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‘Sibenik, en la cuna del genio’, por José Manuel Puertas

‘Sibenik, en la cuna del genio’, por José Manuel Puertas

Ubicada justo en el centro de Dalmacia, Sibenik recoge en buena medida el orgullo del país. A diferencia de Split, de origen romano, o Trogir, de padres griegos, la población más antigua construida por manos croatas en la costa del Adriático fue la Ciudad de los Reyes, coronados allí entre las imponentes fortificaciones del puerto. Sin embargo, nunca nadie tuvo mayor impacto sobre la ciudad que el que en los albores de la década de los 80 propició Drazen Petrovic liderando al KK Sibenka a uno de los mayores milagros deportivos de todos los tiempos.

Gigantes del Basket se adentró en las calles que vieron dar sus primeros pasos al Genio de Sibenik, en busca del auténtico Emperador del balón naranja. Partiendo del histórico pabellón Baldekin, a escasos minutos caminando se alcanza la casa desde la que Biserka, la madre del clan Petrovic, llamaba siempre a mediodía a su hijo desde la ventana al grito de ‘Aco, rucak!’ (¡Aco, el almuerzo!). Por ello, al hermano mayor de Drazen, Aleksandar, todos los chavales empezaron a llamarle ‘Rucak’. Justo frente a aquella ventana, permanece aparcado un Volkswagen Golf del propio Drazen. Recuerda un vecino que “estaban muy bien educados; su madre sólo tenía que llamarles una vez”.

No lejos se encuentra el Colegio Tin Ujevic, hoy sede de la Escuela Drazen Petrovic, y para siempre el lugar donde el idolatrado escolta aprendió a jugar al baloncesto en un angosto pabellón sin gradas que más bien es el clásico gimnasio escolar, inaugurado allá por 1956. Su pista de linóleo se mantiene igual que hace seis décadas. Junto a ella, Gigantes espera a Miro Kotarac, el primer entrenador reglado de los Petrovic, que realza de inmediato el lugar en que nos encontramos. “Drazen entrenó cientos de veces en esta pista. Por aquel entonces, era el colegio más grande de Dalmacia, con más de 1.700 niños. Luego se dividió en dos, en uno estudió él y en el otro, años más tarde, Dario Saric”. El ala-pívot de los Sixers es otro hijo ilustre de una ciudad que actualmente cuenta con poco más de 40.000 habitantes.

Sólidas raíces familiares

Para Kotarac, el primer recuerdo de Amadeussurge instantáneo. “Tenía poco más de 6 años, justo antes de empezar las clases. Yo entrenaba a Aco, que era uno de los mejores jugadores del colegio. Y allí apareció Drazen. Era muy pequeño, pero siempre estaba tirando a canasta al lado de donde entrenaba su hermano. Se sentía realmente conectado con él, obsesionado, le imitaba en todo,hasta en cosas demasiado complejas para un crío. Pero lo intentaba hacer. Y ese pelo afro que tenía era una imagen muy impactante, porque entre esa cabellera, perdías la imagen del balón cuando botaba. ¡Parecía de Puerto Rico!”, señala entre carcajadas. Una sonrisa que no pierde pero se torna nerviosa al recordar el último cumpleaños de Jovan, el padre de los hermanos Petrovic, en julio del año pasado. “Cumplía 90 años e hicieron una gran fiesta, con toda la familia y gente importante de la Cibona. Cuando entré, pararon la música y Jole, que lleva casi diez años en una silla de ruedas y comunicándose con dificultad por un problema cerebral, dijo que yo era el culpable de que el baloncesto entrara en la familia mientras Aco asentía con la cabeza. Imagínese el momento”.

Sorprende saber de Jovan Petrovic, casi siempre en el anonimato. “Fue el jefe de policía de Sibenik hasta que se jubiló. Un gran hombre, no un policía cualquiera. Me alegra que me pregunte por él, porque de Biserka se sabe casi todo, es un personaje público, pero de Jole casi nadie sabe nada”, remarca Kotarac, acerca de una escasa exposición pública que viene de lejos. “No podía ver a sus hijos jugar en Baldekin, se ponía muy nervioso, así que se iba a pasear, o al cine y salía cuando acababa el partido. Biserka sí los veía desde primera fila”, evoca el veterano entrenador, al que el matrimonio Petrovic le parece “una gran combinación genética: Jole es herzegóvino y Biserka de la zona de Sibenik. Si hubieran tenido cinco hijos, todos habrían sido buenos jugadores de baloncesto. Drazen tuvo mucha suerte con sus padres”, afirma.

Aquella mezcla derivó en un carácter pocas veces visto en las canchas europeas. Recuerda Kotarac que “con apenas 8 años, una vez le eché del entrenamiento porque después de parar un ejercicio, lanzó a canasta y el balón me golpeó con el silbato en la boca. Me partió un diente”. Sin embargo, pese a ser algo “travieso y respondón”, le señala como uno de los jugadores más educados y disciplinados que haya entrenado en su larguísima trayectoria. “No me gustaba que los niños me hablaran de usted, y Drazen siempre lo hacía”, aclara, antes de subrayar su perseverancia en el esfuerzo, aduciendo que “siempre podía recurrir a él para entrenar si me faltaban jugadores. Quería entrenar a todas horas. Si encontraba un sitio libre donde jugar, ahí estaba”.

Con apenas 12 años, se incorporó a los cadetes del KK Sibenka, club por entonces en la segunda división yugoslava. Ya era un fenómeno social en su ciudad. “Había niñas mayores que venían a verle jugar y que luego pedían verle y hablar con él un par de minutos. Él, que era un poco introvertido y vergonzoso, fingía que no le interesaba todo aquello, pero un par de años más tarde, una de ellas fue su primera novia”, rememora. La memoria del experimentado técnico vuelve a abrirse en canal, a medio camino entre el orgullo y la emoción. “En cada momento sabía cuántos puntos, tiros, rebotes y asistencias llevaba. En Makarska una vez íbamos ganando por treinta. Vio que había pedido un cambio para sentarle y se acercó al banquillo para pedirme jugar un minuto más. Le dije a su sustituto que esperara un momento y poco después Drazen pidió el cambio. Le pregunté que qué pasaba y me dijo que ya había anotado 40”.

Surge también en esos años una de las grandes leyendas en torno al mito croata, que el entrenador Kotarac no duda en confirmar. “Claro que tenía las llaves del pabellón. En invierno, a las seis de la mañana en Sibenik no se ve nada. Él entraba a oscuras para tirar. Había chavales que le ayudaban a cogerle los rebotes y pasarle el balón. A las seis de la mañana, sí. Vivía cerca del pabellón y a las siete tenía que ir a clase. Sobre todo lo hacía en secundaria, a partir de los 15 años”. Sesiones de tiro y driblings a sillas. Desde niño demostró una ética de trabajo pocas veces vista, unida a una mentalidad obsesiva.

Profesional con 15 años

Sin apenas pisar la categoría junior, Petrovic ganó los galones necesarios para asentarse en el primer equipo, recién ascendido. Kotarac recuerda un hecho trascendental para ello. “Perdían por diez mediada la primera parte. Drazen no había entrado en pista aún. Salió en la recta final y se fueron tres arriba al descanso. En la reanudación, lo mismo. No jugó durante diez minutos, y de nuevo el equipo se puso por detrás, volviendo mediada la segunda parte para ganar el partido. Aquello pasó dos veces seguidas. A la tercera, lógicamente, salió de titular. Nunca más fue suplente”. El legendario Moka Slavnic, fichado como jugador-entrenador, fue el encargado de integrarle en el equipo profesional. El histórico base llegaba después de hacer historia en el Joventut Badalona los dos años previos (protagonista de la segunda liga verdinegra, en 1978) y ahora iba a tutelar el mayor diamante descubierto en mucho tiempo. El llamado a liderar la segunda Edad de Oro del basket yugoslavo.

El 9 de diciembre de 1979, el nombre de Drazen Petrovic aparece por primera vez en un acta de Primera División: no jugó en un triunfo ante el Borac Cacak del base Zeljko Obradovic. Pero poco después (29 diciembre; sexta jornada liguera) ya consiguió su primera canasta profesional: una suspensión sobre Rajko Zizic, del OKK Belgrado. La génesis de un torbellino que dominó Europa en los 80. Daba entonces comienzo una auténtica gesta, que llevó al modesto club dálmata a codearse con los mejores. Con 17 años, Drazen ya tomó el mando de un equipo con compañeros que le doblaban la edad: Srecko Jaric, Predrag Saric -¿les suenan los apellidos?-, Branko Macura, Zivko Ljubojevic… Con Faruk Kulenovic como entrenador, Petrovic comenzó a romper barreras en la 81-82: 16,3 puntos de media para un quinto puesto en la liga yugoslava, 44 tantos en el primer partido de cuartos ante el Zadar (fue el primer curso con playoffs), 31 en el partido de vuelta de la semifinal de la Korac ante el Estrella Roja de Ranko Zeravica para ganar por 18 remontando una desventaja en la ida de 16… Talento en ebullición.

UN LEGADO INIGUALABLE

El legado del Genio de Sibenik´ en su ciudad natal queda patente con estas emocionadas palabras de Miro Kotarac. “Drazen no era el hijo de sus padres, sino el hijo de todos nosotros. Le queríamos mucho. El baloncesto que él jugaba en el Sibenka y luego en la Cibona es el más bonito que se ha hecho. Su espíritu sigue aquí: no jugaba al baloncesto, sino que estaba hecho de baloncesto”.

El entrenador saca pecho de cómo se recuerda hoy allí a su hijo predilecto. “Lo que más me satisface es la escuela Drazen Petrovic. Ahora tenemos casi 400 niños jugando, de 6 a 12 años. Además, los infantiles y cadetes”. Tras cada entrenamiento, los niños forman el clásico corro para juntar las manos, y uno de ellos grita ‘¡Drazen!’, contestando todos los demás ‘¡Petrovic!’.“El gran problema es elegir qué niño es el que grita ¡Drazen!, porque todos quieren”.

Son voces que aún hoy, 25 años después, recuerdan a un héroe para todo el país. “En el 91, Drazen, Stojko Vrankovic y Toni Kukoc entraron en la ONU con banderas croatas para que se parara la guerra. Hizo por Croacia más que cualquier político”, apunta Kotarac. Otro de los tributos es una moderna pero coqueta pista junto a Baldekin, con dos imponentes fotos del ídolo, casi a modo de santuario, en el que cada 7 de junio se conmemora el recuerdo de Petrovic. “Esa cancha es la deuda que pagamos con él. En verano está llena de niños casi hasta medianoche. Tenemos que mantener su memoria, es una marca de Sibenik”. La ciudad de Drazen no olvida.

Limoges, doble verdugo

La primera de las siete finales consecutivas en competiciones europeas de clubes que disputó Petrovic (con el paréntesis del 84 por el servicio militar) fue en el Palasport San Lázzaro de Padua ante el Limoges. Los galos aguantaron el tipo en la primera mitad gracias a su americano Ed Murphy, que anotó 24 de sus 35 puntos antes del descanso. Aún así, parecía que los yugoslavos tenían encauzado el título: 56-67, minuto 26. Pero los de Buffière reaccionaron merced a la acertada mano de Irv Kiffin (19 de sus 21 tantos en la reanudación). Los franceses hicieron real su remontada a siete minutos del final (76-75 y eliminación de Dacoury). En la recta final, la sabia dirección de Senegal decantó el resultado ante un aún inexperto Petrovic (19 puntos).

DOS FINALES DE LA KORAC PERDIDAS Y LA DE LA LIGA DEl 83 ANTE EL BOSNA COLOCARON A SIBENIK EN EL MAPA

Los galos estuvieron 33 minuto por detrás y el 90-84 final fue su máxima diferencia. Una dura lección. Un año después, se repitió la historia en la Korac: remontada en la semis ante unos compatriotas (perdieron por 8 en Zadar y ganaron en casa por 20), pero derrota en la final ante el Limoges (94-86). En esta ocasión, en Berlín Oeste. Partido intenso, competido, bronco… Noche aciaga para Drazen, quien con un orzuelo en un ojo, apenas pudo aportar 12 puntos. Ed Murphy volvió a acribillar el aro (34) y fue decisivo en el despegue galo (80-68, min. 33). Reacción de los de Vlado Djurovic, pero Drazen falló un tiro para poner a los suyos por delante por primera vez. Y en el desenlace final (86-84 a 1:32, eliminación de Murphy), el temple de Senegal y el acierto de Dacoury sentenciaron (94-86). Nadie dijo que iba a ser fácil…

Nacimiento de un líder

9 de abril de 1983, un mes después de la derrota en Berlín. Definitivo tercer partido de la final de la Liga yugoslava. Tras sendas victorias locales, Sibenka y Bosna Sarajevo se lo jugaban todo a una carta a orillas del Adriático. Petrovic, que no pudo asistir la noche anterior a su graduación escolar con sus compañeros, se marcó un partidazo. Pero dos contras fulgurantes de los bosnios Banacek y Vucevic pusieron por delante a los de Svetislav Pesic (81-82) y congelaron el horno dálmata. Saque de banda a dos segundos. Recibe Drazen, dos botes, lanza, air ball… y alegría de los visitantes. Un momento… El árbitro principal, el bigotudo Matijevic, señala falta en el tiro de Hadzic (olímpico en LA’84). Tiros libres para el héroe local con el reloj a cero.

UN APLICADO ESTUDIANTE

Drazen también era aplicado en sus estudios. Kotarac asegura que “era un estudiante excelente, un ejemplo. Tenía clases particulares de matemáticas porque se negaba a sacar sólo un 3 [las notas en Croacia son del 1 al 5]”. Una dedicación en lo académico que pudo chocar con Mirko Novosel, técnico de Amadeus en la Cibona a partir de 1984. “Decía que los jugadores que querían ser profesionales no podían ir a clase regularmente. No estoy de acuerdo, así sólo creamos idiotas. Y Drazen demostró que se podía”.

Drazen ingresó en la facultad de Derecho en Zagreb y acabó el primer curso… salvo Derecho Romano, motivo de cierta mofa en el vestuario de la Cibona. “En plena broma de los compañeros, intervino Novosel diciéndole que lo arreglarían con la profesora, que no tenía nada de qué preocuparse. Drazen saltó ‘¡si alguien le dice una palabra a la profesora, nunca más entraré por la puerta de la facultad!’”, recuerda Kotarac. Genio y figura.

La locura. Tras tres minutos de discusiones, reproches, tiempos muertos, más polémicas e, incluso, una sugerencia de su entrenador para que fallase uno para ganar en la prórroga, Petrovic en la línea a 4.60. ¿Qué pasó? Si, lo han adivinado: metió los 2 para redondear 40 puntos y la victoria 83-82. ¡Histórico! ¡En diez años de existencia y cuatro en la Liga, campeones! Noche de fiesta en Sibenik.

Pero al día siguiente los despachos echaban humo. Pese a que el propio Hadzic reconoció la falta y el vídeo demostraba que la acción estaba en tiempo, reclamaciones del Bosna fructificaron y la Federación determinó anular el partido y repetirlo en Novi Sad (además de sancionar a perpetuidad al árbitro implicado). La reacción de Drazen demostraba que estábamos ante un personaje que iba a marcar época. Un líder nato. “Quien quiera ir, que vaya; yo no voy a ningún lado aunque decidáis jugar de nuevo”. Sibenka nunca devolvió la medalla recibida, que luce brillante en el Museo Petrovic. Campeón yugoslavo durante exactamente 16 horas; Bosna, campeón oficial tras escenificar un ridículo salto inicial sin rivales.

«No era muy veloz, pero la pelota era como una parte de su mano, era imprevisible, imposible saber cómo te la iba a hacer» , Miro Kotarac, primer entrenador de Drazen

Pasión incontrolable

Los ojos de Kotarac no han vuelto a ver nada en Europa como su antiguo discípulo. “No era muy veloz, pero tenía una relación con la pelota inigualable, era como una parte de su mano, podía hacer lo que quisiera. Era imprevisible, imposible saber cómo te le iba a hacer. Desequilibraba permanentemente”. En una de las visitas de Aco a Sibenik con la Cibona, se acercó a casa antes del partido para ir caminando a Baldekin junto a Drazen. Rememora Kotarac que “al salir de casa, Jole les dijo: ‘que gane el mejor, pero no quiero disgustos ni excesos provocados por vuestra culpa’. En un momento del partido, con la Cibona por delante, Aco hizo un dribling ante Drazen y éste empezó a perseguirle, enloquecido. ¡Aco tuvo que dejar la pelota e irse corriendo! Lo que dijo el padre no pesó más que su carácter. ¡No podía controlarse! Era demasiado pasional”. Aquella personalidad irreverente fructificó seguramente en el mayor caníbal que las canchas de baloncesto del Viejo Continente hayan visto nunca. Era, sencillamente, Drazen Petrovic.

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