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La conexión de fútbol y baloncesto a través de los espacios. Por Abel Rojas y Andrés Monje

La conexión de fútbol y baloncesto a través de los espacios. Por Abel Rojas y Andrés Monje

Artículo publicado en la revista ‘Gigantes del Basket’, en el mes de junio del año 2018

Encontrar espacio en ataque es ‘El Dorado’, tanto en baloncesto como en fútbol. Para ello ambos deportes se sirven de elementos diferenciales que llegan a cambiar la concepción de ese espacio. Y es que la distancia es, en los dos casos, la perfecta aliada para su evolución.

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Mayo de 2011. Tras una Regular Season de adaptación dubitativa y larga puesta a punto, LeBron James logró acceder a las Finales de la NBA con los recién formados Miami Heat del Big Three. En ellas, el ya mejor jugador del planeta se midió a los Dallas Mavericks. Sin disponer de un plantel especialmente dotado para la defensa, el estratega Rick Carlisle ideó, junto a su equipo de asistentes –entre los que destacaba Dwane Casey- un entramado táctico que supo anular el poder de James. El plan, a grandes rasgos, consistió en colapsar la pintura al precio de liberar otros espacios, con el objetivo de que ni LeBron ni Wade pudieran ganar aquel anillo allá donde se había ganado casi siempre. Como resultado, no pudieron ganarlo desde ningún lugar. Carecían de preparación, incluso de idea, para superar el obstáculo. Y Dirk Nowitzki hizo el resto.

Un año antes, José Mourinho se había enfrentado en una brutal semifinal de Champions League al FC Barcelona de Pep Guardiola y Leo Messi. Sus recursos también aparentaban insuficiencia pero, a partir de un repliegue radical con nueve hombres protegiendo a su portero Julio César a menos de 20 metros de separación, sobrevivió en el Camp Nou y accedió a la Final que se le celebraría en el Santiago Bernabéu. Messi, hasta entonces imparable, no había encontrado la ruta que le llevase hasta la ocasión; como después le ocurriera a LeBron James, el colapso en las proximidades del aro (la portería, en caso del fútbol) había sido tal que habían sobrado hasta compañeros propios. Y, entonces, se tomó la primera decisión:

“La derrota ante los Mavs exigió a Spoelstra un cambio de estructura”, comienza Andrés Monje. “Uno de los detalles más significativos fue el uso de Chris Bosh, que durante su primer curso en Miami jugó como pívot el 51% de sus minutos, pero que en los cursos tercero y cuarto (los finales y más potentes de la obra) acabó ejerciendo como tal el 100% y el 94% de su tiempo en pista respectivamente”. El espacio lo demandaba. Abel Rojas, por su lado, aporta: “Tras perder contra el Inter, Guardiola, que había fichado a Ibrahimovic meses antes, optó por vender al sueco y que Messi no volviera a jugar con un delantero centro. Había que eliminar cualquier tipo de tapón en el área y dar espacio en ella”.

La gravedad

Aligerar la población en la zona restringida potenció los dominios de LeBron, Messi y sus imitadores, pero no convalidó como solución definitiva. Aunque ese espacio se hubiese clarificado, seguía siendo, con mucha diferencia, el principal foco de atención defensiva para cualquier sistema de élite, lo cual seguía permitiendo ajustes y reajustes. Así, en pos de diseñar un ataque sin riesgo de obstrucción, la alternativa pasaba por crear un nuevo centro ofensivo de gravedad que aumentara la cantidad de metros a proteger de verdad y dividiera la concentración de los especialistas defensivos.

“La gravedad es la capacidad de atracción a la que somete un atacante a un sistema defensivo. Dicho de otro modo, el espacio de la pista que condiciona ese jugador simplemente con su presencia, reclamando máxima atención de (al menos) un defensor para evitar daños”, aclara Monje. Antes, era mucho más común ver mayor gravedad en la pintura, orbitando sobre el aro. La gravedad interior se ha llevado al extremo con pívots muy dominantes que demandaban ayudas defensivas e incluso sistemas enteros que se cerrasen rápido sobre ellos como un acordeón. Si pensamos en Shaquille O’Neal, por ejemplo, podemos recordar un caso de máxima gravedad. Exigía dos hombres sobre él casi al recibir el balón interior. Pero lo hacía precisamente en ese contexto particular, a dos-tres metros del aro.”

Sobre la equivalencia de esta circunstancia en el fútbol, Abel Rojas explica: “Las dimensiones de un campo de fútbol son superiores a la de una cancha de baloncesto pero, hasta hace muy poco, el terreno ofensivo desde donde poder hacer la diferencia en el fútbol era quizá más limitado que en el deporte de la canasta. Debido a ello, a los grandes cracks creativos de los 80, como Maradona o Platini, se les concedía relativamente gran libertad cuando cogían la pelota lejos de la portería. De hecho no es exagerado decir que no existía trabajo colectivo sobre ellos. Desde el centro del campo no iban a marcar gol, motivo por el cual la atención defensiva siempre se enfatizaba en el delantero centro”.

¿Cómo se gestan nuevos focos de gravedad? “Con la aparición de recursos ofensivos que amenazasen desde zonas más alejadas a las frecuentadas en el juego clásico”, coinciden Monje y Rojas. “El pase diagonal de Messi a Jordi Alba es un ejemplo ideal”, apuntó el segundo. “Sí, pero no al nivel del tiro lejano, tras bote, de Stephen Curry”. Durante el curso en el que fue elegido como MVP unánime en la NBA (2015-16), Curry anotó el 55% de sus triples intentados entre nueve y doce metros de distancia al aro. Tal amenaza lo cambiaba todo.

Las estrellas de la muerte

Recursos tan poderosos como el triple lejano y tras bote de Curry o el pase largo de Messi tras conducción albergan de por sí un potencial destructivo demoledor, pero quizá por encima del factor directo que representan, hay que valorar el efecto que desatan sobre el sistema ofensivo de su equipo en general. Además, con independencia del estilo al que se suscriba el técnico que les dirija.

“Si pones dos buenos tiradores en las esquinas, obligas al rival a tener dos hombres fijos ahí, limitando sus ayudas. Y, entonces, el juego pasa a ser un 3×3, es decir, pasa a haber más espacio para atacar. Imagina por tanto disponer un tirador que la mete tras bote desde nueve metros. No es que mejore por sí mismo un sistema de pases, sino que hace mucho más sencillo ejecutarlos porque absorbe mucha atención muy lejos del aro. Y eso repercute en el espacio y el tiempo que tiene su equipo para tomar decisiones. Curry lo que hace es facilitar la superioridad numérica. Luego, cada equipo puede maximizarla de formas distintas: de un modo más solidario, con más pases; o de un modo más vertical, atacando directamente esa ventaja” expone Monje.

“El pase de Messi a Jordi Alba ha condicionado La Liga en los últimos cuatro años. Es una acción que vale por un sistema. Cada vez que Messi recibe la pelota en campo contrario (o sea, en un terreno de 90 metros de ancho y 60 de largo), hay un mínimo de seis defensores implicados en su -intensa- vigilancia: el volante izquierdo que le cercan, el lateral que protege la espalda de este para que Messi no lo desborde, el centrocampista que va a restarle visión y la salida para dentro, el pivote que reajusta sobre esa basculación y el central y el lateral del lado contrario, que deben proteger su espalda y cuidar la línea del fuera de juego para que el desmarque de Alba ni les sorprenda ni les supere”, describe Abel Rojas. “Por supuesto, esa tensión deriva en desatenciones a otros compañeros-¡restan nada menos que 9!-, que están aprovechando esta vasta ventaja estratégica para disimular el empobrecimiento técnico que ha padecido el FC Barcelona en los últimos cinco años”.

Nótese cómo, en ambos ejemplos, con Curry y Messi, la fortaleza no se limita al estricto gesto técnico. Evidentemente, la magia de la influencia radica en el tiro del primero y el golpeo del segundo, pero lo que exalta la influencia de estos dos factores celestiales estriba en que son capaces de presentarlos con máxima precisión tras una traslación propia; es decir, tras el bote del baloncestista y tras una conducción del futbolista. Si no gozasen de esa segunda opción, el margen de maniobra para los entrenadores del rival ganaría muchos enteros.

¿Cómo defender la lejanía?

“Para controlar armas así en el baloncesto, hay que tender hacia un escenario en el que todos los jugadores de un equipo puedan defender todo tipo de situaciones. El mayor castigo que puede provocar Curry, o un tirador tras bote de élite (Irving, Lillard, etc), llega siempre ante un interior de mucho tamaño y poca agilidad. Porque es justamente la situación que más pone en evidencia el fenómeno contrario: la falta de versatilidad .Por eso el gran desafío que se plantea es la evolución defensiva de los interiores, que ahora además de ser capaces de proteger el aro ante penetraciones y cerrar el rebote, deben ser capaces de sobrevivir en emparejamientos muy lejos del aro… ante jugadores mucho más pequeños”, contrasta Andrés Monje.

En relación a esto, el fútbol sí se distancia del libreto del baloncesto. Según Abel Rojas “De momento, frente a ese recurso de Messi lo que mejor ha funcionado ha sido el conservadurismo. A menudo, esto desemboca en reducir la dedicación que se presta a lo que haces con la pelota y confinar tu acción a la atención sobre el genio. Sobre todo, también, para que siempre te pille bien posicionado y nunca tras pérdida. El baloncesto te fuerza a intercambiar la posesión cada 24 segundos, propiciando así un incremento de transiciones, que es donde el talento encuentra más facilidades para expresarse. El fútbol, en cambio, ofrece el respiro de lo contrario a los menos buenos. Ese es el refugio”.

Stephen Curry y Leo Messi: amenazas muy similares y poderes muy parecidos. Aunque, por ahora, sus deportes los encaran de formas diferentes.

Un segundo astro

Las semejanzas entre Stephen Curry, Leo Messi y sus respectivas armas letales también se extienden a su influencia sobre sus compañeros-estrella. Quizá los mayores talentos ofensivos con quienes hayan compartido camiseta hayan sido Kevin Durant en el caso del base y Neymar JR en el caso del mediapunta, y la relación o el reparto de tareas que se establecieron entre ellos fueron idénticas: nuestros protagonistas fueron los puntales del sistema y la idea, mientras que Kevin y Ney actuaron como elementos independientes y mortales en un contexto de ventaja. O sea, gozaron de menos responsabilidad forzada de la que habrían tenido en otros sitios, pero también de un marco táctico con ventajas impropias para atacantes de su calidad. Por suerte para los Warriors, el carácter altruista de Durant y la propia naturaleza del baloncesto ayudan al alero a disfrutar de lo bueno y sobrellevar en cierta medida lo menos agradable. El Barça… no tuvo la misma fortuna.

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