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Historias del baloncesto español: Los entresijos de la primera Copa de Basket

Historias del baloncesto español: Los entresijos de la primera Copa de Basket

Imaginen una tarde de otoño, una tarde de baloncesto. No hay rap ni enormes auriculares en las orejas de ningún jugador. Por no haber, no hay ni llegada al pabellón: la primera final de la Copa de España se juega al aire libre, sobre una pista para la ocasión de arena apelmazada con un rodillo en los jardines del Cine Goya de Madrid. Acuden varios centenares de curiosos para ver el espectáculo así que podría sonar un pasodoble, si es que sonaba algo.

En 1933, el Rayo fue el primer campeón copero en España

Las zapatillas apenas tienen dos centímetros de altura en las suelas, quedan por debajo de los tobillos y son de tela. Sin rastro de marcas comerciales. Las camisetas, también de tela, son lisas y sin mangas y presentan el escudo de los clubes cubriendo todo el pecho y el número a la espalda. Bordados, claro. El campo se delimita con líneas de cal sobre la tierra y aparecen dos siluetas irregulares con forma de bombilla en lo que hoy llamamos “la zona”. Corría el año 1933 en una España republicana y convulsa.

Desde que en 1921 Eusebio Millán trajera de las misiones cubanas el basketball, habían aparecido varias decenas de clubes, federados para organizar los primeros campeonatos regionales. Cataluña y Castilla llevaban la delantera. Aunque la Federación Española de Baloncesto se fundó en 1923, hasta diez años después no estaría en condiciones de organizar la primera competición con equipos de todo el país.

Madrid versus Cataluña

Entre el 15 y el 29 de octubre de 1933 se celebró la primera Copa de España. Se jugaron cinco partidos entre cuatro equipos. En la primera edición jugaron los dos equipos más destacados de Cataluña y Castilla: el Iluro de Mataró, la Juventus de Sabadell, el Madrid BasketBall (así se llamó la primera sección de baloncesto del Madrid Club de Fútbol) y el Rayo Club de Madrid. Las eliminatorias de ida y vuelta obligaban a los equipos a viajar a cancha rival. La final se jugó a un solo partido en Madrid. Aún puede revivirse, en las hemerotecas de ABC y El Mundo Deportivo, la agria polémica que evidenciaba las diferencias de criterio arbitral de la “prensa de Madrid” y la “prensa de Barcelona”. Ya entonces.

Los equipos catalanes se impusieron en ambos partidos de ida. En la vuelta, denunciaron que el pavimento irregular y el comportamiento casero de los árbitros había sido determinante en las remontadas que sufrieron a manos de los equipos madrileños. Los jugadores madrileños se defendían con el argumento de su mayor pericia para adaptarse a una cancha en la que “no se debía botar el balón si no se quería perder”. Finalmente, el Rayo Club y el Madrid BasketBall se jugaron la Copa en la final con victoria rayista (21-11), como había sucedido en la edición de 1932 del Campeonato de Castilla. En la primera, la de 1931, el “Rayo B” superó en la final al “Rayo A” demostrando una enorme superioridad del club sobre el resto.

Allende los mares

El Rayo Club nació en 1929 y desapareció en 1942. Obviando que durante la Guerra Civil no se celebraron campeonatos deportivos, el palmarés del equipo madrileño asusta: estuvo presente en la final de las tres primeras ediciones de la Copa de España, y ganó siete Campeonatos de Castilla, perdiendo las otras dos finales con el Real Madrid en las nueve ediciones en que participó.

Llegaron de América para enseñarnos nuevas maneras de jugar 

La plata española en el Campeonato de Europa de Ginebra de 1935 contaba con tres jugadores rayistas sobre una plantilla de ocho: los hermanos Pedro y Emilio Alonso y Rafael Ruano. ¿De dónde salían estos tipos capaces de dominar el primer baloncesto español? El club lo fundaron un grupo de aficionados que venían de América: los impulsores fueron el español Pedro Gil, que había vivido 18 años en Cuba; los hermanos Alonso, cubanos hijos de españoles, el venezolano Duplat y los hermanos Álvarez, chilenos. Todos ellos coincidieron en Madrid en 1929 y emprendieron la fundación del club que dominaría el baloncesto de nuestro país en sus primeros pasos.

De Cuba a Lousiana

El baloncesto que Eusebio Millán trajo a España algunos años antes era, fundamentalmente, un reglamento en torno al que inventar un juego. El baloncesto del Rayo era otra cosa. Los hermanos Alonso habían viajado desde Cuba a Louisiana para estudiar en el Saint Paul College de Comington y allí habían practicado el baloncesto. Décadas después, Aza Nikolic o Antonio Díaz-Miguel teorizaron la necesidad de viajar a los Estados Unidos a estudiar su baloncesto, muy en especial el universitario, para incorporar mejoras al juego en Europa.

Antes de poder ver todos los highlights de la noche de NBA en el móvil con el desayuno a cámara superlenta, los grandes entrenadores europeos viajaban a América para aprender baloncesto. En un baloncesto que caminaba a tientas entre marcadores por debajo de los 30 puntos, aportaron cualidades técnicas y tácticas que marcaban la diferencia en nuestro país y también en Europa: fundamentos de defensa individual y, sobre todo, el conocimiento de las posiciones interiores y de los movimientos de pivote en el poste. Fueron fundadores de clubes, directores técnicos, jugadores y, probablemente, conductores y utilleros al tiempo. No debía ser tan diferente aquello de lo que viven entrenadores, jugadores, padres y madres cada vez que organizan las tardes y los fines de semana alrededor de este juego.

Pioneros

Pero ellos ganaron la primera Copa, la misma competición que entre el 13 y el 16 de febrero llenará el Carpena y pondrá ante la televisión a cientos de miles. Y conquistaron una plata europea en un tiempo tan lejano que, a menudo, la olvidamos cuando enumeramos los éxitos de un baloncesto que a veces parece que naciera en Los Ángeles’84 o en el Mundial Júnior de Lisboa’99. Hace casi un siglo, la sensación más parecida a la irrupción de Stephen Curry en la NBA era ver jugar a unos tipos que venían de Cuba y sabían pivotar. Quienes hoy disfrutamos del baloncesto en esta tierra le debemos mucho a los pioneros que metieron las primeras canastas a trancas y barrancas. Lo hicieron sin rap y con copla, con zapas de tela, sin crossovers o fadeaways pero con la misma pasión que hoy tenemos por ver entrar la pelotita en el aro y construir, alrededor, la vida.

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