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’21 años sin la mirada de Mirza Delibasic’, por Piti Hurtado

’21 años sin la mirada de Mirza Delibasic’, por Piti Hurtado

Delibasic no quiso huir de Sarajevo, de su lugar en el mundo, la ciudad que sufrió el sitio más prologado de la historia de las guerras modernas de lo que llamamos humanidad. Mirza Delibasic tuvo siempre esa pose, ese estilo, esa mirada de los genios. Esas personas a las que la vida les pasa por delante a una velocidad diferente y que saben lo que va a pasar, lo que vas a decir, conocen lo que ellos mismos van a sufrir. Mirza Delibasic hizo disfrutar a muchos con su baloncesto diferente y aún así ganador. Todo ese placer, toda esa ilusión por la belleza que estaba por crear en cada ocasión que recibía la bola fue mucho, una vida vivida en la cancha con generosidad. Los que le conocieron de cerca destilan la pena de no haber sabido como ayudarle, comparten un recuerdo como si quisieran compartir algo muy íntimo, sacarse la injusticia del alma, la sinrazón de una guerra que golpeó al que ya estaba golpeado, a un amigo que además había sido uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto europeo. Y lo fue sin darse importancia, solamente con su mirada.

Mirza ganó todos los Campeonatos importantes que se podían ganar en los 70 por parte de un yugoeslavo: Oro olímpico, oro mundial, oro europeo. Además de haber sido Oro en Cadetes y Junior (entonces empezó una amistad eterna con sus coetáneos Juan Antonio Corbalán y Mickey Berkowitz). Campeón de Europa con “su” Bosna Sarajevo en 1979. Llegado al Real Madrid con el inicio de los 80, allí solo pudo ayudar a conseguir una Liga Española y un puñado de relaciones personales que le acompañaron hasta el final.

Delibasic no era un base, Delibasic no era un escolta, era un creador de juego. 1,97, delgado, fibroso hasta que el físico le aguantó llegando a la treintena. Impasible ante la presión defensiva, sus cualidades de bote y manejo de bola le permitían flotar sobre la pista, trasladar una sensación de poco desgaste, sin gestos de sufrimiento, ni de fatiga. Su gran cualidad combinada fue el pase y el tiro. La media distancia tras la elegante suspensión, longilínea, la muñeca dejando que el balón saliera con una buena parábola, aliado del tiro tras bote ganando la línea de fondo, encontrar espacios antes de la instauración de la línea de tres puntos, allí donde casi no tenías ángulo. Facilidad anotadora extraordinaria que cobraba magia porque era sin dida mejor pasador que lanzador. Y anotaba mucho. Quizás coincidir con cañoneros como Kikanovic, Dalipagic o Brabender le hizo sentir que ellos solo podían anotar y él podía adaptarse. Igual que cuando con su gran amigo Corbalán y su indiscutible jerarquía en el club más jerarquizado, no le quedó más remedio que hacer caso de nuevo a su sensibilidad e ir encontrando a tirones su sitio en el Real Madrid, bajo el constante gotear de críticas mediáticas por su rendimiento.

Los pases de Mirza, las asistencias de “Kinđe”

Pasar tras bote, aprovechando la fuerza del impacto del balón en el suelo. La economía gestual hecha poesía. Pasar en salto cuando era pecado capital, antes de la amnistía. Pasar por la espalda al poste en posesiones calientes de aquellas liguillas durísimas de cuartos de final de la Copa de Europa. Pasar en salto por la espalda, en salto y en contraataque (y además con la izquierda). Pasar en gancho tras coger el rebote y cruzar la cancha para terminar la bola en las manos del compañero más adelantado, toda la cancha.

Y por supuesto, las asistencias no recibidas, las no entendidas, los pases no agarrados. Los momentos de falta de entendimiento, de no saber ofrecerse. Mirza imaginaba espacios que no eran bien ocupados. Sin esas pérdidas de balón, sin los errores no habría genios pasadores. Y que no falten nunca.

A los 14 años, ganando campeonatos, en su país,  en el deporte del tenis, prefirió pasarse al baloncesto. Reinando Europa a los 15 años y a los 17 años es muy difícil que no sientas el éxito inmaduro, la coordinación, la motricidad no va a la misma velocidad que el aprendizaje y asimilación de la gloria efímera.

Mirza según sus allegados no quiso ser un ejemplo, siguió fumando impenitentemente incluso tras sufrir el ictus tan severo que le retiró de las canchas cuando dejó el Real Madrid, verano del 83. Su vida fue existencial, vivida para el disfrute pero también para los demás. El escepticismo fue una de las guías de su existencia, motor y atenuador de dolores. Mirza vivió desafiando los manuales de la fama y los excesos, huyendo de la gloria enferma de los que quieren reinar.

Tardó en recuperarse de la hemorragia cerebral, nunca del todo, sus años posteriores vinieron marcados por la búsqueda de su lugar en el baloncesto y en la vida. Ayudó a su deporte en Bosnia desde su posición pero en tiempos muy complejos. La Guerra de los Balcanes machacó a una generación entera, especialmente de bosnios. Y a los habitantes de Sarajevo. El cuerpo de Mirza sobrevivió al sitio de su ciudad por parte del ejercito yugoeslavo y serbio, pero salió de ello con un cancer linfático que sería incurable. Su alma o parte de ella se quedo en la Guerra, como no podía ser de otra forma para una persona con corazón, con ese corazón.

Se retiró  de las canchas antes de cumplir 30 años, falleció a los 47. Murió joven, vivió mucho, por momentos, demasiado. Tras 20 años de su marcha sigue siendo muy recordado por la belleza que regaló jugando a baloncesto, por la elegancia en el trato, por ganarlo todo con una gran selección, por ganar Europa con un club pequeño, por dejar genialidades en la Liga Española, por llegar a la Ciudad Deportiva a entrenar con un cigarro entre los labios, por renunciar a su último año de contrato en el Real Madrid en base a ese elemento tan poco conocido como es la dignidad personal, por organizar la Selección de un país nuevo y llevarla a competir cuando llovían bombas (de las de verdad) y por quedarse en Sarajevo, con sus vecinos, pese a tener grandes amigos en muchos lugares.

Pete “Pistol” Maravich, Mirza Delibasic, Ricky Rubio comparten la creatividad, la capacidad de hacer cosas diferentes en la cancha y una consciencia dolorosa ante la fugacidad de la vida. Un flequillo parecido, una mirada parecida. Una sensibilidad.

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