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«Bosman tardó en aprender a jugar al basket». La ley que cambió el baloncesto continental

«Bosman tardó en aprender a jugar al basket». La ley que cambió el baloncesto continental

Solo seis jugadores en ACB y tres en la Liga Femenina fueron inscritos como comunitarios en el inicio de la primera temporada en la que pudo hacerse, la 96-97, pero a la larga la ‘ley Bosman’ cambiaría para siempre el baloncesto continental.

Artículo publicado originalmente en la revista Gigantes 1528 de enero que puedes comprar aquí

Jean-Marc Bosman fue un centrocampista belga de poco calibre que terminó su carrera con serios problemas de alcoholismo y violencia doméstica. Sin embargo, siempre podrá presumir de que, tras un largo y complicadísimo proceso judicial, alteró la historia del deporte gracias a la libre circulación de jugadores comunitarios por la que peleó obstinadamente. El Tribunal Europeo de Justicia dictaminó a su favor en diciembre de 1995 y las reglas del juego cambiaron para siempre.

A Bosman también costó empezar a ‘jugar’ en la ACB. La temporada 96-97, la primera que permitió inscribir a baloncestistas de la Unión Europea sin que ocupasen una de las tres plazas de extranjero que se permitían entonces, solo registró seis incorporaciones de esta índole en la ACB. Después fueron cayendo algunas más, pero muy a cuentagotas. Los clubs no se fiaban de lo que pudiesen aportar los europeos. La UE todavía no había ampliado sus fronteras hacia el este, un caladero mucho más amplio que lo que podían ofrecer por entonces Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Dinamarca, Irlanda, Reino Unido, Grecia, Portugal, Austria, Finlandia y Suecia. Hasta el 2000,  tras un nuevo paso por los tribunales del también significativo ‘caso Sherron Mills’ (norteamericano que quería hacer valer su pasaporte turco), no dejó de contar como foráneos a los demás jugadores europeos, llamados entonces ‘comunitarios B’.

Pioneros sin calado

De los seis pioneros de 1996 solamente hay dos que pudieran considerarse de cierto pedigrí, y aún así con matices. James Donaldson, de 2,18 de estatura, aterrizaba en Sevilla después de 14 años en la NBA con números notables (8,6 puntos y 7,8 rebotes en 27,4 minutos de medias). El cupo de tener que incluir tres pívots en cada Conferencia le llevó hasta el All Star Game de Chicago’88, cuando militaba en Dallas Mavericks. Llegó al Caja San Fernando, que acababa de proclamarse subcampeón, con 39 años gracias a su condición de británico de nacimiento, aunque formado íntegramente en Estados Unidos. Sus estadísticas a las órdenes de Petrovic (3,6 puntos y 3,7 rebotes en 15,6 minutos) se explican por sí mismas, aunque le dio tiempo, ya cuarentón, hasta a pisar la LEB con el Breogán.

Por su parte, Juan Alberto Espil gozaba de prestigio como experto tirador en el basket argentino, estando en la Selección previa a la Generación Dorada: olímpico en Atlanta’96 y máximo anotador albiceleste en el Mundial de Atenas’98. Inauguró una vía explotadísima posteriormente: pasaporte italiano gracias a sus antepasados. El Baskonia, como siempre por delante en este tipo de asuntos, fue el primero en ver su potencial, acertando de pleno. Llegaría a los 339 partidos ACB incluyendo los que jugó también en Joventut, Bilbao y dos etapas en Manresa, siendo histórico en triples (681). Ya tenía 28 años cuando dio el salto a jugar en Europa. “He madurado mucho. Pensé que era el momento. El pasaporte italiano que conseguí hace unos días ha sido una ventaja indudable. Sé que comparto puesto con un gran jugador como Perasovic, pero él no puede jugar la Copa Korac y yo espero tener muchos minutos en esa competición”, afirmaba.

Los otros cuatro eran bastante desconocidos. De todos ellos solo perduraría Brian Clifford, trabajador alero nacido en el mismísimo Manhattan, pero de ancestros irlandeses. Se estabilizaría en el Gran Canaria (96-00) y con contratos de un año en Alicante y Valencia. “Lo que más recuerdo de mi tiempo en España es la fantástica gente que conocí, tanto dentro como fuera del baloncesto, y los sitios tan bonitos en los que jugué. Me trataron como si fuera de la familia y siempre me hicieron sentir bienvenido. Amistades, gastronomía, fiestas… un gran sitio para vivir”, cuenta en la actualidad como trabajador de American Express.

El base-escolta Stefano Vidili había llegado a promediar 16,2 puntos dos años atrás en la Lega con el Siena, pero apenas duró tres meses en Cáceres, trascendiendo tiempo después que sus compañeros nacionales le hicieron el vacío en el vestuario. “Es un jugador con mucho talento, no es excesivamente caro y no ocupa plaza de extranjero. Es decir, es una buena inversión para un club que cree que este tipo de jugadores le ayudan a crecer”, declaraba Manolo Flores, entonces entrenador del Cáceres, en Gigantes del Basket sobre el que sería primer italiano en jugar en España. Le terminó dando su puesto a Ferrán López, que estaba en la LEB con el Lucentum Alicante. “Pienso que era normal que los españoles no fuesen cordiales y amigos de los extranjeros. Y yo era considerado así. Pero creo que, si hubiese habido más posibilidades, con el tiempo habría demostrado que era un buen jugador de nivel ACB”, dice hoy en día el propio Vidili.

Mientras, el ala-pívot Steve Carney se había nacionalizado portugués ayudado por sus años como americano estrella en la liga lusa. Con intermitentes problemas físicos, no pasaría de ser la cuarta opción del juego interior del Caja San Fernando, incluso por detrás de Donaldson. Por último, el alero británico Darren Allaway (Murcia), con un gran currículum académico en Stanford, solo jugó seis partidos con el Murcia. En su momento se aseguró que le pudo la profunda tristeza que le había producido el fallecimiento de su padre unos meses antes en un accidente de avión.

El camino contrario

Puede afirmarse con rotundidad que al menos en aquel verano de 1996 la ACB perdió más talento del que ganó, ya que otras ligas europeas se fijaron en internacionales españoles para ofrecerles muy buenos contratos.  Dos casos muy significativos fueron los de Ferrán Martínez y José Luis Galilea, que aceptaron las respectivas propuestas del Panathinaikos y la Virtus de Bolonia cuando estaban en la cima de sus carreras, habiendo ganado el título liguero con el Barcelona. Mientras, el argentino Marcelo Nicola, que años atrás se había nacionalizado español, también dejó el Baskonia para marcharse a Atenas con Ferrán. Antes de que se acabase la década se les unieron, con más o menos éxito, Alfonso Reyes (Racing de París), Iñaki de Miguel (Olympiacos), José Antonio Montero (Limoges), José Lasa (AEK Atenas), Tomás Jofresa, Isma Santos y Jorge Garbajosa (estos tres últimos a la Benetton de Treviso). En cuanto a mujeres, las primeras en emigrar en 1996 fueron Reyes Castilla y María Remiro, ambas a Francia, mientras que Yolanda Moliné probó suerte en Portugal.

El recuerdo que conserva Ferrán Martínez de su experiencia es inmejorable. “Ya lo había ganado todo con el Barça y el Joventut. Recibí una llamada de Boza Maljkovic y, aunque la española era la liga más potente, era una oferta imposible de rechazar, no solo en lo económico, sino también en lo deportivo, porque quería trabajar con él ya que no llegué a coincidir con él en su época en el Barcelona. Él y Zeljko Obradovic eran los mejores entrenadores de Europa en ese momento”, comenta. Ir al PAO fue “un reto muy importante también en lo personal por el hecho de tener que adaptarnos a un país nuevo. Mis hijos eran pequeños, pero fue todo muy positivo. Estuvimos fenomenal viviendo en el barrio de Kifisia, donde había unas casas increíbles. Había jugado muchas veces en Grecia ante un público muy caliente, pero como local era diferente. Te sentías una estrella de verdad y, por ejemplo, no te dejaban pagar en los restaurantes”.

Galilea tiene sensaciones contrapuestas. La experiencia humana fue “insuperable por cómo me trataron y lo que supone jugar para un club como la Virtus”. Pero la deportiva se vio marcada, como el resto de su carrera, por una durísima lesión de rodilla. “El milagro fue que pudiese seguir jugando diez años más tras aquello, aunque fuese con dolor en todos los partidos y en todos los entrenamientos”. Decidió marcharse a Italia porque era “la mejor opción de seguir al más alto nivel europeo”, por lo que se siente agradecido a la nueva normativa que se lo permitió. Asegura que, pese a lo que le sucedió, el trato fue “sensacional” y que le sucedió lo opuesto que a Vidili en Cáceres. “Mis compañeros me acogieron perfectamente. Especialmente Zoran Savic, que me subió cuatro pisos en brazos después de que me diesen el alta en la operación porque la casa en la que vivía no tenía ascensor. También Alessandro Abbio, contra el que había jugado muchas veces desde categorías inferiores. En general es un recuerdo maravilloso… excepto por la lesión, claro”.

Otros hombres más de segunda fila se marcharon aquel mismo verano a Portugal, donde se convirtieron automáticamente en referencias. Fueron los casos de Ángel Almeida (Portugal Telecom, fallecido unos meses después por un ataque al corazón), su compañero Julio Torres y Joffre Lleal (Oliveirense). Joaquín Arcega y Juan Carlos Barros llegarían más adelante y también se colocarían entre los mejores de la liga lusa. “Durante dos temporadas fui el jugador con mejor porcentaje de tiros de campo”, recuerda Torres.

Especialmente representativo es el testimonio de Lleal, que llegó a enfrentarse con el Ovarense al Real Madrid en la Euroliga en la temporada 2000-01. “La ACB se llenó de jugadores que muchas veces no eran mejores de los que ya estábamos. Pero a la vez, también a muchos jugadores se nos abrió la puerta para ir a otras ligas. Yo no me lo pensé. Algunos decían que no tenía espacio en la ACB, pero yo creía en mis posibilidades y en mi juego, por eso acepté y me fui muy ilusionado. Pasé allí siete años maravillosos, los mejores de mi carrera, jugando cada año competiciones europeas y playoffs, llegué a muchas finales y era de los jugadores comunitarios más valorados. Aunque muchos me criticaban diciendo que jugar allí era muy fácil… la realidad demuestra que no era así y que todo lo que logré, mucho o poco me lo gané con esfuerzo y sacrificio”, reflexiona. La ley Bosman cambió el panorama totalmente. En nuestro baloncesto tardó un tanto en cuajar. Pero sin fronteras en Europa, las posibilidades se multiplicaron.

OTROS

Panorama femenino

Tampoco en la Liga Femenina hubo una fiebre en principio por las comunitarias. Solo tres casos en la temporada 96-97. El Pool Getafe, dirigido por el legendario Antonio Díaz-Miguel, incorporó a la norteamericana de pasaporte francés Debbie Emery y a la británica-australiana Fiona Robinson, mientras que al Navarra, con su presidente-entrenador Juan Ustárroz, llegó la griega Effie Vardaki. La temporada anterior había estallado la polémica en esta competición, ya que el Costa Naranja, argumentando que ya existía una sentencia en firme favorable a Bosman, intentó alinear como comunitaria ante el Cepsa Tenerife a la británica Andrea Congreaves mientras ya tenía en pista a la rusa Natalia Zalsouskaya y a la norteamericana Pamela McGee. Se le dio el partido por perdido, aunque solo ocurrió durante un minuto y con 30 puntos de diferencia a favor en el marcador. Sin embargo, la idea clara del presidente del club valenciano, un José Ramón Guimaraens que se distinguía por su rupturismo, era hacer ruido. Y lo logró.

El verano de 1997, aún muy flojo

El mercado comunitario tampoco se desperezó en verano de 1997, donde solo se registraron siete jugadores de la Unión Europea en las plantillas iniciales. De ellas se cayeron a última hora dos interiores, el holandés Geert Hammink (Baskonia) y el sueco Mathias Sahlstrom (Ourense). En Vitoria estuvieron muy activos además con la llegada del pívot irlandés Pat Burke, de sólido rendimiento, y la continuidad de Juan Alberto Espil. Brian Clifford también siguió en el Gran Canaria. Quien más invirtió fue el Barcelona con el griego Efthimios Rentzias, de enorme cartel en Europa con el PAOK. El Real Madrid intentó contrarrestarlo sin demasiado éxito con Paul Rogers, australiano de pasaporte británico. Dos franceses tuvieron grises experiencias: el alero David Lesmond como reserva en el Girona y el base internacional Laurent Sciarra en Huelva, donde solo estuvo once partidos.

Doblando registros en 1998

Hubo casi el doble de comunitarios en el arranque de la 98-99, 13. Los clubes le fueron perdiendo el miedo… relativamente. De los 18 equipos de la ACB, la mitad desechó la opción. El Baskonia, como siempre, fue el más inquieto, aunque pinchó en hueso con el pívot holandés Serge Zwikker. Además, mantuvo a Espil y fichó a dos internacionales, el alemán Sebastian Machowski y el italiano Stefano Rusconi. El italo-argentino Jorge Racca, parecido a Espil, se unió a Clifford en Gran Canaria. Esta vez el Madrid sí dio en el clavo con el belga Eric Struelens como némesis de Rentzias. Bill Varner, que había ejercido de americano en el Ourense, fue belga en Valencia. Algo similar pasó con Ron Davis, ‘yankee’ en el Cotonificio 82-83 y francés en Murcia 15 años después. Hasta hubo dos hermanos italianos, Giancarlo (Unicaja) y Monte Marcaccini (León), y un brasileño-alemán, Anderson Schutte (Caja San Fernando).

La gran explosión de 1999

En la temporada 1999-2000 se suprimió la posibilidad de fichar un tercer extranjero, lo que llevó a los equipos a mirar muchísimo más a la Unión Europea: 29. Fue una explosión: cuatro de Barcelona (Efthimios Rentzias, Francisco Elson, Milan Gurovic y Alain Digbeu) y Unicaja (Jean Marc Jaumin, Giancarlo Marcacchini, Jean-Jacques Conceiçao y Richard Petruska); tres de Real Madrid (Eric Struelens, Hansi Gnad y Mikkel Larsen), Baskonia (Juan Alberto Espil, Andrés Nocioni y Laurent Foirest) y Cantabria (Jason Klein, Guy Goodes, Mario Boni); dos de Caja San Fernando (Paul Fortier y Anderson Schutte), Gran Canaria (Jorge Racca y Brian Clifford) y Gijón (Pancho Jasen y Miroslav Pecarski) y uno de Fuenlabrada (Nuno Marçal), Girona (Martii Kuisma), Joventut (Crawford Palmer), Valladolid (Spencer Dunkley), León (Monte Marcaccini) y Breogán (Serge Zwikker, cedido por Baskonia). Estudiantes, Valencia, Cáceres y Manresa  pasaron de comunitarios, resistiéndose a algo que ya había dejado de ser una moda.

 

 

 

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