando
un triunfo, ejecutando un tiro de tres
puntos imposible, rodeado de aficionados
y, especialmente, veremos a la estrella de
DKV Joventut, de la selección española
y ahora, de los Portland Trail Blazers
hundiendo el balón ante Howard en la
final olímpica, en la jugada más significativa
de la historia de nuestro baloncesto
en el año 2008.
Sí, fue esa la imagen de nuestro baloncesto
y la de un Rudy Fernández empeñado
en acelerar su progresión y convertido
en prematura e indiscutible estrella
del continente primero, del mundo después.
Fue una acción que resumió la contundencia
de destino, la confirmación de
su explosión. ‘¡Aquí estoy yo!’ pareció
gritar mientras el mundo quedaba paralizado
en la final más bella de la historia.
Estrella mundial
Rudy decidió prorrogar un año más su
estancia en la ACB. Hizo caso a Aíto,
desatendió la llamada de la NBA e incluso
la del Barcelona y siguió en su
Penya de siempre finalizando el proyecto
que él mismo inició junto a Aíto cinco
años atrás. Firmó una temporada inolvidable
vistiendo de verdinegro consiguiendo
un título de Copa del Rey en
una final inolvidable derrotando al Tau
en su propia pista. Destacó por encima
de todos en la ACB donde estableció un
maravilloso duelo con su posterior compañero
de viaje hacia las estrellas, Marc
Gasol. Destacó en la Euroliga demostrando
su capacidad para ser declarado el
mejor escolta del continente. Nadie tenía
dudas ya de que Rudy no sólo había
culminado su explosión sino que evolucionaba
constantemente en su juego dejando
boquiabiertos a los ojeadores de
una NBA cada vez más convencida de
que esa estrella nacida en Baleares y formada
deportivamente en Badalona debía
engrosar aún más la ya larga lista de europeos
en la NBA.
Finalizada la temporada y convertido
ya en estrella mundial Rudy Fernández
afrontó unos Juegos Olímpicos en los
que poco a poco fue adueñándose de un
rol cada vez más importante en ese plantel
de estrellas consagradas que es la Selección.
Sí, Rudy aprovechó la oportunidad
que le dio el nuevo y temporal seleccionador,
un Aíto que lo conocía
suficientemente bien para apostar claramente
por sus piernas, por su velocidad,
por su madurez adquirida a fuerza de liderar
a la Penya. Rudy destacó también
en esa selección de Gasol, de Navarro, de
Calderón, de Garbajosa, de Felipe Reyes…
Destacó entre las indiscutibles estrellas
y lo hizo también ante rivales de
altísimo nivel alcanzando, como todo el
baloncesto español, el éxtasis, en esa inolvidable
final ante Estados Unidos y representando
con ese mate en los morros
de Howard toda la explosión no sólo de
él, sino de las últimas generaciones que
han sabido llevar a nuestro baloncesto a
la cima del mundo.
Y con la medalla de plata al cuello y
con el prestigio ganado en su nuevo destino
gracias a su actuación ante los americanos
de la NBA, viajó a Portland y nada
más aterrizar se dio cuenta de que no
llegaba como novato sino que lo hacía como
estrella respetada, idolatrada, admirada.
Rudy se adaptó a la NBA, a un baloncesto
diferente pero ya no tanto, a un
juego donde el talento, las piernas, la velocidad
y sobretodo la puntería se imponen
por encima de idiomas, de procedencias,
de roles. Rudy demostró en pocos
partidos que era capaz de adaptarse, de
jugar a su mejor nivel, de volar por encima
de los demás realizando esos alley
oops que le han hecho famoso en todo el
mundo, de anotar triples en todos los
partidos de su equipo y de saber entender
perfectamente cuál y cómo era su papel
en un conjunto competitivo de la NBA.
Rudy empezó el año convertido en estrella
de la ACB y de la Euroliga y lo
acaba convertido en un jugador importante
de la NBA. El mundo ya conoce a
Rudy Fernández y en nuestra nómina de
estrellas se incluye un nombre más, seguramente
uno de los más importantes
del presente y del futuro. Porque todo
tiene la pinta de que este joven jugador
seguirá emprendiendo vuelos cada vez
más altos y espectaculares y que su progresión
le llevará a ser una estrella también
de esa NBA que cada vez habla
más y mejor el castellano. Ha sido el
hombre del año, el jugador que más nos
ha hecho soñar, el mejor representante
de la progresión imparable de un baloncesto
español que en la última década no
ha parado de cosechar éxitos colectivos y
reconocimientos individuales.