Durante las últimas semanas, miles de inmigrantes y refugiados están desembarcando en las islas griegas, a través del Mediterráneo oriental, llevando a cabo un recorrido similar al que realizaron, hace poco más de dos décadas, los padres de Giannis Antetokounmpo.
Charles y Verónica abandonaron en 1990 su Nigeria natal y se fueron, en busca de una vida mejor, a Grecia. Sus hijos (Thanasis, Giannis, Kostas y Alex) nacieron en el país heleno, pero no fueron reconocidos como griegos. No existían. Eran ‘invisibles’ para el estado. Los cuatro hermanos vendían en la calle relojes, gafas de sol y bolsos… Mientras, su padre realizaba trabajos de mantenimiento y su madre se dedicaba a cuidar de otros niños.
Su dramática situación económica hizo que la estrella de la selección tuviera que compartir las zapatillas con su hermano mayor (Thanasis) para ir a entrenar con el Filathlitikos, equipo de la segunda división en el que ambos se formaron. No sólo eso, Giannis ha confesado en más de una ocasión que hubo días en los que no tenían nada para comer.
Lo que nunca imaginó es que el baloncesto le proporcionaría esa vida mejor que sus padres siempre quisieron para él y sus hermanos. Cuando, primero el CAI, y posteriormente distintos representantes de la NBA, mostraron interés por Giannis y su hermano Thanasis –en la actualidad jugador del equipo que los Knicks tienen en la Liga de Desarrollo-, el país que renegó de ellos durante dos décadas les abrazó como a hijos pródigos.
Cuando Antetokounmpo fue elegido en el número 15 del draft por Milwaukee en 2013, convirtiéndose en un héroe nacional para los griegos, el líder de un partido nacionalista dijo que no debería ser aplaudido, sino arrestado y deportado.
Pese a todo, ‘el Monstruo griego’ -como le apodan en la NBA- se siente en deuda con Grecia, a la que siempre ha considerado su casa, y se ha propuesto conseguir un billete para los Juegos Olímpicos. España se interpone este martes en su camino. ¿Podrá saldarla?
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