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Iñaki de Miguel: «Ahora me tira la pizarra y me gustaría entrenar»

Iñaki de Miguel: «Ahora me tira la pizarra y me gustaría entrenar»

Todo un gladiador del baloncesto español que aspira a entrenador. Iñaki de Miguel nos cuenta sus planes de reciclaje para seguir vinculado al baloncesto.

Todo un nombre propio de la historia del baloncesto español que quiere reciclarse. Iñaki de Miguel está pensando en dar el salto a los banquillos y nos lo contó, entre otras cosas, en esta entrevista de David Sardinero en el número 1.472 de la revista.

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Un histórico de nuestras canchas. De nuestros aros y pinturas. Y de las griegas, que batalló vistiendo la camiseta del Olympiacos en un movimiento pionero y millonario. Iñaki de Miguel tuvo una larga carrera -se retiró con casi 39 años- y ahora quiere coger la pizarra y acercarse a los banquillos. Poca gente con su bagaje y experiencia, con años en equipos de élite y otros de peleas encarnizadas por la permanencia que recuerda en esta charla con Gigantes.
 
Gigantes: Para el que te haya perdido la pista, ¿qué hace ahora Iñaki de Miguel?
De Miguel: Muchas cosas. Cuando me retiré empecé a hacer colaboraciones y temas solidarios. A Felipe Reyes le salían muchas cosas de estos temas y juntos decidimos hacer una Fundación que se llama Deporte y Cultura Solidarios. Empezamos ayundando a un equipo en silla de ruedas en Getafe y a raíz de eso, a ayudar al club de allí. Desde la propia Fundación se propuso fusionar dos clubes y en un momento dado nos hicimos cargo del club. Lo dirijo deportivamente, con 32 equipos, 350 chicos en el club y casi 400 en las escuelas vinculadas. Y ahora quiero reorientar mi carrera de nuevo al baloncesto profesional.
 
G: ¿Tienes el título de entrenador?
D.M.: Sí, el superior. Echo mucho de menos el basket. Cada mes de septiembre organizamos un torneo en Getafe y vuelves a tener contacto con los jugadores, con los equipos. Hablas con unos y otros. Y lo que antes no echaba de menos, ha vuelto a estar presente en mi cabeza.
 
G: Cuando acaba una carrera profesional como la tuya, ¿acabas saturado?
D.M.: Es natural. Cuando me retiré me quise separar un poco, darme un tiempo y alejarme del baloncesto. Y ahora me vuelve a llamar el deporte profesional.
 
G: ¿Qué determina a qué se puede dedicar en el basket un ex jugador?
D.M.: Hay cosas muy diferentes, y a veces es la personalidad. Hay jugadores que tienen muy claro que quieren ser entrenadores y puede venir dado porque tengas la suerte de tener la oportunidad de seguir en el club en el que has terminado o te has formado y  te ofrecen un puesto. También hay un punto vocacional.
 
G: Y a ti ahora, ¿te tira más la pizarra o el despacho?
D.M.: Me tira mucho la pizarra. Me apetece mucho. También el hecho de comentar en medios, que te obliga a ver los partidos con una visión más analítica, diferente a cómo lo ves como espectador, me ha hecho notarlo. Empecé a plantearme el intentarlo, porque el título me lo saqué en 2011.
 
G: ¿La retirada es tan complicada como dicen algunos? ¿Cómo es el día siguiente a dejar de jugar?
D.M.: Es jodido. Es como un abismo. O tienes ya atado un puesto, y esos son pocos, o es un abismo. Hay gente que lo puede llevar bien, yo lo llevé bien, pero entiendo que otros lo pasen muy mal. Estás acostumbrado a estar ocupado. En activo, toda tu vida está organizada. Llega septiembre, todo el mundo empieza a hacer lo suyo, y piensas: “¿y yo ahora qué hago?”. Es jodido.
 
G: ¿Y cuando juegas piensas en ese día?
D.M.: También es culpa nuestra, porque muchas veces ni lo piensas. Y eso que iba a las jornadas de la ABP, formativas, que empiezan a avisarte de que esto se acaba. Pero tú estás en una burbuja y no piensas en que eso vaya a llegar. Y llega cuando llega. Yo, por ejemplo, hubiera jugado más, pero mi rodilla dijo basta.
 
G: ¿Y hasta qué punto es importante la formación para jugadores en activos, vale para tanto?
D.M.: El problema lo tiene el jugador. Te dan consejos, formación, te intentan orientar, para concienciar al jugador. Cuando ves que se te acaba y queda poco llega el ‘uy uy uy’ e intentas apuntarte corriendo a cosas. Yo me saqué un Máster en Dirección de entidades deportivas que hice cuando estaba acabando. Llegué a tiempo y me vino bien para poder dirigir una Fundación. Empecé informática y al segundo año, ya siendo profesional, lo dejé. Es lo más cómodo, te relajas, pero la realidad es que hay muchos viajes y tiempo para formarte. Hay mucha play y muchas cartas que se pueden ahorrar. 
 
G: ¿Y crees que ahora se infravalora al jugador español, nacional?
D.M.: El problema es que es muy difícil para los de abajo apostar por chavales jóvenes españoles y te puedas ir al pozo. Quizás sí que falta que apueste de verdad por el nacional la clase media. Yo lo viví en el Estu, en Alicante. Es muy importante tener jugadores españoles, de la casa. En cuanto a identidad, identificación, que el aficionado lo sienta suyo. Ayuda en dinámicas de equipo, de grupo, en la conexión con la afición y con los patrocinadores. 
 
G: Tu carrera  mirando atrás. Háblanos de tu mítica defensa a Sabonis en el Europeo del 99.
D.M.: La gente de nuestra generación siempre se acuerda de eso, es curiosísimo. Voy a clínics o charlas y los padres es lo primero que recuerdan. Fue en el Europeo de Francia, en el 99. Yo era un poco tocapelotas. No me olvidaré de la charla del día antes de Lolo Sainz. Teníamos a Dueñas, que hubiera sido el defensor natural, pero Lolo se la jugó conmigo. Yo era un 2.05 contra un tío de más de 2.20. En la charla, en la pista anexa del Paris Bercy me dijo: “Iñaki, te vas a encargar tú de Sabonis. Quiero que te partas la cara con él”. Yo me casaba el 10 de julio, dos semanas más tarde, y me dijo: “No te preocupes, yo te pago la operación estética si te rompe la cara”.
 
G: Vosotros ganasteis medalla. ¿Os podíais imaginar todos los éxitos que estaban por venir en la Selección?
D.M.: Era impensable. Venía una generación que apuntaba maneras, ese fue el verano de los Juniors de Oro, pero veníamos de una época fastidiada para la Selección. En ese mismo EuroBasket estuvimos a punto de quedarnos fuera y entramos en cuartos de carambola. Nadie esperaba lo que venía después. Esa plata fue un exitazo. ¡Hasta Aznar llamó! Una buena fiesta. Y ganar a Lituania permitía estar en los Juegos de Sidney. La farra buena fue después de ganar la plata. Y eso que podíamos haber ganado.
 
G: ¿Se te queda la espinita o se olvida?
D.M.: Se pasa. Toda la gente lo recuerda con mucho cariño. Ahora estamos muy mal acostumbrados y parece que la plata es obligado. Pero podíamos haber ganado. Italia era peor que Lituania o Francia.
 
G: Estudiantes te reclutó del Caldeiro. ¿Cuál es tu primer recuerdo del Estu?
D.M.: La Final Four del 92. Era juvenil, todo el mundo estaba volcado. Yo empecé a jugar muy tarde al basket y llegué al Estu con 17 años. Tenía un año para demostrar que podía estar en el equipo y yo no tenía ni idea de lo que era una Final Four ni nada, pero recuerdo que el club era una fiesta. Como jugador, guardo grandes recuerdos de La Nevera y del gimnasio que había allí, ¡la de horas que hemos pasado allí! Currando a última hora, irnos corriendo al parque, volver, comernos una palmera de chocolate… ¿El peor recuerdo? La salida, que para mí fue bastante traumática. Intenté quedarme pero no llegamos a un acuerdo. 
 
G: ¿Y cómo ves ahora al Estu?
D.M.: Soy abonado desde que jugaba en Magariños y sigo yendo con mi padre. Fue un sueño jugar ahí. Siempre que pueda ayudarles, ahí estaré. La percepción que tengo yo es que habiendo conseguido una estabilidad deportiva, falta un pasito. Se está limando la deuda y eso repercute en que hay parte que no puede ir a jugadores. Creo que tiene un buen bloque. ¿Qué nos gustaría a los que amamos al Estu? Identidad nacional, que igual es lo que le falta, volver a ser lo que ha sido Estudiantes siempre. Viene una generación por debajo espectacular, muy ilusionante. Estamos todos expectantes. Mientras, estar en mitad de tabla sin sufrir tampoco está mal. Da vértigo si miras a la parte de abajo de la clasificación y ves a históricos como la Penya.
 

UN TRASPASO SONADO

G: Tu fichaje por el Olympiacos fue histórico…
D.M.: Éramos pioneros. Fernando Martín había ido a la NBA, Ferrán Martínez al Panathinaikos, José Lasa al AEK y poco más. La oferta llegó justo después del Europeo de Francia. Había hecho un buen torneo e Ioannis Ioannidis, que era el entrenador del Olympiacos, se encaprichó. Tenía una cláusula de 200 millones de pesetas, una barbaridad. El Estu se mantuvo firme y al final pagaron.
 
G: No te veias allí de primeras, ¿no?
D.M.: Era complicado salir de un club familiar como el Estu e irte a un equipazo así. Tomic, Tarlac, Radja, David Rivers… Me daba mucho vértigo. Me fichan tarde, con la temporada empezada. Llegué en Italia a un torneo amistoso en el que también jugaba el Real Madrid. Llegamos al salón para cenar y en la mesa de al lado estaban los del Madrid. Yo no conocía a nadie de mi equipo ni entendía nada y al lado oía hablar a Herreros, Angulo, el fisio… Estuve apunto de darme la vuelta y sentarme con ellos.
 
G: ¿En tu época el ambiente era tan caliente?
D.M.: Me consta que el Olympiacos están cuidándolo mucho, pero antes era una locura. Tiraban de todo. Recuerdo dracmas, que tenían muy poco valor. Monedas enormes. Móviles, los Nokia aquellos grandes, los asientos… Era una liga muy peculiar. Si venía a nuestro pabellón, por ejemplo, el Panathinaikos o el AEK, se llenaba. Pero luego igual jugábamos contra el Peristeri y apenas había quinientas personas. Y jugábamos en pabellones con aforo para mil. Muchos contrastes. Antes no había cultura de ir al basket con la familia. El año pasado fui a ver un partido del Olympiacos y el dueño me contaba que están trabajando en eso, en sacar a los ultras y que la gente pueda ir con niños al basket.
 
G: Háblanos de tu última etapa como jugador: Sevilla y luego el Real Madrid en LEB Plata.
D.M.: En mi segundo año en Sevilla se hizo un equipazo, con Betts, Kakiouzis, Aaron Miles de base, Tyrone Ellis… Y empezamos a perder. Luego llegó Comas y nos levantó un poco. Fueron dos años muy complicados para mí y a nivel grupal muy malos. Al salir de ahí yo quería seguir. Me tuve que operar la rodilla y los directores deportivos ya se lo piensan. Fue un verano complicado. De pocas llamadas o ninguna. Hasta que me llamó Alberto Angulo y me propuso ir al Madrid en Plata. Fue una experiencia bonita, vuelta a los orígenes. Querían tener algún veterano para echar una mano a los chavales. Y entrenaba muchos días con el primer equipo, con Messina. 
 
G: ¿Y por qué no salió bien la etapa de Messina en el Madrid?
D.M.: Pues buena pregunta. Acabó mosqueado con todo. Había resultados malos y él es un entrenador duro, exigente. Había ciertas formas que no gustaban en el vestuario. Recuerdo una derrota en Santiago y cuando volvieron, entrenamiento… Aquello fue espectacular. Un castigo físico tremendo al equipo. Y en ese vestuario había jugadores importantes, con egos. Aquello con confluyó y no había buena química. La mano dura no funciona con todo el mundo.
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