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Gigantes del Basket
José Manuel Calderón, por Piti Hurtado

José Manuel Calderón, por Piti Hurtado

José Calderón no quiere puntear a Kobe, no quiere hacerle perder la visión a la Mamba. No quiere salir en una foto extraordinaria. Quiere ganarle, quiere el Oro. Porque ya estuvo ahí. Porque ya ganó a uno de los mejores jugadores de la historia, porque ya fue Campeón.

Calderón

Calderón, defendiendo a Kobe Bryant en la final de los JJOO de Londres 2012 (foto Getty Images)

Uno de los neurólogos más prestigiosos a nivel mundial, el asturiano Juan Fueyo decreta que «conseguir tener éxito es un viaje y ser feliz es definitivamente la meta». Este gran investigador en neurooncología tiene claro y documentado que esforzarnos por ser los mejores nos lleva a adquirir un sentido más profundo de la existencia, con lo cual ayudamos también a otras personas.

En la escala de valores de Calderón y de cómo ha conducido su evolución como deportista, la ambición estaba más arriba que ninguna otra consideración. Se suelen manosear los valores en primera persona, pero ahora que podemos observar en tercera la carrera de varios jugadores enormes que cambiaron nuestro deporte, pese a que la pintura esté fresca, sí podemos ver que la última pincelada está dada.

La ambición no es el enfado puntual por un error, el plano en cámara lenta de la frustración por haber errado un tiro. La ambición no es la paralización por mal humor que no te deja al día siguiente tener la energía o la lucidez para saber que tipo de entrenamiento o alimentación te toca.

Calde tuvo la ambición de estar preparado para cuando llegara el fracaso, aprendió de él y lo superó sin compadecerse de si mismo ni buscar excusas. Nunca perdió el tiempo, supo de su dimensión como deportista, supo lo que su cuerpo necesitaba, supo lo que tenía que hacer en la cancha, en el descanso y por los que estaban cerca.

Su esplendor

El prime time de Jose va desde 2005 a 2007. En ese periodo, Calde tiene una dimensión no vista antes en ningún jugador en la posición de base en España. Hay una penetración en la final de la Euroliga del Tau contra Maccabi, último cuarto, marcador en contra, Sarunas Jasikevicius es el defensor roto, con un cambio de derecha a izquierda y en la ayuda salta al tapón Nikola Vujcic, mito macabeo de 2.11, el base extremeño choca en el aire contra él y anota con suficiencia, el pívot al suelo, nuestro héroe se da la vuelta y grita dos veces un ‘nadaliano’ ¡Vamos!, uno a la cara de Saras y del gigante croata y otro dándose la vuelta a sus compañeros. ¡Le gritaba y animaba a ganadores como Luis Scola! Esa final se fue al limbo, no la ganó el equipo de Querejeta, es el último partido en Euroliga de un Calderón que va a Toronto en plenitud física y técnica pero que afinará la táctica. Por la experiencia posterior y las necesidades evolutivas.

Ser el primer jugador nacido en España que pisa la NBA sin haber jugado para el Real Madrid o el FC Barcelona es un título que no engalana vitrinas, un diploma que no rellena espacio vacío en las paredes de ningún museo privado. Los tiempos ya estaban cambiando, pero el Carácter Baskonia unido a la ambición ‘calderoniana’ fueron una mezcla perfecta.

El cuarto puesto de España en 2005, en el EuroBasket, les supo tan a poco que olvidaron que no había ido Pau Gasol. Pero ya estaban preparados. Así sucedió en 2006, que se lo llevaron por delante y así sucedió en 2007 donde la plata (casi oro) tampoco era suficiente. No era que Navarro y Pau dominaban en su mejor momento, que Carlos Jiménez y Garbajosa eran un puzzle de dos piezas con sus características, sino que el uno titular de esa Selección acababa de entrar en el debate sobre quién era el mejor base de nuestra historia ¿Corbalán ¿Calderón? Poquísima broma.

Su juego es de bote alto, cambio elástico del balón por delante, lanzamiento tras bote que va ganando rango, pese a que el tiro a pies parados ya es muy bueno cuando tiene esos 24-25 años. Su zancada es larga, nunca poderosa, sus aires en la pista nunca fueron altivos, su físico poderoso lo era por impulsos en los momentos que la acción lo requería, no había sobreesfuerzo innecesario, no se quedaba parado gustándose, lo siguiente era defender.

Su jerarquía era alta, sin un gran carisma, pero con una importancia en el contagio de la energía y el respeto del compañero. Ejemplar a la hora de competir y a la hora de no dar ruido cuando el balón dejaba de botar. Fueron años muy brillantes que le situaron en la excelencia competitiva.

Genética y trabajo constante

Los Juegos de Pekín’08 no le vinieron en un buen momento físico, además de la llegada de calidad en su mismo puesto. Aún así, Calderón supo convivir con la llegada de Ricky, de Sergio Rodríguez, de Llull aunque en la Selección se usa al balear más de 2. Y en esa convivencia está implícita la inteligencia emocional, el tener que jugar compartiendo pista con otro 1, el saberse los sistemas en ambas posiciones, el aprender a lidiar con tus ganas cuando crees que debes tener más protagonismo, el estar preparado para cuando aparece la oportunidad de mostrar todo lo trabajado.

Tantos veranos de fuego de José Manuel Calderón entrenando en el Pabellón ‘José Manuel Calderón’ en Villanueva, una suerte de muñecas rusas, como la ambición que tiene en el pecho, que se regenera con cada reto, con cada fracaso el cual no se verbaliza pero educa en la determinación, en prepararse.

La planificación de Joan Ramón Tarragó, su preparador físico, un nombre clave en la carrera del extremeño. Una unión con un preparador físico de alto nivel que ha desarrollado su trabajo como entrenador individual y recuperador de un jugador con una enorme actitud. Los porcentajes de tiro legendarios desde el tiro libre y desde la línea de tres que consiguió en la NBA nacieron en los ejercicios de tiro tras bote, en los ejercicios de lanzamiento en fatiga, en el trabajo de la concentración y la serenidad, la que se añadió a lo que la genética ya le había dado.

La ambición, según Calde

Cuando llegó 2012, la Selección no hizo un buen torneo en los Juegos de Londres: dos derrotas contra Rusia y Brasil nos llevaban a encarar el cuadro final sin grandes sensaciones, el equipo no anotaba con suficiencia, el tiro exterior era de bajo porcentaje, las actuaciones colectivas y las individuales de Navarro y Calderón no estaban siendo buenas. La gestión de la derrota y la calma en los momentos de locura, el sabido mantra de por la noche en la habitación del conclave y la pocha: “tranquilos, ya se subirán todos al tren”. Los cuartos de final los gana España contra Francia con otro marcador muy parco (66-59), la banda sonora era de Golpes bajos (los de Batum a Navarro) y nuestro ataque corroboraba esos ‘Malos tiempos para la lírica’.

Y llegaron las semifinales contra Rusia que ya nos había hecho morder el polvo… Y ahí estuvo de nuevo el Soldado de Salamina, un Jose Calderón nacido un 28 de Septiembre, el mismo día que se disputó la conocida batalla naval en la isla griega de tal nombre. El acantilado era más alto que nunca, que ninguna otra fase previa, que ningún otro cruce que esta generación viviera: 31-20 al descanso, no era perder de una diferencia considerable, era perder sin meter nada de fuera, sin meter nada de dentro, los jugadores más talentosos de siempre no eran capaz de meter ni una pelota en el aro… Nuestro soldado encestó cuatro triples en la segunda parte, la rabia fue saliendo por la válvula, España gana a Rusia con un bajísimo 67-59.

Mucho se había hablado sobre una posible última oportunidad perdida. Visto desde la distancia tenían 31-32 años, nos parecen hasta jóvenes, un grupo de jugadores que finalmente también han llevado la longevidad como otro título conseguido. Llegar a la final era un éxito en sí mismo, pero como el brillo de la plata era tal, ganar esa semifinal no ha tenido la dimensión necesaria ¿Por qué? Pues porque ahora había que ganar el Oro, aunque no hubiera el pico físico de Pekín, porque la ambición fue lo primero que metió en la bolsa de deporte en ese primer viaje a Vitoria, porque le daba igual que Kobe les hubiera anotado esos 81 puntos a los Raptors.

Él jugaba para ganarle y en sus equipos le había ganado y era una final olímpica. La ambición es jugar para ganar y el poder competir cada partido es parte del éxito. Sabiendo que no puedes ganar siempre, sabiendo que USA te ganó 107-100. Tuve la oportunidad de estar en aquellos partidos en Londres y de colarme en la cena para medios y patrocinadores en el hotel de la Federación la noche tras la final olímpica. Calderón atendía a todos con amabilidad, pero no parecía contento, no quedó satisfecho. Pese a la segunda plata olímpica consecutiva.

Seguro que Calderón será ambicioso y competidor en cualquiera de las facetas dentro del basket ahora que ya no va a jugar como profesional nunca más. Es más, me queda la duda y apuesto a que si vas en julio, una tarde de 38 grados a su Pabellón en su pueblo, pese a no tener que incorporarse a ningún equipo o Selección, lo verás trabajar físicamente. Es un deportista y lo será siempre. Un deportista con una gran ambición.

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