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El mítico Lolo Sainz, al habla: entrevista en profundidad con una leyenda

El mítico Lolo Sainz, al habla: entrevista en profundidad con una leyenda

Este año cumple 80. Marcó época en los banquillos. Repasar su palmarés labrado a lo largo de las cuatro últimas décadas del pasado siglo resulta abrumador. Reconocido por todos como un caballero del baloncesto. Una Leyenda gigante. O un Gigante de leyenda. Como prefieran

Se declara nostálgico, pero sigue con suma atención el día a día del baloncesto. En los setenta tomó el relevo de Pedro Ferrándiz en un Real Madrid dominador aún en blanco y negro y en los ochenta encarnó con Aíto García Reneses la rivalidad deportiva. Duelos memorables. Joventut, Selección… Dos días después de recibir su G como Entrenador de Leyenda, nos citamos con Lolo Sainz en una cafetería en Majadahonda. Carismático, locuaz, ocurrente, socarrón… como en sus mejores tiempos.

Gigantes: ¿Cuántos nietos tienes?

Sainz: Ocho. Dos chicos, los mayores con 19 y 18 años, y seis chicas. Ellas tiran más por el voleibol. A ellos si le apasiona el baloncesto: uno está en Estados Unidos y el otro está estudiando para sacarse el título de monitor.

G: ¿Qué tipo de abuelo eres?

S: Facilón, como todos. Diría que mejor que padre, estoy más pendiente. Ahora puedo dedicarme y estar con ellos; la educación de mis hijos la llevó mi mujer. Y muy bien, por cierto.

G: ¿Sigues pendiente del baloncesto?

S: Sí, sí, totalmente. El baloncesto me sigue apasionando. Me siento en mi sofá con los mandos y ahora veo esto, luego lo otro…

G: ¿Qué te parece la avalancha de triples actual?

S: Bueno, implica un juego no tan táctico como el de antaño. Un poquito ramplón en ese sentido. Y el tiro de tres tiene sus dos caras: la buena, en la que va todo rodado, y la mala, cuando no entra nada. El problema es que cuando no sale bien, veo muchos jugadores que se nublan, se desconciertan. El juego interior se desarrolla poco; en mi época, era fundamental mantener ese equilibrio dentro-fuera. Incluso hoy, si metes buenos balones interiores, puedes facilitar un triple mejor seleccionado.

G: ¿Algún otro aspecto que te llame la atención?

S: Se abusa mucho del 2×2 que antes era un recurso si el sistema no había salido bien. Ah, lo que no me gusta nada, nada, es el Replay; ¡es desesperante! Corta el juego, aburre a la gente, quita autoridad a los árbitros que quedan en una situación incómoda… Puede ser útil puntualmente, pero falta cogerle la medida.

G: Antes de ahondar en tu trayectoria como entrenador, me gustaría dar alguna pincelada de tu etapa como jugador, quizás demasiado oscurecida por el fulgor de estrellas del calibre de Emiliano, Luyk, Lluís, Sevillano…

S: Bueno, llegué muy tarde al baloncesto: empecé con 15 años en mi colegio, el Ateneo Politécnico, en la Prospe. Como jugador viví dos épocas. De chaval era un anotador, un tirador. Muy encestador, mucho. En el filial del Madrid, el Hesperia, tenía buenos piques para ver quién metía más puntos con el otro alero, Nene González-Adrio, que luego fue médico del Barça mucho tiempo. ¡Con el recordado Joaquín Hernández como entrenador-jugador llegamos a jugar la final de Copa contra el primer equipo [1960]!

G: Arranque fulgurante: con 19 años en el primer equipo del Real Madrid…

S: E internacional. ¡Imagínate el nivel de entonces! (risas). Pedro Ferrándiz se empeñó en que tenía que jugar de base y cambié de función. Entonces el base era organizador, creador, playmaker como dicen los americanos. No como ahora que acapara mucho juego.

G: Para situarnos, por ejemplo, fuiste el base titular de las dos primeras Copas de Europa madridistas (1964 y 65) y levantaste la cuarta en Lyon, con glorioso manteo de tus compañeros incluido. Frontón de Fiesta Alegre, detrás de Cibeles. Mítico escenario donde terminaron cayendo los ogros del TSKA Moscú en la final de la Copa de Europa de 1965 y estuvieron -30 a ocho minutos del término de la ida de la final de 1963. ¿Cómo era aquel ambiente?

S: Horarios nocturnos pasadas las diez, mucho calor, humo de tabaco… se generaba una atmósfera muy especial en la que nos veíamos capaces de todo. Decían que la temperatura podía llegar a los 50 grados. Los rusos se derritieron, ¡era finales de julio!, pero recortaron aquellos 30 puntos hasta 17 puntos… la misma diferencia por la que nos ganaron la vuelta y el consiguiente partido de desempate en Moscú. Sí, aquellos partidos en Fiesta Alegre fueron formidables, una locura. Una etapa muy bonita: ¡en mis ocho temporadas jugamos seis finales europeas!

El palmarés de Lolo Sainz

G: Una de ellas, muy especial. La Final Four de 1967 en un Pabellón de la Ciudad Deportiva inaugurado un año antes.

S: Sí, aparte de que el frontón lo iban echar abajo, era la constatación de que el baloncesto estaba calando. Se usó el espacio donde estaba la tremenda pista central de tenis que alguna eliminatoria de Copa Davis acogió. A los socios, en principio, no les gustó la idea, pero Saporta lo tuvo claro.

G: Te retiraste pronto, con 27 años.

S: Por varias razones. Siento que mi ciclo como jugador se acaba con la llegada de nuevas generaciones que empujaban muy fuerte (los hermanos Ramos, Carmelo Cabrera). Además, tuve una lesión pulmonar que me sacó de las canchas mucho tiempo.

G: ¿Tienes clara tu vocación de entrenador, la llamada del banquillo?

«¿Más gestor de egos que táctico? Me gustaba lograr que cada jugador pensase en sus miras más altas. Pero, bueno, también estudié mucho”

S: Sí, sí, desde mucho antes, ya como jugador. Con 20 años iba a entrenar a un colegio al lado de mi casa, el Claret. Lo teníamos totalmente prohibido, pero como entrenábamos a las 10:30 de la noche, tenía tiempo. Y a las 4 de la tarde entrenaba a los chavales. Siempre me tiró mucho, sí. Más adelante, ya con permiso de Ferrándiz, recuerdo que en cada entrenamiento siempre había un chaval mirando en la banda. Estaba interno en el cole, pequeñito, negro… Hasta que un día me acerco y le digo “¿tú, qué? ¿no quieres jugar?”. Y me responde “no, a mí lo que me encanta es verte entrenar, me divierte mucho”. ¡Sí, Andrés Montes! Me alegró la tarde, la verdad.

G: ¡Ya apuntaba a fenómeno! La figura de Pedro Ferrándiz es esencial en tu evolución y progreso como entrenador.

S: Cuando dije que me retiraba, él sabía que me gustaba entrenar. Creo que me lo gané una vez que teníamos el torneo Mahou, en el que cada jugador formaba un equipo con chavales. Poco antes, en una gira por África, me rompí un dedo meñique y me tuvieron que operar. Una
intervención muy delicada, debía guardar reposo… pero me fui a entrenar con mis chicos. Y ese detalle debió gustarle. Tras colgar las botas, como técnico pasé por todos los niveles: infantil, juvenil, junior, el filial Vallehermoso, segundo entrenador, aquellos viajes europeos para ver al rival de turno… Hice toda la escalera, lo que me sirvió muchísimo en mi formación. Por cierto, cuando hice el Curso Nacional, el profesor más duro fue él, Ferrándiz.

G: Finalmente, te haces cargo del Real Madrid en la temporada 75-76. Entonces, el dominio madridista del baloncesto nacional era total, absoluto. Pero ya contigo en el banquillo, el Barcelona empieza a plantar cara: encadenan una gran época copera y, particularmente, perdiste en el Palau en seis de tus ocho primeras visitas ligueras.

S: Sí, y ojalá hubieran llegado antes. Un club con la entidad del Barça sólo podía engrandecer y beneficiar a nuestro deporte. Mucho.

G: Emotivo y precioso el recuerdo que hubo en la Gala de Gigantes a la figura de Chicho Sibilio, uno de los protagonistas de aquel levantamiento culé.

S: Era un jugadorazo, muy peligroso por su dualidad: soberbio tiro exterior y posteaba muy, muy bien. Fue el precursor del alero alto, del triple poste, que luego Andrés Jiménez perfeccionó. Él ya lo hacía muy bien y nos obligaba a ajustar el equipo con fichajes pensando en él.

G: Todo el mundo le recuerda con simpatía.

S: Un día que fui a ver el entrenamiento de la Selección, él llegó tarde. Como solía. Y, apresurado, me lanzó las llaves del coche, ‘por favor, Lolo, apárcamelo’. Salgo y me encuentro un cochazo enorme. ‘¿Dónde voy a meter esto?’ pensé. Un tío muy educado, muy majo.

G: ¿Te molesta que haya quedado la idea general de que Lolo Sainz fue más un gestor de grupo que un entrenador táctico?

S: No, porque en realidad me gustaba mucho, y me sigue gustando, la gestión de las personas. Lograr que cada jugador piense en sus miras más altas; crear ambición, química… Pero, bueno, también estudié mucho. Me sigo poniendo de los nervios cuando veo un equipo sin recursos. Yo solamente choqué, me bloqueé ante una zona, la de Mirko Novosel con la Cibona: de una formación inicial 12-2, se iban adaptando al rival. Hasta que le cogimos el truquillo en la final de la Korac del 88, el año anterior a la llegada de Petrovic a Madrid. En aquella época se podían hacer muchas más cosas tácticas que ahora… y las hacíamos. Entre otros motivos, porque teníamos mucho más tiempo para preparar los partidos.

G: Un ejemplo paradigmático fue la final de la Copa de Europa en Berlín’80 ante un poderoso Maccabi, la noche de don Rafael Rullán. La famosa defensa alternativa, con zona tras anotar.

S: Exacto. Estuvimos preparándola un mes. Era un rival buenísimo: cuadriculado, que jugaba perfecto, en racha, con la afición volcada… Bueno, pues tácticamente les barrimos de la pista. ¡Hasta los errores por confusión del bueno de Randy Meister nos vinieron bien porque les crearon aún más dudas!

G: A mediados de los ochenta nace Gigantes, coincidiendo con la llegada de Aíto al banquillo del Barcelona. La rivalidad cobra una nueva dimensión, que culminó con cuatro campeonatos seguidos de los catalanes (1987-90).

S: Dentro de la gran rivalidad deportiva, nos teníamos mucho respeto. Siempre me ha gustado valorar a mis rivales. Y con Aíto vivimos muchas situaciones, nos zurramos mucho en la cancha. Nos obligábamos a mejorar, a perfeccionarnos.

G: A sus 73 años sigue al pie del cañón, en la Euroliga con el Alba Berlín.

S: El baloncesto es su vida, su manera de estar y le admiro mucho por eso. Si puede, hace bien. El día que la ACB le homenajeó, le di las gracias porque para los entrenadores es una motivación verle en activo.

G: En aquel boom del baloncesto en España, erais tan relevantes y conocidos como los propios jugadores.

S: Recuerdo un día paseando por Las Palmas, cuando yo ya había pasado a ser manager general, que me preguntó ‘¿tú cómo te encuentras en este cargo?’. ‘¿Qué pasa, qué te lo estás pensando?
¡Ni se te ocurra!’ le contesté.

G: Intentaste dos veces el paso a los despachos [1989-90 y 2002-05].

S: Y no, no fue bien. La realidad es que he sido y siempre me he considerado un entrenador. Ser director general me costó mucho trabajo. Un ejemplo: nunca lo expresé públicamente, pero interiormente era demasiado crítico con determinadas situaciones del equipo que ya no llevaba. Y eso no me gustaba. He sido muy feliz jugando, muy feliz entrenando… pero no como director técnico. No era un puesto para mí.

G: Tu último partido dirigiendo al Real Madrid fue el célebre quinto partido en el Palau con Petrovic. Más de 30 años después, ¿qué lectura haces de aquella final, de aquel encuentro que tu equipo acabó con cuatro jugadores y Neyro fue señalado por parte blanca?

S: Los árbitros fueron excesivamente duros con nosotros, pero no diría que perdimos por ellos. Fue una final muy dura,
en la que sufrimos muchas lesiones.

G: Fernando Martín y Drazen Petrovic juntos.

S: Dos grandes egos, dos grandes ganadores, dos grandes protagonistas. Yo me preparé para afrontar ese posible problema de enfrentamiento. Y creo que, finalmente, no se resolvió mal: dos títulos y ese quinto partido en una final en la que Fernando apenas pudo jugar un partido por su problema de espalda. La relación entre ellos no fue exquisita. Dos personalidades muy fuertes, encontradas. Pero tengo que reconocer, como dije en la Gala de Gigantes en Valencia hace un par de años, que Drazen me ayudó muchísimo esa temporada: cuando le pedía determinados sacrificios, respondía perfectamente.

G: ¿Cómo viviste su fuga, su marcha a Portland cuando se acababa de presentar con el equipo en Madrid?

S: Bueno, ya lo sabíamos. Yo había ido a Zagreb para hablar con él y decirle que tenía que terminar como un señor yendo a Madrid y presentándose con el equipo. Su contrato tenía opción de salida a la NBA.

«En la Selección hubo que hacer un injerto entre generaciones hasta poder dar el relevo. Hicimos cosas mal y otras muy bien…” 

G: Aquello quedó como una fuga…

S: Relativa. Que se iba a ir lo sabía yo y mucha más gente. Se vendió como una fuga para poder sacarle los cuartos a los Blazers.

G: Del blanco al verdinegro.

S: Cuando dejé el Madrid, sinceramente pensé que el baloncesto como técnico había terminado para mí. Pero surgió el Joventut con un proyecto ambicioso, para ganar. Conesa, Cairó, Casellas… insistieron mucho y vinieron a verme. Yo, la verdad, aunque me hacía ilusión volver a entrenar, estaba reacio porque tenía muchas dudas. Fue la primera vez que recurrí a un agente, mi amigo Paniagua.
Y en poco tiempo, lo resolvió.

G: Firmaste dos años y al final estuviste tres en Badalona.

S: Sí, mis hijos se quedaron en Madrid porque ya eran mayores e iban a la universidad y mi mujer iba y venía. Nuestro vecino era mi querido Alejandro González Varona, que me llamaba de vez cuando: ‘tranquilo, que tus hijos aún no han vendido tu casa’.

G: Dos Ligas ACB seguidas (91 y 92), lo nunca visto en la Penya.

S: Fueron tres temporadas increíbles. De las dos Ligas me acuerdo más de la primera, contra el Barça en el Sant Jordi. En aquella época, era la rivalidad más grande en el baloncesto español; diría que mayor que el Madrid – Barça. El pique era total. Ganamos la Liga en el cuarto partido en el Sant Jordi y el recibimiento en Badalona fue impresionante. Toda la ciudad patas arriba; algo muy emotivo, histórico. Un recuerdo imborrable, una etapa entrañable con muchos amigos que perduran. El Joventut sigue en mi corazón, disfruto o sufro mucho con el día a día de la Penya.

G: Ante el Real Madrid disputaste dos finales ligueras, ambas hasta el quinto partido, y perdiste una final copera y una semifinal de la Korac. ¿Cómo te viste enfrente del que había sido el equipo de tu vida?

S: Me fui acostumbrando, pero las primeras veces fueron extrañas, difíciles. ¡Aún tengo clavado un triple de Biriukov desde muy lejos antes del descanso del quinto partido de la final del 93! Llevábamos bien el partido pero ese triple cambió todo psicológicamente.

G: Llegamos a tu tercer equipo. La Selección. No fue una época fácil. Los duros noventa con el muro de los cuartos de final más inaccesible que nunca: fue el límite en 4 de tus 7 campeonatos al frente de España, siempre con marcadores ajustados. Tomaste el relevo del histórico Antonio Díaz-Miguel.

S: La Federación me pidió algo sumamente difícil: la renovación de una Selección que, tras el hito de Los Angeles’84, había ido perdiendo fuelle. Hacer una transición. Teníamos buenos mimbres, pero todavía muy jóvenes. Hubo que hacer una especie de injerto entre generaciones hasta poder dar el relevo.

G: Una travesía complicada, poco valorada por la falta de resultados y la tremenda catarata de éxitos que vinieron después.

S: Hicimos cosas mal y otras muy bien…

G: En tu estreno en el EuroBasket’93, se realizó un gran campeonato hasta aquella canasta desde seis metros del alemán Welp en el último segundo de la prórroga de cuartos de final. ¿Ese momento pudo cambiar el destino posterior?

S: Seguro. Pero, fíjate, tengo mis dudas si para bien o para mal. Si no la hubiese metido, hubiésemos luchado por las medallas… ¿pero cómo hubiera podido afrontar esa necesaria renovación? Ese Europeo lo jugamos muy bien, pero esa derrota nos permitió cambiar de tercio. También tengo un recuerdo estupendo del Mundial de Grecia’98. Lo bordamos.

G: Al año siguiente, subcampeones de Europa en Francia’99.

S: Aquel torneo empezamos muy mal, pero supimos enmendarlo jugando muy bien al baloncesto… excepto la final contra Italia, a la que llegamos fundidos. Pero en el podio, mirabas a la izquierda y tenías a la Yugoslavia de Obradovic. Mucho mérito.

G: Cerraste aquella etapa en los Juegos de Sydney’00. Siempre se recuerda que convocaste a Johnny Rogers en vez de a Pau Gasol.

S: Sinceramente, Pau todavía no estaba para ir. Me llevé a Navarro y Raúl López. Y a Garbajosa. Di entrada a jóvenes. Lo que pasa es que Pau explotó poco después. Soy el primero que se alegra de la impresionante carrera que ha tenido.

«El jugador es el protagonista. No queramos marearles más del a cuenta. Nada de tensiones o pulsos con ellos» 

G: Llegamos al final de este viaje por 40 años de baloncesto (1960-00). Después, has sido nominado dos veces para el Hall of Fame. El brasileño Oscar (2013) y el chino Yao Ming (2016) fueron los elegidos finalmente para el cupo internacional.

S: Con los nombres que había era imposible que me escogieran. En cualquier caso, un honor enorme que se acordasen de mí.

G: En la Gala Gigantes hiciste especial hincapié en valorar la figura del jugador.

S: Son la base de este juego. No queramos marearles más de la cuenta. Hay que fomentarles el mejor entorno para que aprovechen sus cualidades. Hay que tratarles como los auténticos protagonistas: reconocerles lo que hacen bien y ayudarles a corregir lo que han hecho mal. Nada de tensiones, pulsos o enfrentamientos con ellos.

G: ¿Qué legado deja Lolo Sainz al baloncesto?

S: Hay una cosa que siempre cuenta Juanito Corbalán: ‘a mí Lolo no me decía nunca lo que tenía que hacer porque ya lo habíamos entrenado muchas veces y simplemente con una mirada ya sabíamos’. Aunque creo que cada vez se ve menos, no me gusta el entrenador que está encima del jugador, marcando cada jugada. ¡Déjales que desarrollen su inteligencia porque éste es un deporte para tíos listos! En momentos puntuales, me parece bien señalar algo. Pero yo en mi vida he utilizado una pizarra. En un tiempo muerto, recordábamos las jugadas que habíamos entrenado toda la semana.

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