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¿Cómo se unen tácticamente la evolución del baloncesto y el fútbol? Lo explican Abel Rojas y Andrés Monje

¿Cómo se unen tácticamente la evolución del baloncesto y el fútbol? Lo explican Abel Rojas y Andrés Monje

Artículo publicado en la revista ‘Gigantes del Basket’, en el mes de mayo del año 2018

La riqueza del baloncesto no radica únicamente en su propia condición de deporte con absoluta alergia al estatismo, sino que también llega a trasladarse a otros deportes que se nutren de su propio desarrollo. Ni siquiera el fútbol, en la cima mediática, escapa a los tentáculos de la canasta. De hecho ambos deportes coexisten buscando respuestas a nuevos escenarios del deporte, que sirve jugadores cada vez más poderosos en lo físico y más complejos en lo táctico.

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El deporte es un ser vivo en constante evolución. En casi ninguna disciplina, sea individual o colectiva, el mejor de un tiempo pasado podría competir de igual a igual contra el mejor de tres generaciones después. No se trata de una cuestión de talento, sino de refinamiento; una labor de estudio, prueba, error, acierto y perfeccionamiento que lideran las mentes que cambian la historia.Precisamente esas mentes privilegiadas son a su vez las más curiosas, las que buscan la inspiración incluso en los terrenos más lejanos. Y no hay terreno más próximo a un deporte colectivo que otro deporte colectivo. Quizá por ello, a día de hoy, el baloncesto, que está avanzando a la velocidad de la luz, esté siendo el motor de un crecimiento táctico que, por ejemplo, en el fútbol se está trazando de una manera sumamente parecida. El dorado, en ambos casos, reside en la creación de espacios durante la fase ofensiva. ‘Estar’ ha pasado de moda. ‘Estar’, de hecho, viene a representar un problema casi irresoluble. Si estás quieto, mueres. Que se lo digan a los pívots…

“Primero, cambió el juego; luego, el pívot. No al revés”, afirma Andrés Monje. “En los últimos años hay muchísimos ejemplos de jugadores interiores -incluso en etapas muy maduras- que se han visto forzados a cambiar su tipología de juego para poder seguir siendo útiles. Muchos entrenadores habían tomado ya la decisión de recluir al pívot en un rol menor porque de lo contrario le condicionaba muchos aspectos. No sólo en ataque -por no crear espacios-, sino también en defensa. Ahí está el otro punto. Ahora, el pívot debe defender muy lejos del aro y queda expuesto más a menudo. Ha cambiado el oficio.”

El fútbol es un deporte de mayores variables (más metros, más tiempo, más jugadores, más libertad, más imprecisión) pero que, a cambio, ayuda a sus protagonistas permitiéndoles una mayor especialización, de ahí que las posiciones no sean totalmente equivalentes. En el caso del pívot, por ejemplo, si se hiciera un ejercicio de extrapolación habría que emparejarlo con dos posiciones futbolísticas distintas: central (durante la fase defensiva) y delantero centro (durante la fase ofensiva). En las dos demarcaciones, la evolución táctica de sus actores ha experimentado una transformación muy similar a la del pívot, siendo por ejemplo cada vez menos habitual y recomendable la presencia en una zaga de cuatro hombres de centrales carentes de velocidad y de cintura para aguantar unos contra uno en transición o en caídas a bandas. Pero más bonita si cabe es la semejanza cuando se aplica a la fase de ataque. El pívot y el delantero centro son hermanos de sangre.

Dice Abel Rojas: “En este momento, la figura de ariete clásico que antaño simbolizaron estrellas como Van Basten, Torpedo Müller o Hugo Sánchez sería un problema táctico no ya sólo para la mayoría de sistemas actuales, sino, sobre todo, para los atacantes más determinantes que habitan la Champions. Los tres hombres más decisivos de esta última etapa han sido Messi, Cristiano y Robben, e incluso analizas los últimos en aparecer, como Neymar, Mbappé, Salah o Dybala, y lo que te encuentras son llegadores desde los costados o la segunda línea que demandan que el delantero centro de su esquema abandone el punto de penalti, a poder ser llevándose consigo a un marcador en pos de liberar la zona de finalización para que estos cracks marquen la diferencia. El “9” de toda la vida, que antes era el Rey porque era quien marcaba los goles y de quienes dependían los fenómenos para levantar los títulos, es una traba en la Europa moderna”.

 A nivel cinético, la sincronización es total. Las evoluciones en baloncesto y fútbol se cogen de la mano hasta tal punto que su fondo sugiere estar hablando sobre un mismo y único tema. La búsqueda de espacio en baloncesto es un fenómeno contagioso.

Monje: “El pívot cada vez debe ir a bloquear más lejos del aro, el objetivo es liberar la zona de cuerpos y dejar espacio para que después los exteriores aparezcan. Aparecer ahí es más importante que estar”.

 Rojas: “El desmarque de apoyo del ariete cada vez se da más lejos y con mejor resultado. A ningún sistema defensivo le agrada que un rival actúe en libertad; esos desmarques son perseguidos. Y tras ellos, si el delantero gana el apoyo y pone de cara a un pasador, el desmarque de ruptura del extremo a la espalda del central que ha saltado a la presión resulta automático. Es una vía hasta el gol”.

 Monje: “La presencia en poste bajo, en gran medida, se ha visto suplida por el dominio en el poste alto y de cara al aro, donde el interior tiene todo el campo de visión para tomar decisiones”.

Rojas: “Quien antes esperaba en el punto de penalti, ahora espera en la frontal”.

También hay circunstancias que se desencadenan o consolidan por razones de índole dispar pero que acaban confluyendo con una misma consecuencia, como puede ser la necesidad -o lo recomendable- de que el “5” y el “9” participen en la distribución de la pelota:

Monje: “El pívot pasador no es una novedad de por sí. Siempre los hubo. Walton era un maestro, Sabonis un ejemplar adelantado a su época, después la escuela balcánica ahondó en esa tipología de interior. Quién no recuerda al Divac de los Kings. Que el hombre más alto se implique en el sistema de pases es muy beneficioso porque la altura permite ángulos distintos para asistir y crear ventajas”.

Rojas: “La implicación del delantero en el circuito asociativo es más preciada que nunca. No hay fórmula mágica, pero uno de los principios más potentes para dominar en el fútbol de hoy es perder el balón lo más arriba posible con el máximo número de jugadores propios cerca de cara a una presión inmediata. Para lograrlo, que el “9” esté capacitado para colaborar en la cadena de pases garantiza que la misma va a dibujarse arriba. Y eso sólo tiene ventajas”.

Los paralelismos permanecen intactos cuando se trata de valorar la eficacia que podrían tener un pívot clásico o un ariete clásico en el baloncesto y el fútbol del presente. Y es que los procesos formativos, desde las primeras etapas, ya anulan esa posibilidad. Si en este momento apareciesen un Shaquille O´Neal y un Mario Alberto Kempes, ambos desarrollarían desde sus primeros pasos unos principios y una base técnica en relación a los nuevos conceptos (pase, tiro e incluso bote; pase, control y paleta de desmarques) de la que en su día carecieron. La formación también evoluciona.

Probablemente, a causa de esta regla, el baloncesto y el fútbol pueden acabar siendo, cada uno a su forma, víctimas de esa propia evolución.

Monje: “El principal inconveniente que veo ante la llegada de interiores con expectativas de élite es que, de tanto poner énfasis en aumentar la variedad de recursos, se corre el riesgo de no llegar a estar bien preparado en ninguno de ellos e incluso tener déficit en alguna de las funciones más clásicas del hombre grande, como el rebote defensivo o la protección de aro”

Rojas: “¿Cuál fue la última promesa del fútbol que destacara por su faceta rematadora? Yendo más allá, a excepción de Kylian Mbappé, ¿quién fue el último joven crack con verdadera capacidad goleadora que surgió? Jugar, cada vez juegan mejor todos, pero olvidar el gol me parece peligrosísimo y es algo que está ocurriendo. Y es parte de la venenosa ley de vida: si antes el “9” vivía para una sola cosa, hasta respiraba para ello. Todo estaba enfocado a conseguir el gol. Si sus labores se expanden, ese hambre se escurre entre los dedos. Quien ya está saciado, aunque sea de juego, no puede tener el mismo apetito goleador a menos que se llame Lionel o Cristiano”.

Ahí radica el reto del formador contemporáneo. El futuro anuncia que se dirige hacia un escenario donde todos los jugadores sean capaces de hacerlo todo; perfiles como Giannis Antetokounmpo en el baloncesto o Kevin De Bruyne en el fútbol revelan esa otra realidad en donde la polifuncionalidad otorgará a los entrenadores un margen de maniobra desconocido y, en esencia, más profundo. ¿Derivará el futuro, inevitablemente, en un baloncesto de mejores jugadores pero ‘peores’ pívots y un balompié de mejores futbolistas pero ‘peores’ delanteros centro?

La evolución, en esos casos, no está diseñada para enterrar lo clásico sino para reformularlo y acabar dándole aún más valor.

Totti: el primer falso “9” del siglo XXI

Los historiadores más cultivados del fútbol sitúan la aparición del falso “9” en los años 50, siendo el húngaro Nándor Hidegkuti su principal exponente. También se cuenta que, antes, en el Mundial de 1934, y como caso aislado, el austriaco Matthias Sindelar fue el primero en aplicar estos principios. Pero la fiebre es ahora. Y el primero no fue ni Messi de forma táctica ni Benzema de forma técnica, sino el genial Francesco Totti. Como ariete del 4-2-3-1 de la maravillosa Roma de Spalletti que eliminó al Real Madrid en la Champions League 2007/08, sus desmarques de apoyo y sus pases fueron el botón que dibujó el escenario desde el que losMancini, Perrotta y Taddei llegaron al gol e hicieron soñar a la capital de Italia con el tercer Scudetto de su vida. En esta era, el primero fue “IlCapitano”.

Tamaño ilustrado vale por dos

Arvydas Sabonis fue el futuro antes de que el propio futuro llegase. El lituano era tan especial, estaba diseñado para dominar de tal forma, que incluso su propio cuerpo conspiró contra él. Y aún así su talento ha hecho historia. Su capacidad para ejercer de generador (base) o ejecutor (lanzando desde el exterior) considerando su tamaño era un mensaje al porvenir. Después Dirk Nowitzki, que sin ser puramente un cinco sí alcanzaba los siete pies (2.13 metros), abanderó la era del interior que agigantaba el espacio, sirviendo su caso como nexo a la generación 2.0 de pívots, los que a menudo juegan a no serlo. Porque en Anthony Davis o Joel Embiid, paradigmas de esta época, lo interior y lo exterior se entrelazan dejando ver al final perfiles que, con tamaño de pívot nato, son capaces de hacerlo todo en ambos lados de la pista. El pívot (no) ha muerto. Larga vida al pívot.

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