La velocidad como forma de vivir la vida y el coraje como respuesta a cada una de las pruebas que ha superado para disfrutar del momento. Muchos podrían pensar que la carrera profesional de Queralt Casas alcanzó la cima del baloncesto a la misma velocidad con la que corre la pista… pero no siempre fue así. Su trayectoria ha sido de cocción lenta, a veces, superando más obstáculos de los que su juego merecía, pero siempre con una actitud luchadora que hoy le premia con el amor incondicional de la afición de Valencia Basket y el reconocimiento general del baloncesto.
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La piedra fundacional de esta historia de superación la encontramos cuando, con siete años, Queralt acompañó a su hermano Guillem a un entrenamiento y descubrió que el baloncesto podía ser la mejor respuesta al torbellino de energía que era de niña. “Fue un poco también para descargar energía fuera de casa porque mis padres estaban ya hasta el moño. Era un terremoto y mi hermano lo sufría”, cuenta.
Un terremoto que fue cinco veces campeona de Taekwondo en Cataluña y que practicó varios deportes hasta centrarse en el baloncesto. Al principio, como un juego que se extendía al hogar cuando jugaba a ser una jugadora famosa y se autoentrevistaba en la ducha, y que luego fue cogiendo forma hasta el momento en que ingresó en la Residencia Blume para jugar en el Siglo XXI. “Ahí dije: ‘si me voy de casa a los 13 años, si dejo cosas de lado que me gustan como el taekwondo, tengo que tomármelo en serio. Luego, llegaré o no llegaré, pero al menos tengo que tomármelo más en serio’”, señala.
Desde esos primeros años, siempre mostró predilección por defender, pero la hoy abnegada defensora también fue en el pasado una referente ofensiva. Así, ese sacrificio personal que emprendió con 13 años le llevó a ser una de las estrellas de las categorías inferiores de la selección española y en 2012 fue nombrada la MVP del campeonato U20 y compartió quinteto ideal con Mariona Ortiz y Alina Iagupova, entre otras. “En las categorías inferiores lo disfrutaba muchísimo primero porque era un equipo que siempre conseguía medallas y las conseguía con un grupo de amigas. Por ejemplo, Mariona (Ortiz) es catalana y jugábamos juntas desde infantil y cadetes. Significaba conseguir cosas guais como medallas, pero luego también era hacerlo al lado de tus amigas y lo recuerdo como muy especial. Lo disfrutaba muchísimo”, afirma.
De esos años queda también la imagen de verla jugar con una cinta roja en el pelo que comenzó como un guiño a su ídolo de infancia y que acabó siendo una seña de identidad durante toda su formación. “Me la puse por Amaya Valdemoro porque era mi ídolo y a mi padre le hacía gracia. Luego ya crecí y con 18 o 20 años pensaba quitármela, pero mi padre me decía que molaba porque era como un de estos símbolos identificativos. Yo decía que eso era algo de niña pequeña, pero la llevé hasta la U20. De hecho, no la llevaba jugando con Zaragoza en Liga1 y luego en verano me la ponía porque dije: ‘hasta acabar las elecciones inferiores me la pongo y luego ya me la quito”, declara.
DEMOSTRAR LA VALÍA
Con la misma celeridad con la que joven esquivaba rivales, su carrera fue quemando etapas hasta debutar en la máxima categoría con 17 años y jugar en la WNBA dos años después. Un inicio fulgurante donde su juventud no le eximió de asumir cuotas de responsabilidad propias de una veterana. Queralt confiesa que “nunca me sentí joven. Nunca sentí tener 18 años y decir: ‘bueno, pues si juegas mal no pasa nada porque eres la júnior que sube’, pero creo que es una buena sensación o noticia porque al final era porque el entrenador y mis compañeras me daban confianza. Desde mi segundo año en Liga1 siempre he jugado mucho. De hecho, al año siguiente que fui a Rivas, que estaba Anna Cruz en mi posición, y con 19 años jugaba 30 minutos de media en Euroliga”. Un ejemplo de madurez y autoexigencia cuando el carnet de identidad invitaba a otras cosas sobre el parqué.
Eso le valió para dar el salto a un gigante continental como Galatasaray, aunque la experiencia no fue sencilla. “Fue muy duro porque fue el primer año en el extranjero, no hablaba nada de inglés y, evidentemente, nada de turco. Fue muy complicado, aunque por suerte estaba Nuria Martínez y me ayudaba mucho. Creo que fue el año donde más aprendí en general, tanto dentro como fuera de la pista”, asegura. Un aprendizaje que facilitó su paso posterior por Francia, el lugar donde su juego despegó definitivamente. Para Casas, “fue muy fácil adaptarse la Liga. Me encantaba, volaba sobre la pista y siempre dicho que los mejores años de mi carrera, en cuanto a pista e incluso fuera, han sido en Francia”.
Una hermosa etapa donde, sin embargo, una espinita le hacía sangrar cada verano: la falta de oportunidades con la selección absoluta. Debutó en 2013 aunque con un papel testimonial y desde entonces vivió una amarga espera donde el silencio pesó más que la razón y causó desconfianza. Quizá por ello en 2018, y en mitad de la alegría por el bronce obtenido, hubo lágrimas de redención. “Yo me encontraba en el mejor momento de mi carrera y no tenía ni siquiera la opción de poder entrenar en la absoluta. Me veía capaz; ya no te digo de entrar entre las 12, pero sí de estar allí, y fueron cinco años en los que no se me llamó por h o por b hasta que llegó 2018. En realidad, yo estaba fuera de la lista de 12, pero como hubo alguna lesionada pensaron: ‘igual en algún momento la necesitamos’ y tuve esa oportunidad. La aproveché y por eso fueron lagrimillas de sentir orgullo y decir: ‘ves, en realidad sí podía’, porque a veces llegas a desconfiar de ti misma o a que baje la autoestima. Fue como decir: ‘llevo tanto trabajado y tanto esfuerzo, y realmente puedo’”.
De aquella Copa del Mundo también queda la icónica canasta que cambió el partido de cuartos frente a Canadá y que posibilitó lograr la medalla. Un recuerdo claro para todos, menos para la protagonista de la acción. “Yo pensaba que el balón había ido por detrás del talento, te lo juro. No sabía qué había entrado. De hecho, recibí un golpe en la nariz y sólo estaba con dolor. Cuando salí del tiempo muerto que luego se pidió, ni sabía si era uno o dos tiros libres. No tenía ni idea. No sé no sé si es la más icónica, pero sí la más vista”, dice.
Desde entonces, su presencia en la selección española se ha hecho imprescindible y su rol en el grupo ha crecido torneo tras torneo. Atrás quedaron las dudas y las sombras que otros quisieron ver en su juego, pues, como ella reconoce “hay jugadoras que lo tiene más fácil en ese sentido. Yo tengo la sensación de que cada día tengo que demostrar, mínimo el 80% de lo que tengo dentro, porque si un día no llegó al 60%, por ejemplo, como le pasa a todo el mundo, ya soy muy mala. No pasa nada porque también eso me ayuda a ir mejorando y tengo el carácter suficiente para afrontarlo como un reto”.
Y ya consagrada, llegó la oportunidad de volver a España. Tras una extraña salida del Flammes Carolo francés y su paso por el Sopron húngaro donde ganó liga y copa, y alcanzó la Final Four de la Euroliga, Valencia Basket llamó a su puerta acelerando un regreso que entonces no tenía pensado.
PAZ INTERIOR, FLOW EXTERIOR
A orillas del Mediterráneo ha encontrado un segundo hogar. Su implicación con el club es total (su perro Pam se llama así por la mascota taronja) y la afición siente devoción por una ‘motocapi’ a la que se le reconoce el compromiso y la implicación sobre la pista. “En el deporte, a veces se gana y a veces se pierde, no pasa nada, pero lo que no te puedes dejar en casa son las ganas y el esfuerzo. A mí me parece una pasada que la gente, en su sábado o domingo que tiene libre, su plan de familia sea verte jugar. Sólo por el hecho de que la gente pague una entrada para verte jugar, tú tienes que dejar todo en la pista”, asevera. La escolta es quien mejor ejemplifica la Cultura del Esfuerzo que lucen las jugadoras en las camisetas y a la que más aplaude una grada que se identifica plenamente con los valores de su juego y persona.
Temporada tras temporada, el crecimiento de la entidad le ha dado la razón en su apuesta personal y recientemente el palmarés del club y el de su capitana han aumentado con la Copa de la Reina. Es el quinto título de una historia de éxitos que arrancó con el agónico triunfo en la Eurocup 2020-21. Una victoria que se recordará tanto por los tiros libres de Raquel Carrera como por la imagen de Queralt Casas (MVP de la final) rezando tras ella. “Yo estaba ya casi llorando y pensando cómo iba a pedir perdón porque la última canasta de Venecia fue una puerta atrás que me comí. Saqué de banda y sólo pensé en que el pase llegara a sus manos como fuera… y Raquel la cogió. Luego le dije: ‘por favor, un tiro libre nos vale que vamos a la prórroga’. Miré a la tía y pensé: ‘va a meterlos’. Yo ahí, supernerviosa, y ella en un plan: ‘que sí, que la meto, no te preocupes’”, reconoce.
Tres años después de aquello, el circulo se ha cerrado en la carrera de Queralt Casas y todo cobra sentido. La jugadora, que ha entrado en el Mejor Quinteto de la Liga Femenina Endesa, atraviesa un momento de felicidad porque ha exorcizado los demonios del ayer y sabe que no tiene que demostrar nada a nadie. “Hace como dos años que yo creo que también se nota en pista. Estoy más suelta porque no tengo presión, ya he demostrado quién soy y si la gente habla, pues que hable”, confiesa.
Todo el trabajo y los sacrificios realizados durante tanto tiempo tienen hoy la recompensa del éxito deportivo, el reconocimiento profesional y el cariño de la afición. Queralt Casas sabe que ha tenido que luchar más que nadie para lograrlo y eso le hace alcanzar una paz interior. Su juego destila armonía: sabe potenciar las fortalezas que le hacen ser única y los defectos ya no laceran su ánimo. En definitiva, vive el presente en equilibrio y observa el futuro con optimismo.
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Foto: M.A. Polo / Valencia Basket