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Juan Carlos Navarro: La canasta donde empezó todo

Juan Carlos Navarro: La canasta donde empezó todo

Un tablero de cemento adosado a una pared. Las primeras canastas de Juan Carlos Navarro fueron en una cesta un tanto peculiar y rudimentaria

Juan Carlos Navarro ha completado una carrera extraordinaria. Su amor por el basket se inició hace mucho tiempo, cuando ni siquiera imaginaba que iba a ser su profesión. Sus hermanos y una canasta con el tablero cementado fueron sus inductores iniciales.

Todas las leyendas tienen un principio, un motivo. La de Batman, una noche de tragedia y miles de villanos en Gotham. La de Guillermo Tell, una manzana, una flecha y una puntería exquisita. La de Harry Potter, dos asesinatos y una cicatriz de época. La de Don Quijote, un escudero fiel, un libro, una dama y molinos, molinos como Gigantes. Mientras, la de Juan Carlos Navarro, un balón y una canasta. Tan simple y tan efectivo como eso. Uno de los mejores jugadores de la historia del baloncesto europeo, ‘La Bomba’ Navarro, no se convirtió en uno de los más grandes por puro azar. No se puede dejar todo a la suerte. Los dados siempre se acaban volviendo en tu contra si no cuentas con el trabajo de tu lado. Por ello, desde crío se enfrascó en una ambiciosa misión: ser protagonista de las páginas más doradas del basket español.

Miembro de la mejor generación que ha tenido España, Navarro encontró su hueco en el puzzle. La cualidad que le acabó llevando a ser un héroe sin capa ni espada fue la del tiro. Nadie como Navarro para encontrar el aro y acribillarlo con incontables recursos. Un jugón de tomo y lomo. Frágil en apariencia física, pero el tipo más refinado e inteligente que se ha visto sobre la cancha. Pistolero al más puro estilo del salvaje oeste, de los que disparan primero y preguntan después. A  quemarropa o desde la distancia. Poco importaba. Siempre en el centro de la diana.

La mejor inversión

Sus primeros pasos para confeccionar el estilo definitivo de un arte que cuajó en la élite se llevaron a cabo en el patio de su casa. El aro estaba en el colegio, sin utilizar. Nos costó 1.500 pesetas. El aro, simplemente el aro pelado. Alisamos los ladrillos… y ya teníamos una canasta más o menos profesional. Se alejaba todo lo que podía, arrimándose a la pared, a cinco metros más o menos, y tiraba. Venga y venga y venga”, comentaban sus familiares en el vídeo de despedida de Navarro durante el acto oficial con su club, el FC Barcelona. “Recuerdo, después de comer, estar todo el rato jugando. La canasta aún sigue estando en el patio. Ya no es nuestro, pero sigue allí y cada vez que paso por casa de mis padres recuerdo que fue allí donde me enamoré del baloncesto. Gracias a mis hermanos Justo y Ricardo, que fueron quienes me inculcaron todo de este deporte. Jugaban y yo me fijaba en ellos”, explica el propio Navarro. Un aprendiz que superó a los maestros.

Sus hermanos veían en Juan Carlos un hambre de aprendizaje total y no paraban de buscar la manera para ayudarle a mejorar sus habilidades. Cogimos incluso una caña, un palo largo,y jugábamos así también como diciendo: ‘si se pone aquí un pívot de 2.20, a ver como encestas’. Y todo reto acababa quedando pequeño para este genio precoz. “Para entrenar en esa pista, que era ese patio pequeño sin mucho espacio, tuve que desarrollar ese lanzamiento; lo cogí ahí. Como mis hermanos eran más grandes, tenía que hacer un tiro bombeado para intentar librarme de ellos, comentaba Navarro sobre la ahora mundialmente conocida especialidad de la casa en el especatacular documental que ha preparado BarçaTV. La Bomba, un plato cocinado a fuego lento que ha terminado por degustarse en los restaurantes más condecorados.

Horas y horas. Nada como el tiempo para terminar sacando a relucir lo mejor de cada uno. Tiempo y diversión, pues en el baloncesto nada se puede entender sin diversión. Al fin y al cabo, hablamos de un juego.“En la habitación que teníamos, jugábamos tirando a una canasta pequeña, de estas a las que se tira con una pelota tamaño tenis. ¡A todas horas!”, explicaba su hermano Justo. Amor absoluto a un deporte que acabó por convertirse en profesión. Tal era su devoción, su entrega y su innegable talento que, con apenas 11 años, Navarro ya había desarrollado su juego lo suficiente como para llamar la atención de Antonio Maceiras, por aquel entonces coordinador de la cantera blaugrana. Avisado por el propio padre de la criatura, fue a verle en el Santfeliuenc y su descubrimiento cambiaría la historia. La suya, la de Can Barça… la del baloncesto español. Una tarde, un partido, un destino. Aquella tarde, Juanqui ofreció una demostración contra chicos dos años mayores que cambió el rumbo.

Navarro ligaba pronto su corazón y su calidad al escudo del FC Barcelona. La perla, nacida y criada en una casa acostumbrada al ruido de los botes de la pelota naranja, se había ganado la admiración de los ojeadores, entrenadores y compañeros. Pero aún habría de remar y remar para adquirir el respeto de toda España, de toda Europa, de todo el mundo. Un camino largo, con subidas, bajadas y momentos de tensión. Un reto mayúsculo, sin espejismos, ante el que Navarro siempre se mostró real, natural. Un talento de caudalosa clase que bajó desde una canasta de patio hasta las canchas más indómitas y competitivas del planeta Basket para surcarlas y dejar su huella. Navarro, la canasta y la leyenda.

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