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Con el número 10… Fernando Martín. Por Juanma López Iturriaga

Con el número 10… Fernando Martín. Por Juanma López Iturriaga

Juanma López Iturriga fue compañero de Fernando Martín y comparte con todos su recuerdo mediante este personal texto sobre el mito del baloncesto español.

Desde el día que apareció en la Ciudad Deportiva hasta el accidente que le costó la vida pasaron ocho años y medio en los que compartí equipo, Selección y también cierta amistad fuera de la cancha con Fernando Martín. Digo lo de cierta porque con Fernando la intimidad no era fácil de conseguir. Mientras que algunas personas se abren como un libro y no es excesivamente difícil conocerlas lo suficiente para dibujar un perfil, hay otras que, por mucho que hayas convivido con ellas, nunca te muestran todos los recovecos de su personalidad. Fernando era de estos últimos.

Artículo publicado en el especial 25 aniversario de Fernando Martin, en 2014

Una noche, estábamos un grupo de habituales en casa de un amigo común, enfrascados en una de esas conversaciones en las que nos las dábamos de muy profundos. El tema sobre el que debatíamos eran los agujeros negros que tenemos cada uno, esos espacios en los que enterramos nuestros miedos, angustias, frustraciones o malas experiencias. Algunos opinábamos que era conveniente entrar y escarbar para conocernos mejor y saber de qué pie cojeamos. Fernando opinaba lo contrario: eso había que cerrarlo a cal y canto. Y así tenía una parte de sus sentimientos, herméticamente sellados. Pero nadie es capaz de evitar que en algún momento se produzcan fugas, filtraciones, y con él también había instantes en los que dejaba las precauciones que le acompañaban, se olvidaba de su condición de hombre impasible, y florecía una persona sensible y entrañable, con una media sonrisa que sacaba demasiado poco a pasear pero que le convertía en un encantador de serpientes por los efectos desarmantes que producía.

Si su perfil deportivo resulta fácilmente escrutable en causas y virtudes, el terreno personal es más resbaladizo, pues se movió entre conceptos y formas de entender la vida antagónicos. El deleite de ser un personaje público frente al rechazo que le producía la popularidad. La sencillez de una vida apacible en el campo (las bromas que tuvo que soportar de todos nosotros desde que dijo que lo que más le gustaba era irse con un saco de dormir y pasar la noche al cielo raso en la sierra, fueron infinitas) y el noviazgo con una estrella de la prensa rosa. Su individualismo y su incondicional respaldo al equipo. El placer de competir y su deseo de terminar lo antes posible su carrera deportiva por su aparente hartazgo. Había unos cuantos Fernandos dentro de él. Unos amorosos, otros irritantes, todos ellos fascinantes.

Cuando le recuerdo, le veo en muchos sitios a la vez. Echándome la bronca en el vestuario después de mi pelea con Mike Davis, de la que tuvo que venir a rescatarme y por la que le expulsaron. De pie, apoyado en una pared, con un refresco en la mano y con cara de medio aburrimiento, supuestamente ajeno a todo, música, mujeres, charlas, aparente desinterés que causaba estragos en la población femenina. Mirándome incrédulo cuando, después de una comida en su casa, al irme me pegué una piña con la moto delante de su padre. “Joder, tío. Después de lo que me ha costado convencerle para comprarme una, vienes tú y te das una hostia aquí mismo”. Llorando de desesperación después de que Dino Meneghin, maestro en estas artes, le sacase un par de personales de ataque y le mandase al banquillo. Persiguiendo conmigo a Drazen Petrovic, que le había escupido en la cara al acabar un partido en Zagreb. Pidiendo el balón en cualquier partido y amenazándote sólo con la mirada si no se lo dabas. La última cara que recuerdo corresponde a pocas semanas antes del accidente. Yo ya estaba en el Caja Bilbao y jugamos contra el Madrid en el Palacio. Fernando andaba lesionado y, después del partido, mientras salía buscando el autobús, me lo encontré. Le pregunté qué tal estaba y cuándo iba a volver a jugar. Me dijo que le faltaba ya poco. Y me lo dijo de una forma distinta a la rutinaria, con un brillo de ilusión que me dejó pensativo. Desde su vuelta de la NBA no andaba muy boyante de ánimo, y me alegré de que su disposición fuese positiva. Desgraciadamente, no hubo tiempo para confirmar mi sospecha.

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