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[35 años de Gigantes] Cómo ha cambiado el baloncesto NBA

[35 años de Gigantes] Cómo ha cambiado el baloncesto NBA

¿Cómo ha ido cambiando la NBA? ¿Cómo hemos llegado hasta el baloncesto americano que conocemos hoy en día? ¿Cuál es su origen?

La España de los ochenta era un escenario ideal para el desembarco de la NBA. Al mismo tiempo que la liga entraba en su primera edad dorada, la popularidad del baloncesto en nuestro país se disparaba con las platas de Nantes’83 y Los Ángeles’84. Fue entonces, justo unas semanas después del EuroBasket, cuando llegaron a cuentagotas los primeros partidos. Y fue en aquella España, en la que el baloncesto rivalizaba con el fútbol y había un ‘nuevo’ planeta por explorar, en la que nació Gigantes del Basket. La NBA apenas había entrado en su madurez después de décadas de apuros económicos. Sólo unos años antes la liga aún era irrelevante para el gran público en Estados Unidos. Los partidos levantaban tan poco interés que la CBS usaba algunos como
relleno: como entre semana era imposible competir contra el show de Johnny Carson, usaba ese hueco
para emitirlos en diferido. Había tantas franquicias perdiendo dinero que llegó a hablarse de una fusión
entre los Utah Jazz y los Denver Nuggets.

El contexto

Faltaban grandes referentes que conectaran con el público. Sí, Kareem Abdul-Jabbar fue el gran dominador de los setenta, pero su carácter y su activismo político lo apartaron de ese tipo de fama. Eso cambió con Magic Johnson y Larry Bird. Su aparición rescat una rivalidad Lakers-Celtics que había marcado la liga  durante los sesenta y la llenaron de nuevos matices. Las dos mayores estrellas del baloncesto en dos franquicias enormes. Una por títulos y otra por mercado. Dos extremos del país, dos formas distintas de
entender el baloncesto y casi la vida. Las Finales de 1984 consagraron una rivalidad que arrastraban desde la
universidad y marcaría toda una época. También en España, donde aquel séptimo partido (el único de aquella temporada) llegó con unas semanas de retraso. Era el segundo verano que la televisión española
emitía el duelo decisivo de las Finales, los primeros partidos desde el único escarceo con la NBA hasta entonces: un resumen del All-Star de 1972.

Son los años del despegue definitivo, que coincidió con la llegada de grandes remesas de talento. Sólo una semana después de aquellas Finales se celebró uno de los mejores drafts de la historia, con Jordan, Olajuwon, Barkley o Stockton. Al año siguiente fueron Malone, Ewing, Dumars o Mullin. La clase de estrellas que consagrarían su edad dorada.

Estrellas con magnetismo

También, como recordaba siempre David Stern, con una revolución en la televisión (la expansión del cable y el satélite, la aparición de ESPN) y el marketing. Tradicionalmente el baloncesto se había vendido a través de los equipos más que de las estrellas. Si el magnetismo de Magic, Bird o el Dr. J había empezado a cambiar la
corriente, en Michael Jordan encontró a su gran deportista anuncio.

Al mismo tiempo que la liga lograba
al fin consagrarse en sus fronteras, Stern iniciaba la expansión internacional. Es ahí donde se enmarcan
los Open McDonald’s o el nacimiento de ‘Cerca de las estrellas’ (1987), aquel programa con el que Ramón Trecet descubrió un nuevo mundo para toda una generación. 35 años más tarde, la NBA ha completado el viaje. La liga se retransmite en más de 200 países y 40 idiomas y celebra partidos de temporada regular en suelo extranjero. Cada vez más los aficionados siguen a jugadores más que a equipos. Y así se vende la liga. Harden, Curry, Durant, Westbrook. Kawhi. Unas hipotéticas Finales entre los Lakers y los Bucks serán un duelo entre LeBron James y Giannis Antetokounmpo. Y para ver no sólo un partido, sino la vida de los jugadores, basta con sacar el móvil del bolsillo.

Ahora que ese mundo está tan cerca, el papel de Gigantes no es (sólo) contar el qué, sino explicar los porqués.

La conquista del mundo

De aquella expansión internacional que impulsó David Stern, la NBA no sólo ha sacado un enorme provecho
económico (la liga ya genera más de 8.000 millones por temporada), sino deportivo. El proceso funcionó en
dos direcciones: el nivel del baloncesto creció en todo el mundo y los entrenadores han ido despojándose
de prejuicios. La temporada pasada, el MVP fue un griego de origen nigeriano (Antetokounmpo); el Novato
del Año fue un esloveno (Luka Doncic); el Defensor del Año fue un francés (Rudy Gobert); y el Jugador con
Mayor Progresión fue un camerunés (Pascal Siakam).

Algo así era impensable cuando nació esta revista en 1985. Aquel año Georgi Glouchkov se convirtió en el primer jugador internacional en llegar a la NBA sin haberse formado allí. Porque extranjeros hubo (aunque pocos) desde el inicio. El primero, Hank Biasatti, un italocanadiense que jugó con los Toronto Huskies en 1946. El mejor, Olajuwon. Pero hasta el búlgaro (que acabó fracasando) ninguno formado fuera. El año anterior lo había intentado Hervé Dubuisson y aquel mismo verano Fernando Martín. El madrileño tendría que esperar una temporada más.

Aquella temporada apenas había una decena de jugadores internacionales en la NBA. Una década después el número apenas llegaba todavía a los 25. Desde hace unos años, la cifra supera cómodamente el centenar: este curso tenemos 108 jugadores extranjeros representando a 38 países distintos. Si en los ochenta la NBA se lanzaba a la conquista del mundo, hoy es el mundo quien conquista la NBA.

El espejo del estilo

Decía Doug Moe, apóstol del baloncesto más vertiginoso de los ochenta, que un jugador no debía tener más de dos segundos el balón en sus manos. Moe presumía de no marcar jugadas y dejar que sus hombres leyeran la defensa para tomar sus propias decisiones. Sus equipos nunca ganaron nada, pero abrieron el camino que hoy sigue la evolución del baloncesto. “Su paceand-space iba décadas adelantado a su tiempo. Es un visionario”, apunta Rick Carlisle. Moe es uno de los hilos que conectan aquellos esplendorosos años ochenta con la nueva edad dorada.

Si en medio hubo una ruptura fue porque a finales de los 80 los Bad Boys triunfaron con el modelo opuesto: un estilo lento y pesado que bordeaba el reglamento para tomar el control desde la defensa. El músculo asfixió la fluidez del juego, la liga se atrincheró en las zonas y la cancha se fue haciendo más pequeña. No era sólo una cuestión de tiro –de poco sirvió acercar la línea de tres–. Hasta el pase llegó a perderse entre tanto cemento. La depresión del juego llegó a tal extremo que en 2001 la NBA vivió su peor temporada en anotación desde 1955 y en acierto de tiro desde 1969 (a excepción del lockout). Los periodistas Kevin Arnovitz y Kevin Pelton cuentan que ese año Jerry Colangelo, hombre fuerte del baloncesto estadounidense y por entonces dueño de los Phoenix Suns, se reunió con David Stern en Nueva York para traslardarle su preocupación. Stern lo colocó al frente de un comité de expertos para reformar el reglamento.

No era nada nuevo. Durante toda su historia la NBA ha cambiado las reglas para limitar el dominio excesivo de un jugador (Mikan, Chamberlain, Kareem…) o un estilo. Aquí lo hacía para devolverle oxígeno a un juego ahogado entre tanto músculo y uno contra uno. Y fue en ese contexto de apertura donde nacieron los Phoenix Suns de Steve Nash y Mike D’Antoni.

Los Suns de D’Antoni y Nash

Aquel equipo fue la avanzadilla del futuro que hoy tenemos entre nosotros. Si su número de posesiones (98.6 por partido) no destacaría en la NBA actual es porque el dato, como los partidos, es cosa de dos equipos, y en aquella liga aún quedaba demasiado barro. Aquellos Suns ejecutaban un ataque en sólo 11.2 segundos, un dato que hoy sería el cuarto más rápido de la NBA. En estático eran casi un segundo entero más rápidos que cualquier rival (14.2). También hoy serían cuartos. Por eso usar el número de posesiones es engañoso. Aquellos Suns serían igual de vertiginosos en esta NBA.

Una liga en la que las últimas reglas sobre libertad de movimientos han terminado de acelerar, acercando el ritmo a aquel run-and-gun que predicaban Doug Moe o Paul Westhead. La temporada pasada, por primera vez en 30 años, volvió a cruzarse la frontera de las 100 posesiones por noche. Una liga que, de la mano de la estadística avanzada, ha depurado el juego para hacerlo más eficiente. Se demostró al fin que jugar más lento no era necesariamente hacerlo con más cabeza, y que la intuición de aquella primera apuesta tímida de Moe por el triple (o más decidida de técnicos como Rick Pitino, primero en Providence y luego en los Knicks) iba por buen camino: el tiro exterior abre el campo, dificulta las ayudas en defensa y, pese a tener un porcentaje menor de acierto, es un camino más eficiente para anotar.

El reglamento, la estadística avanzada y la convicción de los entrenadores, que cada vez apuestan más por reducir los sistemas para implantar un patrón de juego sobre el que los jugadores tomen sus decisiones. Así el juego gana fluidez, se hace más impredecible, y da pie a un baloncesto que abandona la rigidez de las posiciones para ganar libertad creativa. Y el ritmo, 35 años, se acerca al de aquella edad dorada en la que nació Gigantes.

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