Se estrenó como capitán levantando trofeo. Es el único jugador que puede presumir de los cinco oros logrados por la Selección. El próximo verano puede disfrutar de sus quintos Juegos. De película. Pero todo ello en un verano muy difícil a título personal. Me alegré mucho por él, a quien conocí hace 17 años.
Conocí a Rudy Fernández trabajando para esta revista, el verano de 2002. Fui a un entrenamiento de la preparación del Europeo junior (entonces se llamaba así) y nada más entrar, un chaval delgadísimo y con el pelo rizado a lo Screech Powers (sé que es una referencia demasiado viejuna, pero si no la pilláis, ahí está Google) volaba por encima de un defensor y clavaba un triple estratosférico.“¿Ese es Rudy?”, le pregunté a Carlos Sergio,segundo entrenador de Charly Sáinz de Aja en aquel equipo. “El mismo”,me respondió. Aquella era una Selección de jugadores que no llegaron demasiado arriba (destacaba Rodrigo San Miguel) pero con tres joyas de jugadores: Fernando San Emeterio,Marc Gasol y Rudy. Los dos primeros tenían ya 30 años en su cabeza. Rudy era un niño. Eso sí: un niño del que todo el mundo hablaba.
Eso le ocurrió durante mucho tiempo: era un crío, un adolescente, con todos los focos sobre él. Era el mejor jugador que había salido de la Penya desde Jordi Villacampa y sobre sus espaldas recayó el peso de una historia legendaria cuando aún tenía granos en la cara. Luego la NBA, donde cayó de pie. En Portland lo adoraban, el concurso de mates…Más tarde un regreso voluntario a Europa (podría haber seguido en la NBA si realmente hubiera tenido el deseo de hacerlo; no era el caso) y al Real Madrid, con todo lo que supone: otra vez el peso de la camiseta, otra vez las batallas, otra vez su juego exultante y a veces insultante imponiéndose. Y en la Selección, casi siempre triunfos. Y esa exuberancia, ese espectáculo, esa elegancia. Siempre tuve la sensación de que no era consciente de todo lo bueno que le pasaba, que tuvo demasiado antes de madurar y convertirse en un hombre.
Feroz competidor
Y por eso su arrogancia en la pista,su manera turbia de comportarse dentro (y a veces fuera) de la cancha. Se convirtió en un jugador tan grande que eclipsaba la animadversión que le tenían la mayoría de los aficionados que no eran los suyos. Siempre se miró en Àlex Mumbrú:se convirtió en un competidor feroz a costa de generar antipatía. Honestamente, creo que no tenía la madurez para gestionarlo. En ese tiempo conocí a su hermana, a sus padres… Nunca tuvimos una relación muy estrecha, pero siempre nos hemos llevado bien y,sobre todo,siempre le he tenido cariño. Mucho.
Entre medias empezaron los problemas en la espalda. Un navajazo sin navaja de Trevor Ariza le hizo saltar el eje en la NBA. Fue superando las adversidades con coraje, con corazón. Y vino la edad. Y formar una familia. Y la madurez. A la vez que le abandonaba ese descomunal físico que le hacía volar y saltárselos a todo, le llegó empezar a convertirse en el hombre que es. Si hacemos memoria, nos tenemos que remontar muy atrás para encontrar un comportamiento errático de Rudy en la pista. A la vez que sus piernas sostienen su leyenda (lo ha ganado casi todo y es el único jugador español que tiene los cinco oros de los grandes torneos) sustentan también un cuerpo que ya no es el que era y a un jugador que es deliberadamente otro. Ya no hay alley oops, pero hace tiempo que es el mejor defensor exterior de Europa. Cada vez hay menos triples estratosféricos, pero hay más influencia en el juego. Ya no es la cara visible ni del Madrid ni de la Selección,siempre a un lado de Sergio Llull -ese tipo que juega al baloncesto como si volviera a casa tras besar a una chica por primera vez-, pero Rudy es tan importante como siempre. En este Mundial, quizá más que nunca.
Cuando ya no vuela
En este texto quiero expresar lo muy orgulloso que estoy de Rudy Fernández. No puedo evitar ver a aquel chico con el que me sentaba en el bus a veces de camino al pabellón en ese Europeo junior de 2002 en Alemania. Tampoco repasar su carrera, el tener cariño a un tipo que a veces se comportaba en la pista como yo odiaba. Supongo que me he hecho viejo viéndolo y que siguiendo su carrera he podido ver cómo se ha convertido en un jugador que hace en la pista todo lo que yo adoro en un deportista. Le sigo teniendo el cariño de siempre, pero ahora disfruto más que nunca viéndolo jugar. Sí, ahora, cuando ya no vuela.
Desde fuera, nos cuesta entender que los jugadores son personas. La frase es tópica pero es verdad. Y os voy a decir una cosa: Rudy está sufriendo. Lleva un tiempecito de esos en los que te pasan cosas que hacen que no tengas ganas de levantarte de la cama. Si añades lo que le duele a él la espalda, quizá literalmente ni tú ni yo tendríamos la más mínima gana de hacer nada. Sabiendo por lo que tiene que estar pasando, reconozco que viendo el Mundial me emocioné.Me sentí muy orgulloso de él.Me di cuenta del hombre en el que se ha convertido, un tipo que es capaz de poner todo en la cancha por delante de su ego. Que hace lo que hay que hacer para ganar. El jugador con más minutos de España, el mejor en la estadística más/menos (13,8, por delante de Gasol y Rubio, que disfrutaron del brillo del Quinteto Ideal del campeonato). En un Mundial que han decidido las defensas,sin Rudy en pista los rivales anotaron 98,11 puntos por cada 100 posesiones; con él, 87,78*.
La carrera de un deportista es la suma de muchas cosas, pero sobre todo de su evolución como jugadores y como personas. En el caso de Rudy ha sido grande y dispar. Pero a día de hoy, con 34 años y con más títulos de lo que la mayoría de jugadores puede soñar,se ha convertido en un deportista con muy pocos peros. Nunca dio más física y emocionalmente que en este Mundial. Sin él, este equipo jamás habría ganado. Reconozco que me alegré por él más que por ninguno. Lo suyo ha sido una gesta. Una de las que emocionan.
*Datos de estadística avanzada proporcionados por Iván Fernández (@lebstats_gal) y Edgar Paz
CONSIGUE AQUÍ LA REVISTA DE LOS CAMPEONES