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Fernando Martín: un adiós en la sonrisa, por Juan Antonio Corbalán

Fernando Martín: un adiós en la sonrisa, por Juan Antonio Corbalán

Juan Antonio Corbalán tiene un punto de vista muy particular de lo que es la leyenda de Fernando Martín y el legado que dejó tras su marcha.

Dice todo el mundo que no hay mayor castigo de la vida que ver morir a tu hijo. También dicen que la vida se nos escapa entre los dedos, como el agua, imposible de retenerla. La muerte es una última protagonista de todos, mata por cansancio como esperando paciente a que vayamos a ella. Sin embargo, en ocasiones, quiere ser ella la que acude al encuentro, la que se adelanta, la que nos busca. El tiempo pasa y lo hace cada vez más rápido a medida que cumplimos más años. No sé cómo hubiera asumido eso Fernando Martín, alguien que quería vivir deprisa, alguien que como me dijo personalmente más de una vez, no le asustaba mirar a la cara a la muerte. Yo creo que no le asustaba mirar a los ojos a casi nada.

Artículo publicado en el especial 25 aniversario sin Fernando Martín, en 2014

Fernando Martín tuvo muchas virtudes deportivas, pero las tuvo más por su grado de implicación, por su voluntad y por su valentía. Porque si Fernando tenía algo es que era muy valiente. Eso le permitió romper moldes al llegar a un equipo que estaba muy acomodado al esquema que el tiempo había ido creando alrededor de él. Su llegada cambió las formas, aunque no cambió el fondo. Llegó a un equipo que le necesitaba. Después de 25 años, las muertes de olvidan o se recuerdan para hacer más grande al personaje. Esto segundo es lo que ha pasado con Fernando. Ninguna memoria en el baloncesto ha sido más honrada, posiblemente porque nadie ha sido más echado de menos, muriendo tan prematuramente.

Aunque su muerte fue también, parcialmente, la de aquel equipo, él era, de alguna manera, el heredero del simbólico papel del líder. Su presencia pareció seguir sobrevolando los corazones de todos los que algo tuvimos que ver con él. El Madrid al que llegó estaba en pleno proceso de remodelación. Era un equipo que se movía sin convulsiones y que huía de las crisis. Formábamos ese equipo un grupo, todavía amplio, de aquel Madrid ilustre que era tan bueno en la arena como en los salones.

Ese grupo necesitaba sangre nueva y fresca que pusiera otra vez los objetivos al nivel de las ilusiones. Con nosotros acababan de llegar cuatro jóvenes que ya eran grandes como Juanma López Iturriaga, José L. Llorente, Fernando Romay e Indio Díaz. Ellos vieron que Fernando pasaba por encima de los sueños, porque parecía que soñaba con cada día que vivía. Con él vino Mirza Delibasic que ya había soñado todo y sólo perseguía el calor de nuestros corazones. Todos, por un motivo u otro, le necesitábamos. Para romper moldes unos, para aprender a reírse de los sueños los otros, para enseñarnos a querer, todos. Porque aquel cuerpo hercúleo era alimentado por un corazón más grande aún, que quería de una manera especial. Yo creo que eso le hizo tan grande y por eso fue tan querido y es querida su memoria.

Fernando era alguien con quién casi todo el mundo ha querido buscar cierta intimidad. Todos queríamos tener un sitio dentro de aquel corazón que él nos ofrecía a diario. Pero los valientes y los románticos también tienen que saber jugar al baloncesto cuando se trata de vivir de él. Hasta en eso Fernando fue especial. Sin una gran preparación previa, Fernando tomó sus parcos fundamentos para construir un jugador, por entonces desconocido, que hacía virtud cada uno de sus defectos sin miedo a enfrentarse a ellos. Él era tan simple en sus planteamientos vitales como exigente en los objetivos a alcanzar. Parecía haber vivido tres vidas y lo normal le aburría. Aunque el baloncesto le acabó agobiando, yo creo que se hubiera retirado muy precozmente, no le pudo robar la sabiduría para necesitar muy poco para ser feliz. Necesitaba poco y lo poco que necesitaba, lo necesitaba muy poco. Así me gusta recordarlo: feliz, como tantas veces le vi. Con aquella mirada que parecía desearte, y pedir tu abrazo, sobre una sonrisa que nunca fue completa porque quizás, Fernando, como todos los héroes, llevaba la muerte cosida a su piel. Todos te quisimos y te queremos mucho.

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