Muchas veces hemos recordado nuestra primera portada en noviembre de 1985: Fernando Martín defendiendo a Greg Wiltjer en un Real Madrid – Barcelona. ¿Pero se acuerdan del protagonista de la segunda una semana después? Sí, Pepe Collins del Espanyol metiéndola hacia abajo… Hablamos con él para recordar su pasado y descubrir su presente.
Bioko es una paradisíaca isla volcánica de Guinea Ecuatorial bañada por aguas atlánticas y en la que se encuentra la capital Malabo. Durante su largo periodo colonizada, se llamó Fernando Poo en honor al navegante luso que descubrió la costa suroeste africana (1471). El país lograría la independencia en 1968. Seis años antes, allí nació José Luis Collins Jones. Aquí, para sus amigos y para el imaginario colectivo del baloncesto, Pepe Collins.
Con la nacionalidad española, su familia pronto se trasladó a Barcelona. En un entorno privilegiado como La Salle Bonanova, se formó como alumno y deportista. Su carrera siempre ha ido acompañada de la parte humana del deporte: no podríamos entender una canasta, un pase o un bloqueo sin recordar que detrás hay un Pepe que comunica, construye vínculos y sabe escuchar todas las voces de un pabellón. “¡Tuve un entorno tan bueno! Había mucho nivel, dominábamos las categorías inferiores. Pero también una formación en valores excepcional, la empatía, aprender a competir, disfrutar por encima de todo… Siento que todo lo absorbí allá” recuerda ahora con emoción.
Alero de 1.92 y exuberantes condiciones físicas , Collins cree que fue una casualidad convertirse en jugador profesional de baloncesto. “Se alinearon los astros. En el colegio teníamos un equipo muy bueno: no teníamos ni fichajes, ni la edad, porque la mayoría éramos juniors, pero subimos a la máxima categoría”, explica todavía incrédulo. Así, la temporada 1980-81, el equipo de la escuela Salle Bonanova ascendió a la Liga Nacional con cuatro jornadas de anticipo ante la sorpresa general y junto al Caja Ronda y el CB Canarias. Un grupo de jóvenes inexpertos aterrizaba en las pistas de la élite para defender la cohesión de una generación extraordinaria, un grupo de amigos que se entendía mejor a través de una canasta. Con Joan Rivera como entrenador, el alero Luis Blanco como máximo anotador de aquella Primera B (26 puntos de media) y un bisoño grupo batallador sin ningún ‘dos metros’ (Aurelio Berruezo, Rafa Martí, Miguel Sala, nuestro protagonista Pepe Collins, Javi Navarro, Jordi Puig, Paco Pubill, Ángel Marsal y Paco Dosaula), el conjunto barcelonés protagonizó un auténtico cuento de hadas…
Codeándose con los mejores
Llegaron, humildes y con la etiqueta de ‘simpáticos’, a una competición repleta de nombres propios pero a años luz del baloncesto-espectáculo de hoy, lejos de la “fórmula NBA” que ahora monopoliza portadas y distorsiona la idea de la que tendría que ser una disciplina colectiva. El Barcelona ya plantaba cara al Real Madrid. En aquel pujante Barça había puntales como Nacho Solozábal, Juan Antonio San Epifanio o Chicho Sibilio, quién fue, junto con Collins, los únicos nacionales negros en aquella incipiente época dorada. “En general, fue una época en la que viví muy bien. La gente me asociaba al club donde estaba y para mí Chicho era un referente”, sonríe mientras echa la mente atrás. “Somos recordados”. En aquella Liga Nacional 81-82, rodeados de estrellas de talla mundial, un grupo de jóvenes de la Bonanova acostumbrado a entrenar en un pabellón escolar ahora pisaba hipnotizado la pintura de algunos de los clubes más cotizados de Europa. El debate fue ¿americano, sí o no? Se decidió que no y que se mantendría el bloque: sólo se fichó al base Toni Tramullas para cubrir las ausencias de Martí (servicio militar).
El club barcelonés perdió la categoría (sólo 3 victorias en 26 jornadas) y con ella algunos de los integrantes de su columna vertebral volaron del nido. Derrotas abultadas (64-132 ante el Barça y 78-149 contra el Madrid), por debajo del 30% en tiros de campo, 78-106 como resultado tipo con las peores defensa y ataque… pero también el orgullo de ser el combativo equipo que más tiros libres provocó en aquel curso. Un hito breve, pero masivo, tatuado en la retina de jóvenes que compitieron contra algunos de los mejores sin moverse de la escuela donde crecieron, “hoy impensable”. Un ascenso deslumbrante para el ilustre barrio de la Bonanova. Collins, ahora con 61 años, recuerda con nostalgia. “Valoramos poco lo que fue aquella época. Ahora hemos perdido aquella identificación, aquella esencia, ahora todo es más individual y menos próximo. Era una época donde el baloncesto era más real para todos, era de verdad”.
Con el Espanyol en Liga ACB
Tras dos temporadas en Primera B (descenso a Segunda con La Salle en la 82-83 y ascenso ya con el Espanyol en la 83-84), Pepe Collins se dispuso a desarrollar la etapa más brillante de su carrera: cuatro campañas ACB de blanquiazul (1984-88). Guifré Gol en el banquillo, los bases Albert Illa y Tramullas, los aleros Herminio San Epifanio, Santi Abad, Manel Bosch, Eduardo Piñero, Óscar Cervantes, los extranjeros Mike Phillips, Victor Anger, Vernon Smith, Jack Haley, Mario Butler… “Hice buenas temporadas, seguramente las mejores de mi etapa profesional. Era un momento en el que llenábamos cada partido el Palacio de Deportes y éramos noticia”. Cuando protagonizó la segunda portada de Gigantes, Collins encarnaba la figura del equipo revelación: balance 7-2, sólo por detrás del Joventut en el Grupo Par. Aquella temporada (cuartos de final contra la Penya) y la siguiente, el guineano promedio 30 minutos en pista… Actor destacado en aquella incipiente Liga ACB. Pepe salió del Espanyol con 26 años: farolillo rojo de la 87-88 pero el descenso no se consumó por la ampliación de 16 a 24 equipos. Fusión de los blanquiazules con el Granollers.
Después de su última temporada al máximo nivel con el TDK Manresa (88-89, cierre ganando un playoff por la permanencia ante el Breogán), Collins pasó por diferentes clubes (Obradoiro, Cajabadajoz y Montcada) hasta colgar las botas en 1994. Quería calma, como una embarcación que descansa en el puerto después del mar movido. Se quedó en Montcada con un rol de formador, creando desde cero lo que ahora es la cantera del club. Y aquí empezó la segunda parte de una historia que no conoce fronteras.
Basket como herramienta
Collins creó un campus que realizaba proyectos en diferentes puntos de España (Menorca, Garraf…). “En teoría era una escuela técnica de baloncesto, pero no podía dejar de centrarme en transmitir otros aspectos que yo había aprendido”, señala. Años más tarde, volvió a su tierra natal para arraigar fuerte donde empezó sus pasos, pero sin dejar atrás “la visión transformadora del deporte, la capacidad que sé que tiene el baloncesto de cambiar vidas y las ganas de realizar una tarea formativa como la siento yo”. Porque quizás las vivencias no son ricas si, aparte de tú mismo, nadie más aprende de ellas. Como cuando tienes la suerte de ver una lluvia de estrellas pero no puedes compartirla y por ello parece menos real.
En Guinea empezó a poner los primeros ladrillos de la que sería su nueva realidad y, de retruque, la de muchos jóvenes del país a los que los cambiaría la vida el poder tener una pelota anaranjada entre las manos. En su regreso a Guinea Ecuatorial, Collins colaboró con el Ministerio de Educación y Deportes y se convirtió en el director técnico de la Federación de Basket de 2009 a 2017. Durante esta etapa, Collins creó escuelas, potenció ligas escolares, reforzó la liga nacional y coordinó la organización interna del Campeonato Final de la Liga de Campeones de Basket de África en 2012, incluso se involucró con la FIBA en la organización de la final de la Champions de Clubes africana en 2015, con sede en Malabo, el latido de Bioko.
Pepe ha construido futuro para el baloncesto guineano sin abandonar su proyecto con sello propio, la joya más preciada de su palmarés social: la Asociación Sport Valor África desde 2009. Con sede en Guinea Ecuatorial, y con algunas actividades puntuales en España, Sport Valor nace “con la intención de crear espacios deportivos de confianza con atención especial al deporte popular”. A través diferentes actividades formativas, el proyecto ha hecho de la cohesión de grupo, del esfuerzo o el respeto, el torrente sanguíneo de centenares de niños. “Si un deportista no se forma en valores, no merece la pena”, afirma contundente, convencido, sereno. “A mí siempre me enseñaron a disfrutar antes que ganar, y así es como empecé a ganar. “Si antepones tus valores a competir, aprenderás, y al final acabarás ganando”. En Guinea Ecuatorial, Pepe trabaja para que los jóvenes “crezcan y se conozcan ellos mismos”, pero recuerda que él no tuvo estas herramientas, que se descubrió abriéndose camino por pasillos oscuros, por etapas de incertidumbre, por profundidades estremecedoras. “El baloncesto es una herramienta excelente para gestionar tus emociones, modular tu estrés, la presión… no tiene que ser el origen. Aprender de ti es tan importante como la técnica a la pista”, asegura.
Collins recalca la importancia de la comunicación interpersonal y la riqueza de los vínculos para hacer mejores a los deportistas. “El deporte es un lugar bastante escaso de comunicación. Todo es muy rápido y con consignas cortas, pero para hacer cambiar a alguien, lo que le digas le tiene que tocar”, apunta. Se ha encontrado con miles de caminos vitales que se han cruzado con el suyo y, de alguna manera, tiene que lograr que el baloncesto encaje en todas esas tesituras diversas. Después de 30 años en la vertiente formativa tanto en España como en Guinea Ecuatorial, Pepe Collins ha lidiado con muchas historias que esconden personas detrás, funambulistas de la vida que en algún momento se encontraron con la pelota, y el resto ya no ha sido demasiado importante. Jóvenes que encontraron una vía de escape con el basket, jóvenes que “solo dejaban de delinquir cuando estaban jugando, porque el deporte es la manera más intuitiva, eufórica y juguetona de ser. Los jóvenes de aquí no están sobreexpuestos a estímulos falsos, y es más fácil que la pelota los toque la fibra”. Pepe Collins resalta la importancia de no poner unos retos imposibles a quienes aprenden, porque el baloncesto, como la vida, está hecho para saltar, llorar y emocionarse, no para destacar. “El deporte es universal, la élite no”, contesta con calma, con pausa.
Las cosas buenas siempre están cerca: la gente que aprecias, el lugar donde creciste, la pista donde aprendiste… Pero también las que no lo son: una rozadura en las rodillas, una palabra clavada, una pelota perdida, un choque de morros contra la realidad. No hay que encender la televisión para encontrar las referencias. “Ganar por ganar es peligroso, no puedes tener la NBA como meta porque solo es un espectáculo. Necesitamos estímulos que nos motiven, no que nos engañen. Yo siempre digo a los niños: tienes la referencia en tu pueblo, en tu barrio”. Hace años que aquel joven de piel oscura tocó el cielo de la ACB y siempre ha intentado transmitir lo que sintió a los jóvenes: un amor profundo por la canasta, no por el cielo.
Fotos de Pepe Collins: Miguel Ángel Fornies
- Artículo publicado originalmente en el número 1533 de la revista en papel, en junio de 2023, que puedes conseguir aquí
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