A finales de 1969, cubriendo el ecuador de su legislatura, el comisionado Walter Kennedy pretendía un distintivo para su liga, la NBA, que ya entonces veía consolidada su fuerza, buscaba imponerla ante la recién nacida ABA y, sobre todo, un símbolo, en resumen, un logo, que identificara a su competición. Uno que lo hiciera para siempre.
Kennedy había quedado prendado con el nuevo logo de la liga de béisbol (MLB), obra de Jerry Dior, con motivo de su centenario. Consultado su equipo asesor Kennedy contactó directamente con Alan Siegel, un joven diseñador neoyorquino que había fraguado una repentina fama aquel año como objetivo de grandes firmas. Siegel acababa de abrir junto a su socio Robert Gale una consultora de marca, y la creación de aquel símbolo tan americano enamoró al comisionado de la NBA, que contempló en aquella insignia cuanto quería ver encarnado en su propia liga: el tricolor emblema de la bandera y la silueta inequívoca de un jugador. “Quiero –trasladó a Siegel– algo familiar con el béisbol para que también el baloncesto simbolice un deporte propiamente americano”. El comisionado puso gran énfasis en el logo de béisbol y al diseñador solo quedaría la opción de inspirarse en el modelo de Dior.
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El logo: una foto entre millares
La diana de Kennedy no podía ser más certera. El baloncesto era el deporte vital de su diseñador elegido. Siegel era, desde niño, habitual del Madison universitario de la mano de su padre, antes de que él mismo decidiera seguir en vivo a los Knicks en los siguientes treinta años. Curtido así en la NBA de los sesenta, marcaba en el calendario las visitas de sus tres jugadores favoritos: Oscar Robertson, John Havlicek y Jerry West. De manera que aquella solicitud le despertó tanta ilusión como exigencia por estar a la altura, y también a la suya por captar en unos trazos su deporte favorito, algo tan compacto y etéreo como el baloncesto.
Ayudó tener fresco el diseño anterior y aquella similitud que le reclamaban, pero necesitaba inspiración para el nuevo. Y en la fase preliminar tiró de uno de sus contactos cercanos, el periodista deportivo Dick Schaap, amigo de la infancia y graduado como él en la Universidad de Cornell. Schaap trabajaba entonces para la revista Sport y lo primero que hizo fue sugerir a Siegel acercarse por la redacción y sumergirse en el vasto archivo fotográfico de la revista. “Tal vez encuentres aquí algo que te ilumine” le dijo.
Perdido así entre montones de fotografías, Siegel concentró inicialmente sus esfuerzos en algo tan inherente al juego, tan emblemático, como unas manos arriba en pleno salto con la canasta y el balón como heroínas. Descartó decenas, tal vez centenares, recogiendo a un lado aquellas imágenes de altura, protagonizadas por ejemplares tan diversos como Wilt Chamberlain, Tom Gola o John Havlicek. Incluso apartó alguna del recién llegado Abdul-Jabbar, cómo no, en uno de sus bellísimos ganchos.
Y cuando nada le sacudía de aquella idea inicial tropezó de pronto con ella, una fotografía muy distinta que le atravesó como una flecha. Era una instantánea de suelo, obra del reportero gráfico Wen Roberts, y tenía, de golpe, algo de imponente, de verdad y de clásico. Y que el protagonista, a solas en primer plano, fuera su admirado Jerry West le importó menos que el contorno y la idea. Siegel no buscaba sujetos ni estrellas. Tan solo una figura. Y de ella le atrajeron “su belleza y verticalidad”, y un ideal, con balón, que desprendía movimiento en una ligera inclinación del cuerpo en pleno dribbling. A sus ojos aquella imagen deslizada de West entrando a canasta era sublime, era perfecta, era lo que buscaba. Y allí se detuvo, descartando de golpe el montón anterior.
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Una silueta ¿anónima?
Sobre aquella base, el diseñador perfiló decenas de bocetos, hasta resolver uno definitivo. Uno que estilizaba la silueta, subrayada en blanco, apresándola entre el azul y el rojo que le habían reclamado. Enseguida Siegel intuyó que su trabajo era bueno y que respondía a la exigencia inicial. Pero no estuvo completamente seguro hasta presentarlo al comisionado Kennedy y comprobar satisfecho que su cliente aplaudió la ilustración de inmediato. En uno de sus testimonios, el diseñador contaba que hoy habrían pasado seis meses de examen con matices, comparativas y arreglos cuando no negativas. Pero la reacción positiva fue, según aclaró, “espontánea”. No hubo más que discutir. La NBA tenía su logo soñado y, así, más de medio siglo después, reina vigente como uno de los iconos más reconocibles del deporte mundial.
Un detalle extraño de aquel encuentro y acuerdo fue que, ni Kennedy ni ninguno de sus auxiliares, también consultados para una valoración añadida, nadie le preguntó por el jugador que encerraba la silueta, como si no lo hubiera, como si el diseño original no fuera más que un dibujo fruto de la imaginación del autor. Aquel detalle sorprendió aún más a Siegel cuando en la presentación oficial a la prensa ningún periodista tuvo tampoco esa curiosidad. Nadie formuló una pregunta que el diseñador acaso esperaba y por cuya ausencia tuvo que guardar silencio. Sólo el paso del tiempo concedió a aquel vacío una importancia que entonces el diseñador ni remotamente podía imaginar.
Desencuentros
Años después, durante un encuentro casual con el nuevo comisionado, David Stern, el autor del logo quiso averiguar aquel vago misterio con una pregunta directa, inquiriéndole si sabía que la silueta del diseño pertenecía a Jerry West, dando por obvia la respuesta. Este fue el motivo por el que Siegel se quedase de piedra cuando Stern negó la mayor, como si rechazara la idea de que el logo representara a un jugador real, de carne y hueso. “Por alguna razón no quiso reconocer que todo aquello estaba basado en una imagen de West” contaría el diseñador. La trampa tenía su miga. No solo convertía a Siegel en víctima de una ensoñación por su trabajo, como si un logo fuera un logo y nunca un miembro de la liga que simboliza. También liberaba a la NBA de toda responsabilidad.
Y sin embargo al diseñador restaba aún lo peor, conocer la visión de la otra parte. El primer encuentro entre Siegel y West se produjo a finales de los noventa. Fue en un restaurante de Los Ángeles poco antes de que el directivo, sentado a la mesa junto a su relaciones públicas, se dispusiera a comer. Siegel fue presentado. “Este es el hombre que diseñó el logo de la NBA”. Para su sorpresa, el legendario exjugador se mostró seco y sólo formuló una pregunta. “¿Quién era el comisionado al momento de hacerlo?”. Tras conocer la respuesta West bajó la cabeza y comenzó a comer sin pronunciar palabra. Eso fue todo, dejando a Siegel desconcertado.
Años más tarde habría una segunda ocasión. Fue en los prolegómenos de un partido de los Lakers para el que su vicepresidenta, Jeanie Buss, había preparado una cena privada con amigos y alguna celebridad. El diseñador, que era uno de los invitados, atisbó durante el cocktail previo la presencia de Jerry West y se armó de valor para abordarlo por el mal sabor que le había dejado la primera cita. Siegel se presentó, esta vez por sí mismo, y West se mostró aún más frío y arisco, volvió a no abrir la boca y le dio esquinazo. Por segunda vez. Eso fue todo.
En torno a 2010, mientras el escritor Jonathan Coleman trabajaba en la biografía del mito (“West by West: My Charmed, Tormented Life”, 2012), contactó con Siegel para realizarle algunas preguntas. El diseñador creyó que en algún momento tendría como interlocutor a West, pero nada más lejos. Así que aprovechó la ocasión para desahogarse, hacerle ver su decepción por lo ocurrido y lo incomprensible, a su juicio, de la actitud de West. Le confesó que cuando realizó el logo para la MLB no pocos jugadores le preguntaron si eran ellos la silueta, que todos querían serlo y pasar a la historia como elegidos de un icono universal. En cambio con West sucedía todo lo contrario. Y Siegel no lo entendía. Coleman no resolvió el misterio, pero en su obra ya dejaba entrever el malestar del mito, que las generaciones más jóvenes se refirieron a él, repetidamente, como “el logo” sin que la NBA jamás lo hubiese reconocido como tal.
En adelante, Siegel contemplaría dos teorías. Una, de la que fue testigo y en la que no creía, según la cual la NBA no quería reconocer a jugador alguno para que ninguna otra leyenda pudiera sentirse molesta. Y dos, la más plausible, que West llevó con disgusto que la liga nunca lo reconociese y, en consecuencia, siendo esto menos importante para el jugador, que así evitaba el pago de un solo dólar por derechos de imagen, aún siendo encubierta.
Desprecio y rechazo
Todo esto quedó mucho más claro años después, cuando West, en distintas intervenciones en televisión, reconoció su desprecio al logo, incluso expresando su deseo de que algún día la NBA crease uno distinto, posibilidad que Siegel rechazó con la misma fuerza que su decepción. Jamás, aseguró, se prestaría a una actualización.
Cuando en 2017 este desencuentro salió a la luz, los grandes medios no aclararon su origen. Tan sólo sugerían que la NBA pensaba diseñar un nuevo logo, lo cual no era cierto y sólo se basaba en las palabras de West. Aquel revuelo provocó que el diseñador recibiera cerca de dos mil correos de apoyo entre los que no faltaron ideas para el nuevo, algunas grotescas, tales como las siluetas de Dennis Rodman, Sprewell ahorcando a su técnico, Manute Bol y Muggsy Bogues juntos y demás disparates que corrieron por las redes en forma de memes.
Al menos todo aquello sirvió para que alguien diera voz, por fin, al propio Alan Siegel. Preguntado si deseaba mantener algún día una conversación con Jerry West, dijo admirar su figura, al tiempo que no quería saber más de él. Como tampoco de la cúpula dirigente de la competición a la que un día alumbró su insignia en uno de los productos más brillantes de su carrera profesional. En el fondo, no era más que declarar una sorda indignación hacia ambas partes, que no iban solas. Porque curiosamente las tres, más que reñidas, siguen de espaldas más de medio siglo después.