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Apasionante Fernando. Deslumbrante Martín, por Paco Torres

Apasionante Fernando. Deslumbrante Martín, por Paco Torres

Paco Torres, durante muchos años director de Gigantes, ofrece su particular punto de vista sobre la figura de un legendario Fernando Martín.

Fernando Martín, medalla de oro en los 200 metros mariposa en los Juegos Olímpicos de Moscú’80.

Fernando Martín, elegido Mejor Jugador Mundial de balonmano de la década de los 80.

Fernando Martín, primer español en llegar a la NBA tras conquistar la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles’84.

De estos tres titulares, sólo uno acaba por convertirse en realidad, pero cualquiera de los otros dos bien pudiera haber sido posible de haberse decantado Fernando Martín Espina por alguno de los otros dos deportes en los que el tercer hijo del matrimonio formado por Ricardo y Carmela destacó desde pequeño. Pero por fortuna para el baloncesto, el portento físico, dotado además de un carácter arrollador y un desbocado afán competitivo, se decantó por mostrar todas esas cualidades entre dos canastas.

Por fortuna para el baloncesto y, por supuesto, para Gigantes. Porque para esta revista Fernando Martín es un referente constante desde que irrumpiera más que asomara en la portada del número 1. Que fuera el primer español, y el segundo europeo tras el también pívot búlgaro Georgi Glouchkov, en ir a la NBA sin pasar por la NCAA en una época –hablo de mediados de los 80– en la que aquel el baloncesto no es que lo pareciera, es que era de otro planeta, magnificó aún más la ya de por sí descomunal figura de Fernando Martín.

Avisados estábamos que Fernando no era un personaje fácil para los medios y aun así la primera entrevista para Gigantes, rompedores que éramos, se la encomendamos a una compañera que habíamos fichado por su talento escribiendo, aunque no supiera de baloncesto, para dar otra visión y otro toque a la publicación. No indagamos sobre las preguntas, pero debieron de tener bien poco con el basket porque Fernando nos mandó un mensaje para que, por favor, le repitiera la entrevista alguien que hablara de baloncesto, el que había hecho la entrevista a Corbalán unos números atrás, por ejemplo. Y ese era yo. Aquella entrevista, que comenzamos hablando de baloncesto, a ver quién se atrevía a otra cosa, derivó con el paso de los minutos hacia otros temas más personales hasta el punto de que la primera frase que destaqué en un sumario fue: “Es fundamental sentirme necesario, un poco querido”, dentro de una entrevista cuyo titular era “El baloncesto no es fundamental en mi vida”. Y eso que quería una entrevista de basket…

Lo entendí a la primera: Fernando no permitía que los periodistas hurgáramos, pero se abría un tanto si la conversación fluía con naturalidad. No me arrogaré una amistad que no fue. Pero sí una complicidad basada en el respeto y la fidelidad por lo hablado que permitió unas cuantas entrevistas más, entre ellas la última que concedió a un medio de comunicación escrito, una soleada mañana del día de la Almudena, 9 de noviembre, en la terraza de la cafetería de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, justo donde ahora se levantan esas cuatro torres que han cambiado tanto el skyline de Madrid. Después de la entrevista, charlamos hasta las tantas sobre el papel de la prensa, tema que le apasionaba, lo que hizo que su hermano Antonio, harto, se marchara, y que yo llegara tarde a la comida familiar en la que celebrábamos el santo de mi hija mayor.

También mantuvimos alguna charla volcánica, como aquella en el chárter en el que volvíamos de Atenas tras ganar el Real Madrid la Recopa al Caserta de Óscar y haber metido Petrovic 62 puntos. Era lo bueno que tenía para Gigantes que las finales europeas se disputaran entre semana, que los viajes de vuelta daban mucho juego. Fernando echaba humo, lo que quedó suficiente reflejado en el número siguiente, y no sólo porque entre los dos nos fumáramos en el vuelo –entonces se podía– una cajetilla de rubio sin filtro… Pasional y apasionado. Apasionante para aquellos a los que nos dejó asomarnos por un resquicio al ser humano, mientras seguíamos deslumbrados la carrera de una fuerza de la naturaleza que pudo ser el mejor en cualquier deporte que hubiera elegido.

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