No tengo la más mínima duda cuando pienso en la razón por la que Fernando Martín no triunfó en la NBA: no le dejaron. Reunía todas las condiciones para haber disfrutado de una exitosa carrera en la mejor Liga del mundo, físicas, técnicas y mentales. Por eso los Lakers quisieron elegirle en el draft, por eso los Nets se adelantaron a los Lakers, por eso los Blazers compraron sus derechos a los Nets. Fernando Martín debió pasar a la historia por algo más, que ya fue mucho, que por haber sido el primer español en jugar en la NBA.
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Su aventura en Estados Unidos estuvo trufada de mala suerte. Fue mala suerte que los Nets se anticiparan, cuando a Martín lo que de verdad le ilusionaba era jugar con los Lakers, que le cortejaban, como adelantó en su momento Andrés Montes, enviándole cajas con ropa deportiva, gorras, llaveros y banderines. No fue buena que los Nets cambiasen de entrenador sólo unos días después de haberle seleccionado. Stan Albeck, el que apostó -junto al manager Al Menéndez- por Fernando, aceptó una sensacional oferta de los Bulls, sobre todo porque significaba convertirse en entrenador de Michael Jordan, y abandonaba el equipo semanas antes de que comenzara la Liga de verano de Princeton. Su sustituto, Dave Wohl, no supo ganarse la confianza de Martín para que decidiera quedarse en la franquicia de New Jersey. Pero la peor suerte le esperaba en Portland. Y tenía nombre y apellido: Mike Schuler.
El entrenador de los Blazers era, como muchos de sus colegas de aquella época, muy cerrado con respecto a los jugadores extranjeros. Nada que ver, por ejemplo, con aperturistas como Albeck, Mike Fratello (soy amigo de los dos y sé que con ellos Fernando habría sido un jugador importante) o Pat Riley. Schuler destacaba por su extremo conservadurismo, que alentaba uno de sus ayudantes (con el tiempo vio la luz en Sacramento), Rick Adelman, tan obtuso como él. Nunca creyeron en Martín. Le arrinconaron en el último lugar del banquillo minándole su confianza y aburriéndole. Sus compañeros no entendían ese ostracismo, le veían como un jugador muy útil para el equipo. Me lo dijeron Terry Porter, Jim Paxson, Jerome Kersey, Sam Bowie y hasta Kenny Carr, el titular en el puesto de Fernando. Pero había dos jugadores a los que Martín encantaba, como me aseguraron varias veces, y eran las dos grandes estrellas de aquellos fantásticos Blazers: a Clyde Drexler y a Kiki Vandeweghe no les entraba en la cabeza que Schuler ignorara a Fernando. Pero así era. Y se fue consumiendo. Yo tuve la suerte de estar con él en Princeton, en el campamento de los Nets en 1985, y en su debut con los Blazers un año más tarde. La ilusión que transmitía en New Jersey se había transformado en fatal y realista conformismo en Portland.
Recuerdo como si fuera hoy una comida con Fernando en Phoenix, un día que su equipo jugaba contra los Suns. Sólo era el tercer partido de la temporada y me quedé con la impresión, que conservo muy bien 28 años después, de que él, una persona inteligente y deductiva, ya sabía entonces lo que le esperaba con Schuler. Leí una vez que acertar con mucha antelación es, a ojos de los demás, lo mismo que equivocarse. Eso le pasó a Martín, por eso no triunfó en la NBA. Fue un adelantado a su tiempo. Fue, a ojos de entrenadores medrosos, demasiado bueno demasiado pronto.